Fue una herida, en parte autoinfligida, que causó un trauma duradero en la conciencia nacional de México.
La pérdida de Texas en 1836 y la incapacidad del gobierno mexicano de recuperar ese territorio durante los años que precedieron a su integración con Estados Unidos, ocurrida en 1845, aún se sienten.
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“Esto es algo que desde aquel tiempo ha afectado el sentido de identidad de los mexicanos y el crecimiento del nacionalismo mexicano”, dice Miguel González Quiroga, excatedrático de la Universidad Autónoma de Nuevo León y actual investigador invitado de la Universidad de Texas en San Antonio.
Ese despojo territorial, sin embargo, era en parte consecuencia de una realidad demográfica insoslayable: por cada mexicano que residía en ese territorio había unos 10 colonos de origen estadounidense.
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Paradójicamente, estos estadounidenses no habían ocupado por la fuerza el territorio de Texas ni, en la mayor parte de los casos, habían ingresado ilegalmente allí.
Todo lo contrario: se habían establecido en esas tierras con la venia del gobierno de México que, además, los atrajo deliberadamente hasta allí usando como incentivo una generosa política de entrega de tierras.
“Sin ninguna duda, esto fue un caso de consecuencias no deseadas”, dice Greg Cantrell, profesor de Historia de la Universidad Cristiana de Texas , a BBC Mundo.
La iniciativa para crear colonias angloestadounidenses en Texas dio sus primeros pasos en los últimos meses del dominio español sobre México, pero solo se concretó después de que ese país consiguió la independencia.
Vista en retrospectiva, esta decisión parece difícil de explicar, no solamente por las consecuencias negativas que trajo sobre México, sino porque existía el antecedente de ciudadanos estadounidenses que habían intentado invadir militarmente territorios extranjeros por su cuenta y riesgo.
“Resulta incomprensible que después de las invasiones filibusteras y las muestras de expansionismo del vecino país, tanto el gobierno español como el mexicano accedieran a permitir el asentamiento de colonos estadounidenses [en Texas]”, ha señalado al respecto la historiadora mexicana Josefina Zoraida Vázquez.
Pero, ¿cómo fue posible que México incurriera en lo que hoy parece haber sido un gol en propia puerta?
Todo empezó con las llamadas 300 de Austin.
El establecimiento de colonos estadounidenses en Texas se inició en la década de 1820 y fue impulsado por Moses Austin, un estadounidense que en la década de 1790 había emigrado al suroeste de Misuri, que entonces era parte de la Luisiana española.
Moses logró prosperar allí e incluso obtuvo un pasaporte español, pero su suerte cambiaría luego de que se concretara la venta de Luisiana en 1803.
“Para él no fue una bendición la noticia de que, con la compra de Luisiana, el territorio pasaba a ser estadounidense. Afectado por la guerra de 1812 y los vaivenes de la economía, para 1819 estaba en bancarrota. Al recordar su experiencia positiva en la Luisiana española, decidió emigrar a Texas y solicitar una concesión para establecerse con 300 familias”, escribió Vázquez en el libro “México y el expansionismo norteamericano”.
En enero de 1821, Moses obtuvo la autorización por parte de las autoridades españolas para crear esa colonia en Texas, pero murió poco después, por lo que esa tarea quedó en manos de su hijo Stephen F. Austin, a quien conocen en Estados Unidos como “el padre de Texas”.
Stephen decidió dar continuidad a los planes de su padre y se trasladó a San Antonio para intentar que las autoridades españolas le permitieran continuar con el emprendimiento de su padre.
“Austin entró a San Antonio, literalmente, el mismo día que llegaron las noticias sobre la independencia de México, por lo que allí le dijeron que viajara a Ciudad de México a presentar su petición ante las nuevas autoridades nacionales”, cuenta Cantrell.
Allí se quedó durante un año, durante el cual aprendió a hablar español, mientras hacía sus gestiones y esperaba sus respuestas.
Además de conseguir que México le permitiera seguir adelante con el proyecto de su padre, Austin lograría más adelante que se aprobara una nueva ley que creaba el sistema de empresarios, que era el nombre que se otorgaba a quienes crearan colonias autorizadas en Texas y que serían recompensados con tierras: mientras más colonos hubiera, más tierras recibirían.
Para obtener la autorización por parte del gobierno mexicano, Austin tuvo que comprometerse a que los colonos jurarían lealtad a México, aprenderían español y se convertirían al catolicismo.
No todos estos requisitos, sin embargo, fueron cumplidos de forma estricta.
