Yineth Muñoz lleva un vestido inspirado en los textiles mola de la etnia guna. Como dirigente indígena transgénero, salió junto con decenas de personas a reclamar por el respeto a sus derechos en el Día del Orgullo.
Unas 500 personas de desplazaron el sábado por la Cinta Costera de Ciudad de Panamá, teniendo como telón de fondo los rascacielos de la capital.
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“Muchas compañeras somos discriminadas, somos marginadas, más si somos indígenas, por eso alzamos la voz, queremos ser libres”, explica Yineth, de 39 años, presidenta del colectivo Wigudun Galu.
“Alzo mi voz para que toda la sociedad panameña e internacional vean que hay mujeres indígenas que luchan por sus derechos para tener un trabajo digno, una vivienda (...) Independientemente de que tengamos expresión de género diferente, orientación sexual diferente, somos personas ante todo”, agrega.
La marcha es liderada por Rafael Cruz, un joven gay que lleva el torso descubierto y unas alas blancas como de ángel a modo de mochila. Marcha junto con su pareja.
“Vamos para siete años de pareja, y eso es por lo que nosotros estamos luchando, por nuestros derechos”, explica.
Una enorme bandera de arcoíris se despliega detrás de él, llevada por representantes de diversos colectivos que promueven el respeto a los derechos de personas LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales y transexuales).
La identidad de Wigudun
Cuenta una historia guna que los hermanos Ibeorgun, Giggadiryai y Wigudun llegaron a poblar el mundo. Iberogun hacía las tareas de caza y agricultura, Giggariryai las labores domésticas y Wigudun ambas.
En la comunidad guna Yala de la que viene Yineth, la ambivalencia es aceptada como un alma de dos espíritus que habita en Wigudun.
Wigudun “de día iba al monte a cazar, a pescar, y luego, en la tarde, se sentía mujer y hacía las labores domésticas”, detalla Yineth. Por eso su colectivo se llama Wigudun Galu, o casa de Wigugun.
En la comunidad Guna Yala, comarca indígena del noreste de Panamá, predomina el matriarcado.
“Las madres los acogen [a hijos con diferente identidad sexual], los aceptan, le dicen al papá: ‘mi hijo es así, Dios me lo mandó así y lo tengo que aceptar’”, explica. El problema es cuando dejan la aldea e intentan insertarse en el “mundo occidental”, apunta.
“Somos seres humanos, tenemos madre, sobrinos, somos tíos, venimos de familia. Mi orgullo es protesta, porque no me arrepiento de dónde soy, de dónde vengo, como mujer transgénero indígena”, considera.
En Panamá es posible que las personas puedan cambiar sus nombres si quien lo solicita demuestra que el que quiere emplear lo usa en su vida cotidiana.
Adopción y matrimonio
Débora Hernández es también una indígena transgénero que integra Wigidun Galu. En esta manifestación lleva la bandera de su organización. Cuando su hermana y el esposo de esta murieron, hace diez años, ella decidió adoptar a su sobrina, que quedó huérfana.
“Ha sido algo que no me esperaba. Siempre he visto una familia tradicional que está compuesta por mamá y papá. Pero me di cuenta que no, que querer o hacer un hijo es amor”, explica.
Débora vive con su pareja y está a cargo de la custodia de la niña, que hoy tiene 12 años y está al tanto de toda la situación.
“No solamente [hay que] mirar a las personas por su género, por su identidad, tenemos que dar amor a un niño, porque es nuestro prójimo también. Como chica trans que soy es algo no fácil, pero sí una lucha constante, y seguiré adelante hasta que aquí en Panamá se pueda aceptar el matrimonio igualitario”, otra de las demandas de las personas LGBT en Panamá.
En 2008 Panamá despenalizó la homosexualidad, que desde 1949 era considerada un delito.
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