Cada dos minutos, aproximadamente, nace un peruano con anemia. En estricto, nace un peruano cada minuto y 10 segundos, pero como en nuestro país el 43% de niños entre los 6 y 36 meses padece de anemia, este no sería un cálculo exagerado.
Es una tragedia, sin dudas. El hierro es uno de los componentes más importantes en el desarrollo del cerebro y, por lo tanto, la ausencia de este tiene efectos directos a nivel cognitivo y motriz. En simple, repercute negativamente en la velocidad de procesamiento, aprendizaje y memoria, así como en la interacción social y la coordinación motora. Como para empeorar el panorama, distintos estudios demuestran que dichas alteraciones persisten a pesar de una compensación posterior de hierro, con lo cual no solo afecta el desarrollo educativo del niño sino también la vida social y laboral del adulto.
Ese niño anémico se enfrenta rápidamente a un sistema de salud y educación paupérrimo: en el último reporte de acceso y calidad de la atención médica (HAQ Index, 2016) aparecemos en el puesto 94 de 195 países, situándonos en el último cuartil en 12 de las 32 causas de muerte estudiadas. Nuestro sistema educativo, como ya sabemos, es de los peores del mundo: en el reporte del Foro Económico Mundial, publicado en el 2017, aparecemos en el puesto 129 sobre 137 países estudiados en calidad de la educación primaria y en el puesto 124 en calidad del sistema educativo. Dato importante: ninguno de los 8 países con peor calidad de la educación primaria supera al Perú en ingresos por persona.
Para hacerle la vida aun más difícil, ese peruano anémico, tratado en uno de los peores sistemas de salud y educación del mundo, sale a buscarse un lugar en un mercado laboral sobrerregulado (puesto 64 en eficiencia del mercado laboral, puesto 129 en prácticas de contratación y despido), a convivir en un marasmo institucional (puesto 116 en marco institucional), donde la infraestructura es de calidad subsahariana (puesto 111 en infraestructura general) y con un ecosistema tecnológico y de innovación (puesto 113) inconsistente con el mundo actual.
En resumen, cada dos minutos nace un peruano al que el Estado le ha limitado la calidad de vida desde su gestación. Frente a esta realidad (injustificable para un país de ingresos medio-altos según el Banco Mundial), podemos llenar una biblioteca de justificaciones, lamentos y acusaciones, o bien podemos mirar hacia el futuro y tomar acciones correctivas, de tal manera que el peruano del futuro disfrute de una vida plena.
Para empezar, es indudable que dichas falencias requieren de recursos para ser resueltas. Casi cualquier solución imaginable (como, por ejemplo, la mejora de la atención de salud materna y la educación primaria) involucra un incremento del gasto público y, por supuesto, un uso honesto y eficiente del mismo.
Un incremento sostenible del presupuesto, por otro lado, requiere de inversión privada, lo que señala la necesidad de mejorar el ambiente de negocios. Esto no es un clamor ideológico, ni un postulado teórico aún por validarse, es la constatación de casi 200 años de pruebas y errores, indiscutible hoy entre los países desarrollados: es perfectamente compatible una agenda de crecimiento y desarrollo, con una de mejoras en la infraestructura social y física.
¿No debería ser esto prioritario en el debate nacional? ¿Hasta cuándo seguiremos minimizando el costo de las absurdas pugnas políticas para ese peruano que nació con anemia mientras leímos esta nota?