Un día como hoy, 3 de agosto de 1988, el piloto alemán Mathias Rust, condenado por aterrizar con una avioneta en la Plaza Roja de Moscú el año anterior, fue liberado y expulsado de la Unión Soviética. Cuáles fueron los motivos del alemán para realizar este aterrizaje tan peculiar.
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El 28 de mayo de 1987, el joven europeo de entonces 19 años sorprendió al mundo. Superó la seguridad aérea soviética al aterrizar con una pequeña avioneta en la Plaza Roja de Moscú.
“Estaba pensando que podría utilizar la aeronave para construir un puente imaginario entre Oriente y Occidente y mostrar que mucha gente en Europa quería mejorar las relaciones entre nuestros mundos”, dijo tras ser arrestado.
Rust ve su “hazaña” como un aporte personal para el fin de la Guerra Fría, según confesó al dominical Bild am Sonntag. La idea de volar a Moscú en su avioneta la tuvo en otoño de 1986, tras el encuentro que tuvieron en Islandia el presidente de Estados Unidos de la época, Ronald Reagan, con el último líder soviético, Michail Gorbachov.
“Yo esperaba mucho de ese encuentro y sufrí una gran decepción al ver que (del mismo) no había salido nada”, contó Rust.
Un año antes lo había marcado una experiencia con su padre al dar una vuelta en avioneta por los cielos de Hamburgo. inmediatamente se anotó en la escuela de piloto de avionetas del Aeroclub de la ciudad.
El piloto aficionado, que entonces tenía cerca de 50 horas de vuelo, alquiló, el 11 de mayo de 1987, un Cesna en Hamburgo diciendo que quería sobrevolar el Mar del Norte. Dos días después emprendió la travesía, para la que llevó, entre otras cosas, una fotografía de su perro para no sentirse tan solo.
En aquel momento la Unión Soviética tenía el mayor sistema de defensa aérea del mundo. Cinco años antes, un avión comercial de Corea del Sur se había extraviado en el espacio aéreo soviético. Moscú derribó la nave con 269 pasajeros a bordo.
El itinerario lo llevó a la isla de Sylt, a Islandia y luego a Finlandia donde hizo un alto de varios días antes de empezar la parte decisiva del plan. “En Finlandia reflexioné durante tres días si lo que estaba haciendo era correcto”, aseguró Rust.
Sin embargo, tras alzar vuelvo, el 28 de mayo, necesitó apenas 10 minutos para convencerse. “Al despegar supe que tenía que hacerlo, que era mi destino y que si no lo hacía me lo reprocharía durante el resto de mi vida”, recordó el piloto que después se convirtió en jugador profesional de póker.
Para el vuelo entre Helsinki y Moscú, Rust necesitó cinco horas e hizo el recorrido sin que los cazas de la aviación soviética se interpusieran en su camino para obligarlo a aterrizar. Por un error grave, los pilotos soviéticos confundieron el Cessna con una nave amiga que sobrevolaba la zona y se alejaron.
Fue así como el adolescente pudo continuar en su travesía hacia Moscú, adonde llegó al caer la noche. Dio tres vueltas sobre la Plaza Roja a unos diez metros del suelo y sobrevoló las cabezas de los peatones que caminaban sorprendidos. Como había tanta gente pensó que era peligroso aterrizar en el empedrado y se dirigió al puente sobre el río Moscú para luego ir a la Plaza Roja.
Su odisea pacifista terminó allí. No tenía muchos más planes. Bajó de la nave, explicó a la gente que llegaba “en misión de paz” desde la Alemania Occidental, y aunque llevaba unos folletos, no llegó a distribuirlos antes de ser arrestado por la policía.
“Si me hubieran forzado a aterrizar, lo hubiera hecho, yo no era un kamikaze. Lo que quería era llevar un mensaje de paz”, asegura.
Rust asegura que fue muy bien recibido por la gente que rodeó su avión tras el aterrizaje. “Les dije que había ido para hablar con Gorbachov sobre la paz. La gente estaba entusiasmada. Nadie estaba molesto”, aseguró.
Pasó horas tratando de convencer a las autoridades de que había actuado solo y que no formaba parte de un complot siniestro urdido por gobiernos extranjeros.
Rust fue luego condenado en Moscú a cuatro años de trabajos forzados, pero su caso se convirtió en prenda de negociación entre Occidente y la Unión Soviética, que terminó liberándolo luego de 14 meses en prisión.
Pese a que se le permitió cumplir su condena en la prisión de Lefortovo, en Moscú, a Rust le cayó mal su confinamiento. “Realmente fue muy duro tener 19 años y permanecer encerrado por 23 horas al día. Tuve muchas dificultades con la comida y perdí mucho peso”.
Luego, en 1988, tras la firma de un tratado de no proliferación firmado por Reagan y Gorbachov, Rust fue liberado como un gesto de buena voluntad.
Tras el escándalo protagonizado por el adolescente alemán con su Cessna, Gorbachov aprovechó para sacarse del medio a su ministro de Defensa y despedir a más de 2000 funcionarios que se oponían al plan de reformas y transparencia, Perestroika y Glasnost, que impulsaba el líder soviético.
Reconoció que hubo momentos, en los años posteriores, en los que llegó a arrepentirse de aquel viaje. Sin embargo, luego desestimó esas declaraciones y dice creer firmemente que hizo lo correcto y que su accionar contribuyó al final de la Guerra Fría.
Rust volvió a Alemania tras pasar 432 días de cárcel, pero tuvo algunos problemas para seguir una vida normal. En 1989, cuando prestaba su servicio civil en un hospital de Hamburgo, hirió con un cuchillo a una compañera tras una riña.
Ese ataque le costó a Rust dos años de cárcel, castigo que él ahora califica de justo. Años después se casó dos veces, pero ambos matrimonios fracasaron.
Rust ahora es analista financiero e instructor de yoga, aunque siendo un apasionado de los aviones y le gustaría volver a volar a Moscú para aterrizar esta vez en la Plaza Roja, pero “con autorización”.