La doctora Ilona Butova casi parece fuera de lugar con su bata lavanda cuidadosamente planchada mientras atraviesa del marco de una puerta que cuelga de una pared derrumbada en lo que solía ser una oficina administrativa de su hospital en Zolochiv.
Ningún edificio en las instalaciones en la ciudad del noreste de Ucrania, cerca de la frontera con Rusia, ha escapado de ser alcanzado por proyectiles de artille ría.
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Desde la invasión de Rusia el 24 de febrero, el espacio para tratar pacientes en el hospital se ha reducido constantemente debido a los daños. Su personal se ha reducido de 120 a 47. Y la cantidad de personas que buscan tratamiento en el pequeño pueblo a 18 kilómetros (11 millas) de la frontera suele ser mayor ahora que antes de que comenzaran los combates.
El sistema de salud de Ucrania batalló durante años debido a la corrupción, la mala gestión y la pandemia de COVID-19. Pero la guerra solo ha empeorado las cosas, con instalaciones dañadas o destruidas, personal médico reubicado en lugares más seguros y muchos medicamentos no disponibles o escasos. Los médicos que se han negado a evacuar o que se han apresurado a llegar como voluntarios están brindando atención en las áreas más afectadas, poniéndose en gran riesgo.
“Es muy duro, pero la gente nos necesita. Tenemos que quedarnos y ayudar”, dijo Butova, una neuróloga que también es administradora del hospital en el pueblo cerca de Kharkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania. Agregó que ha tenido que hacer más con menos recursos.
La Organización Mundial de la Salud declaró su nivel más alto de emergencia en Ucrania el día después de la invasión, coordinando un importante esfuerzo de socorro allí y en los países vecinos cuyos sistemas médicos también están bajo presión.
Alrededor de 6,4 millones de personas han huido a otros países europeos y un número ligeramente mayor son desplazados internos, según estimaciones de la ONU. Eso presenta un gran desafío para un sistema de atención de la salud basado en referencias de médicos de familia y administraciones separadas regionalmente.
En toda Ucrania, 900 hospitales han resultado dañados y otros 123 han sido destruidos, dijo el ministro de Salud, Viktor Liashko, y señaló: “Esos 123 ya no están y tenemos que encontrar nuevos sitios para construir reemplazos”.
Además, decenas de farmacias y ambulancias han sido destruidas o gravemente dañadas, y al menos 18 miembros del personal médico civil han muerto y otros 59 han resultado gravemente heridos, dijo.
“En las áreas ocupadas, el sistema de referencia se ha derrumbado por completo”, dijo Liashko a The Associated Press. “La salud de las personas y sus vidas están en peligro”.
La economía de Kiev se vio mermada por el conflicto con los separatistas respaldados por Moscú en el este de Ucrania que comenzó en 2014. Cuando llegó al poder cinco años después, el presidente Volodymyr Zelensky heredó un sistema de atención médica que se vio socavado por las reformas iniciadas por su predecesor que habían recortado drásticamente subsidios del gobierno y cerró muchos hospitales de pueblos pequeños. Durante la pandemia, las personas de esas comunidades tuvieron que buscar atención en las grandes ciudades, a veces esperando hasta ocho horas por una ambulancia en casos graves de COVID-19.
A medida que Rusia ha ampliado el territorio que controla en el este y el sur de Ucrania, el suministro de medicamentos en esas áreas ha disminuido, junto con el personal médico para administrarlos. En la ciudad sureña de Mykolaiv, en primera línea, “las cosas han sido muy difíciles”, dijo el voluntario Andrii Skorokhod.
“Las farmacias no han estado funcionando y la escasez se ha vuelto cada vez más aguda: el personal del hospital se encontraba entre los evacuados, incluidos los especialistas. Solo necesitamos más personal”, dijo Skorokhod, quien encabeza una iniciativa de la Cruz Roja para proporcionar medicamentos gratuitos a los residentes.
Voluntarios como Skorokhod salvaron la vida de Vanda Banderovska, de 79 años, cuya casa cerca de Mykolaiv fue destruida por la artillería rusa. Su hijo de 53 años, Roman, murió y ella fue llevada al hospital apenas consciente.
“Mi hijo salió al coche a buscar su teléfono móvil cuando los rusos empezaron a bombardear. Fue golpeado en la cabeza”, dijo en una sala de recuperación, con la voz temblando de emoción. “Han destruido todo y no me queda nada”.
Banderovska dijo que estaba profundamente agradecida con las personas que le salvaron la vida, pero que también estaba abrumada por el dolor y la ira.
“El dolor que siento es tan grande. Cuando los médicos me llevaron al hospital, tenía moretones negros y azules, pero me recuperé lentamente”, dijo.
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Derek Gatopoulos informó desde Kiev. Vasilisa Stepanenko y Hanna Arhirova contribuyeron a este despacho desde Kiev.
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