La misma mañana de hace 50 años en que el palacio chileno de La Moneda fue bombardeado con Salvador Allende atrincherado en su interior, el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, ojeaba en la Casa Blanca un documento elaborado por la CIA bajo el título “Chile”.
Era el 11 de septiembre de 1973 y los servicios de inteligencia le informaron de que los militares chilenos estaban “decididos a restaurar el orden político y económico”, aunque todavía no se daba por hecho el triunfo del golpe porque los soldados carecían de “una coordinación efectiva”.
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Solo tres días antes, el 8 de septiembre, la CIA había avisado en otro informe para el presidente republicano la posibilidad de que pronto hubiera un “intento de golpe” en Chile.
Ambos documentos han sido parcialmente desclasificados por la Administración de Joe Biden como un gesto de buena voluntad hacia el presidente chileno, Gabriel Boric, para la conmemoración de los 50 años del violento golpe que acabó con la vida de Allende e instauró la cruenta dictadura del general Augusto Pinochet.
El embajador chileno en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés, fue quien solicitó la publicación de esos informes para conocer “lo que el presidente Nixon vio en su escritorio en la mañana del golpe militar”, reveló el diplomático en una reciente entrevista con EFE.
“Hay detalles que nos interesan, son importantes para poder reconstituir nuestra propia historia”, dijo días antes de que se dieran a conocer.
CREAR CONDICIONES PARA EL GOLPE
Medio siglo después del golpe, todavía quedan documentos por desclasificar y hay voces que reclaman que Washington reconozca su rol, no solo en el derrocamiento de Allende, sino también en la agitación previa del país y en el posterior apoyo al régimen represivo de Pinochet.
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Y es que en plena Guerra Fría, tanto Nixon como su todopoderoso asesor de Seguridad Nacional, el hoy centenario Henry Kissinger, temían que el Gobierno democrático de Allende expandiera el socialismo en la región.
No hay pruebas de que Estados Unidos orquestara directamente el golpe, pero sí se sabe que tres años antes Nixon había ordenado “hacer gritar la economía” chilena para desestabilizar el país y la CIA había apoyado el secuestro y asesinato del jefe del Ejército René Schneider para sabotear la toma de posesión de Allende.
Así lo han revelado documentos publicados a cuentagotas desde la Administración de Bill Clinton.
El periodista Peter Kornbluh, que lleva décadas investigándolos para el Archivo de Seguridad Nacional, explicó a EFE que si bien Estados Unidos no participó con efectivos en el golpe, sí trasladó a los golpistas su apoyo en caso de que triunfaran.
“La Administración de Nixon tuvo una política de desestabilizar al Gobierno legítimo y constitucional de Allende, y ayudar a consolidad un Gobierno no democrático y no legítimo que tomó el poder de una manera violenta en Chile”, explicó Kornbluh.
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“Hoy seguimos hablando de Chile porque es un símbolo de la oscuridad de la dictadura contra las esperanzas de la democracia”, agregó.
La dictadura dejó durante sus 17 años más de 40.000 víctimas, entre ejecutados, detenidos, desaparecidos y torturados.
Pero el propio Kissinger se reunió en 1976 con Pinochet en Santiago de Chile, donde restó importancia a las violaciones de derechos humanos y le agradeció por su “gran servicio a Occidente con el derrocamiento de Allende”.
WOLA Y LA OPOSICIÓN INTERNA
Esta postura, sin embargo, fue contestada dentro de Estados Unidos. “Hubo una resistencia popular por parte de muchos estudiantes en contra del golpe; una reacción muy fuerte”, recuerda el misionero y activista Joe Eldridge en entrevista con EFE.
Cincuenta años después, Eldridge todavía recuerda el terror que pasó cuando vio las columnas de humo que salían de La Moneda ese 11 de septiembre.
Él vivía en un barrio popular cerca del centro de Santiago y llevaba tiempo documentando el papel de Estados Unidos en la agitación social del país, por lo que pronto se convirtió en un objetivo para la dictadura chilena. Dos de sus compañeros fueron detenidos y llevados al Estadio Nacional, el mayor centro de tortura.
Cuando logró salir del país, Eldridge se instaló en Washington, donde adquirió con otros aliados un domicilio al que llamó La Casa de Chile para ayudar a exiliados del país suramericano, como Joan Jara, viuda del cantautor Víctor Jara.
Esos fueron los cimientos de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), una ONG que presionó al Congreso para cortar la ayuda militar a las dictaduras de Chile, Uruguay y Argentina, y que hoy sigue defendiendo los derechos humanos en América Latina.
“Al regresar a Estados Unidos estaba determinado a cortar la ayuda militar y lo logramos gracias a muchos amigos en el Congreso”, rememora.
SIN DISCULPAS A LA VISTA
La relación del Gobierno estadounidense con la dictadura se enfrió tras el asesinato del allendista exiliado Orlando Letelier en pleno centro de Washington orquestado por Pinochet a finales de 1976.
Al inicio de 1977, tomó posesión el presidente demócrata Jimmy Carter con la promesa de defender los derechos humanos en el exterior, aunque reprendió al diplomático Brady Tyson, quien había pedido disculpas por la complicidad de su país con el golpe.
El Gobierno de Boric cree que Washington debería reconocer que “hubo responsabilidad en el debilitamiento de la democracia chilena desde antes de Allende”, contó el embajador.
Por su parte, el Departamento de Estado sostiene que la desclasificación de los últimos documentos es un gesto para “entender mejor la historia compartida” entre ambos países.
Pero unas disculpas de Estados Unidos no están sobre la mesa. “Pedir perdón no es parte de su lenguaje diplomático”, sentenció Eldridge.
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