“Las partes incómodas de esas normas fueron mayormente ignoradas, particularmente lo referido al catolicismo. Eso nunca fue aplicado de forma sustantiva. La gran mayoría de los colonos no eran católicos ni se convirtieron nunca. Algunos de ellos se detuvieron en la última iglesia católica de Luisiana, antes de cruzar hacia Texas, y se hicieron bautizar, pero la mayor parte ni se tomó la molestia”, comenta Cantrell.
“Las autoridades mexicanas y Austin tenían una suerte de pacto de silencio: mientras tú no crearas problemas por temas religiosos, realizando servicios religiosos públicos en los templos protestantes o criticando la norma que te obligaba a convertir en católico, todo estaba bien”, agrega.
Entre 1821 y 1823, Austin estuvo publicando avisos en la prensa del sur de Estados Unidos buscando familias interesadas en establecerse en su colonia.
¿El principal atractivo? La posibilidad de obtener grandes cantidades de tierra a un precio que equivalía a una décima parte de lo que costaban en Estados Unidos.
La ley de colonización establecía que los agricultores recibirían en torno a 0,7 kilómetros cuadrados de tierra, mientras que los ganaderos conseguirían casi 18 kilómetros cuadrados, lo que hizo que la mayor parte de los colonos se hicieran pasar por ganaderos aunque no lo fueran.
Por si fuera poco, las familias tenían la posibilidad de traer o de tener esclavos. Es un elemento que resultaría fundamental tanto para el establecimiento de las colonias como para la evolución de la situación política en Texas.
Con esta atractiva oferta, Austin no tardó mucho en conseguir sus colonos. De hecho, pudo escoger entre los candidatos y privilegió a aquellos que tenían una mejor situación económica y social.
Para finales del verano de 1824, ya estaban en Texas la mayor parte de las primeras 300 familias autorizadas (de allí que sean conocidas como las 300 de Austin, aunque en realidad fueron 297, pues algunas familias recibieron más de una autorización).
La mayor parte de las familias 300 de Austin procedían de estados del sur de Estados Unidos, en especial de Luisiana, Alabama, Arkansas, Tennessee y Misuri.
Solamente una pequeña parte de esas familias trajeron esclavos y, entre estas, la mayoría tenía apenas dos o tres. Sin embargo, la esclavitud era un elemento central de la colonización de Texas.
“Tener esclavos era algo que solamente podía permitirse la gente rica, pero casi todos los colonos aspiraban a tenerlos porque ese era el camino hacia el éxito en el mundo del algodón”, explica Greg Cantrell a BBC Mundo.
El experto señala que aunque la mayor parte de los colonos inicialmente se dedicaron a la agricultura de subsistencia, tenían su mirada puesta en reproducir el boom económico de las plantaciones de algodón, que habían convertido al sur de Estados Unidos en uno de los lugares más ricos del mundo.
“Todos ellos pensaban que si podían recrear el Mississippi en México, entonces algún día serían ricos. Ese era su verdadero cálculo. Pensaban que lograrían producir mucho algodón o, al menos, vender una parte de ese enorme territorio que habían recibido del gobierno de México y obtener una buena ganancia”, apunta Cantrell.
“Nadie podía cultivar tanta tierra. Ni siquiera el colono que tenía la mayor cantidad de esclavos podía sembrar más que una fracción de esos 4.428 acres (unos 18 kilómetros cuadrados). Pero las 300 de Austin y los muchos miles que vinieron después tenían el símbolo del dólar en sus ojos”, añade.
Después de traer a las primeras 300 familias, Stephen Austin recibió autorización de las autoridades mexicanas para fundar otras cuatro colonias. En total, llegó a traer a Texas a unas 1.000 familias.
A paso veloz también se fueron estableciendo nuevas colonias, impulsadas por otros empresarios.
No tardarían en aparecer las primeras diferencias importantes con las autoridades de Ciudad de México.
Los colonos angloestadounidenses apostaban a que Texas se convirtiera en un estado con amplia autonomía en el marco de un México federal, pero no lo lograron y fueron integrados en un mismo estado junto a Coahuila.
Esa autonomía era vista como clave para proteger su forma de vida.
“Si Texas lograba un tipo de autonomía que le hubiera permitido mantener la esclavitud y comerciar con quien quisiera sin aranceles ni restricciones; si ellos pudieran estar a cargo de sus propios asuntos siendo un estado de México, entonces eso habría sido para los colonos el mejor de los mundos posibles”, señala Cantrell.
Pero esa no era la situación real.
