La primera vez que Germán Celis, un pescador y líder social de la isla colombiana de San Andrés, fue a Bluefields, en la costa caribeña de Nicaragua, se sentó en una silla y le olió al pan que cocinaba su abuela cuando era niño. Le llaman “bon”, y lo estaban horneando en la esquina.
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″Ese pan hecho a mano, café, en espiral, durito, grueso, me hizo revivir la niñez, me hizo experimentar por fin mi propia cultura, pero estando en otro país, porque acá (en Colombia) ya eso se ve poco, solo comemos pan blanco, industrial, tajado, sin vida”, dice el sanandresano de 33 años.
Celis viaja con frecuencia a Nicaragua para visitar a familia y amigos que, como él, buscan fortalecer el vínculo entre raizales, la gente afro y caribeña de San Andrés que se siente “parte del mismo pueblo”, a pesar de que viven en países distintos.
Bogotá y Managua llevan décadas litigando en cortes internacionales por la soberanía de un archipiélago que tiene tres islas, decenas de cayos e islotes y 350.000 km² de mar. Este viernes, de hecho, termina la última serie de audiencias sobre las demandas que deben resolverse el próximo año.
“Pero en La Haya (donde está la Corte que lleva el caso) nadie se pregunta por el hecho de que nosotros, colombianos y nicaragüenses raizales, somos lo mismo”, dice Celis.
Tanto es así que su suegro, el pescador Manuel Moreno, nació en Nicaragua hace 59 años, vive en San Andrés desde hace 40 y llevaba décadas trabajando en las aguas en disputa, yendo de un país a otro, hasta que el pleito les puso rigurosos límites.
En un español limitado y con un inglés acentuado por el creole, Moreno me contó que su familia, padre cubano y madre colombiana, llegó a San Andrés durante la guerra entre sandinistas y contras en Nicaragua, en los años 80.
“Allá tocaba hacer fila para comprar comida, mientras que San Andrés era como una pequeña Miami, porque la pesca de langosta generaba muchos dólares”, dice.
Hoy, sin embargo, los cambios jurisdiccionales generados por La Haya le impiden pescar en los bancos que tanto conoce. Sentado al lado de una piscina mohosa, Moreno emite unos largos silencios entre frases que evidencian una nostalgia presente entre los nicaragüenses que viven en San Andrés.
“Ellos son dolientes de la pesca”, dice su yerno, el activista Celis. “Compraron barcos como proyectos de vida y ahora una resolución geopolítica a la que poco sentido le ven les cambió todo”.
Es imposible saber cuántos nicaragüenses viven en San Andrés porque prácticamente todos son del perfil de Moreno: llegaron hace décadas, vivieron en la informalidad de la pesca artesanal y tienen familia colombiana, por lo que pudieron haberse formalizado del lado colombiano.
Además, durante muchos años el Estado los obligó a ir a Bogotá para formalizarse y en 1965 hubo un incendio en la notaría de San Andrés que borró registros de muchos inmigrantes.
Fuentes de Migración Colombia y la Oficina de Control, Circulación y Residencia (OCCRE) de San Andrés estiman que son entre 150 y 300 nicaragüenses de un total de entre 70.000 y 100.000 habitantes.
“El número, en todo caso, no importa, porque muchos de nosotros nos sentimos parte de lo mismo”, dice Kent Francis, exgobernador y líder raizal de San Andrés. “Lo que para otra mente es gente de otro país, para nosotros es gente del vecindario”.
Humberto Hooker, de 77 años, nació en Colombia, pero hizo el bachillerato en el colegio Moravian, en Bluefields, de una iglesia evangélica.
“El intercambio era de toda índole”, me dice en un español improvisado. “Jugábamos béisbol y basquetbol, comíamos lo mismo, no necesitabas documentos para pasar de un lado a otro, si uno iba o venía no tenía que pagar hoteles ni comida, porque alguien seguro salía al rescate, así no los conocieras”.
En la cultura raizal hay una disposición a atender a la familia lejana como si fuera cercana. “Partimos de un lugar de confianza y familiaridad, muy parecido a como son los árabes”, explica Francis.
La nostalgia por un vínculo roto
Nora Newball, una abogada y activista que vive en Nicaragua, recuerda que Francisco Newball Hooker, un antepasado suyo en el siglo XIX, fue el segundo gobernador de San Andrés y Providencia y el primero de origen raizal. Incluso hay una avenida de la isla bajo su nombre.
“Pero toda esa interacción se ha estado destruyendo por Managua y Bogotá”, sostiene vía telefónica desde Bluefields. “Porque el Estado colombiano desde el 50 para acá y el nicaragüense durante las últimas dos décadas han traicionado nuestra autonomía y nos han intentado colonizar de todas las formas”.
San Andrés vivió un boom turístico en la últimas tres décadas y decenas de miles de colombianos “continentales”, como les llaman acá, llegaron a hacer vida. Hoy los raizales (unos 26.000) son minoría en la isla (donde hay un total de hasta 77.000 registrados), según cifras oficiales.
A lo que los raizales llaman “la colonización continental”, los expertos añaden el impacto de la guerra contra las drogas, que hizo que pululen la frontera marítima unidades policiales y cerró cualquier posibilidad de pasar de manera cotidiana e informal. Solo 110 kilómetros —10 horas en barco y 3 en lancha— separan a San Andrés de la costa de Mosquitia, en Nicaragua.
“Por supuesto que muchos queremos que vuelvan los viejos tiempos, pero no veo mucha disposición de los gobiernos a que eso ocurra”, dice Windell Taylor López, un pastor cristiano que nació en Nicaragua, pero migró a Colombia a sus 10 años (hoy tiene 64).
Taylor viaja hasta tres veces al año a Nicaragua para impartir su enseñanza evangélica y coincide con Celis, el sanandresano que añora el pan “bon”, en que allá el pasado raizal se siente más vivo.
Pero añade que lo que antes ocurrió en San Andrés ahora está empezando a pasar en la costa nicaragüense: “Están poniendo nuevas tiendas, están construyendo casas y hoteles y quieren hacer un puerto y un canal, entonces por mucho que los raizales se activen, gradualmente el cambio se está dando”, dice.
En efecto, los grupos raizales han enviado cartas a los abogados y líderes políticos y dado discursos ante los Estados y La Haya. La comitiva colombiana que el nuevo presidente, Gustavo Petro, envió a la Corte la forman agentes de origen raizal por primera vez.
Pero, para el pastor Taylor, se parte de un error básico: “Mientras nos conciban como dos naciones en lugar de una es muy difícil que vuelva el vínculo de antes”.
El pan “bon” raizal, ese que compartían colombianos y nicaragüenses, está cada día más escaso.
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