“México era un país antiesclavista prácticamente desde 1820, por lo que las autoridades de Ciudad de México no entendían bien que el gran plan para hacer de Texas un territorio próspero consistía en convertirse en parte de esta pujante economía del algodón, con la que se creaban grandes fortunas. Pero eso solamente podía ocurrir donde se permitía la esclavitud”, agrega.
A partir de 1821, las autoridades mexicanas hicieron varios intentos para acabar definitivamente con la esclavitud en ese país y en Texas, lo que generó gran preocupación entre los colonos angloestadounidenses, quienes repetidamente lograban sortear estas medidas consiguiendo quedar exentos o inventando nuevas figuras como la de los “sirvientes sin pago” que estaban atados a contratos de trabajo de por vida.
Las tensiones entre los colonos angloestadounidenses y el gobierno de México crecerían notablemente a partir de 1830, cuando el gobierno mexicano aprobó una ley que prohibía la llegada de más inmigración a Texas.
La norma estaba basada en recomendaciones hechas por el general José Manuel Mier y Terán, quien después de hacer un recorrido por Texas quedó alarmado al constatar que el número de colonos superaba con creces a los mexicanos, por lo que recomendó cerrar las fronteras de ese estado a los estadounidenses, impulsar la llegada de más población europea y mexicana, y prohibir la esclavitud, entre otras medidas.
Este tipo de medidas fueron motivo de protesta y preocupación entre los colonos que, desde al menos 1826, habían protagonizado revueltas intermitentes en contra del Estado mexicano.
Las tensiones, sin embargo, comenzaron a acercarse a un desenlace a partir de 1834, luego de que el presidente Antonio López de Santa Anna disolviera el Congreso y puso fin a la estructura federal para establecer un gobierno centralista en México.
“Cuando él (Santa Anna) anunció que marcharía con un ejército sobre Texas para poner fin a las crecientes revueltas, los anglotejanos entendieron que estaban frente a su escenario más temido porque la esclavitud no sobreviviría al gobierno de Santa Anna. Una vez que se dieron cuenta de ello, todo el mundo se entusiasmó con el movimiento de secesión”, señala Cantrell.
El experto asegura que, hasta hace relativamente poco tiempo, en la historia texana se había restado importancia al rol que tuvo la esclavitud en la separación de México, pero afirma que fue un elemento crucial.
“Ellos sabían que no podían anunciar públicamente que estaban preocupados por la esclavitud y que por ello iban a declarar la independencia. Ellos sabían que daba mala imagen decir que su revolución buscaba preservar la esclavitud, pero todo el mundo sabía que ese era el gorila de 800 kilos en la habitación y del cual nadie quería hablar. Pero fue un factor enorme”, afirma.
La confrontación entre las fuerzas de Santa Anna y los colonos angloestadounidenses se extendería unos pocos meses y acabaría en la batalla de San Jacinto, en abril de 1836, tras la cual se consumó la separación de Texas de México.
Pero ¿por qué razón España, primero; y México, después, creyeron que era una buena idea permitir el establecimiento de colonias angloestadounidenses en Texas?
“México se vio en la necesidad de poblar sus territorios al norte porque estaban bajo la amenaza del imperio español, del imperio francés y del nuevo país que se había formado en Estados Unidos, pero no tenía ni los recursos, ni la gente suficiente para colonizarlos”, explica Miguel Ángel González Quiroga, excatedrático de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Señala, además, que estos territorios se encontraban bajo amenaza constante por parte de tribus nativas, sobre todo de los comanches, por lo que poblarlos era una forma también de protegerlos de estos ataques.
Aunque destaca que la mayor parte de los colonos eran pacíficos y tenían buenas relaciones con México, el experto reconoce que el peso demográfico que consiguieron en Texas tuvo un importancia decisiva en su separación y que cuando los mexicanos se dieron cuenta de ello ya era demasiado tarde.
Greg Cantrell, por su parte, considera que la decisión de permitir el establecimiento de colonos en Texas fue una jugada con la que México intentó prevenir la pérdida ese territorio, intentando ejercer cierto control sobre un proceso que parecía inevitable ante la rápida expansión de Estados Unidos.
“La cuestión era: tenemos esta región fértil en la frontera con Estados Unidos y podemos perderla a manos de migrantes no autorizados que, en cuanto sean lo suficientemente numerosos, querrán separarse de México; o podemos permitir la entrada de colonos estadounidenses que estarán controlados y que serán leales al gobierno mientras estén bajo el ojo atento de empresarios como Stephen Austin”, señala.
“Ellos lo vieron como el mal menor: vas a tener estadounidenses en Texas. Pueden ser ilegales o legales”, agrega.
En cualquier caso, el resultado terminó siendo el mismo que temían.
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