La masacre esta semana en París en la revista Charlie Hebdo desafía un valor fundamental del mundo civilizado y es parte de una larga lucha que se ha reavivado con la globalización. El valor es la tolerancia, y la lucha está tomando nuevas formas.
No debe sorprender que los extremistas musulmanes justificaran su masacre en base a la blasfemia que supuestamente cometió la publicación por sus caricaturas del profeta. Históricamente, las religiones y sus distintas interpretaciones han provocado discordia y grandes conflictos sociales. Pero también han resultado en progreso humano. Fueron las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII que influyeron a que Hobbes escribiera su tratado justificando el absolutismo, lo cual formo parte de un debate en que luego participó John Locke, el padre de la filosofía política moderna, cuyas ideas sobre el Estado de Derecho y la limitación del poder fueron adoptadas por los países más avanzados.
El debate que desataron los conflictos religiosos en Europa produjo entonces la idea de la importancia de la tolerancia y otros principios que tomaron siglos en enraizarse y formar el mundo moderno. Hoy en Occidente se da por un hecho la libertad de expresión y la tolerancia hacia los que piensan de manera distinta. Pero la globalización está poniendo a prueba esas libertades en Occidente. La integración, la inmigración, el contacto entre distintas culturas, y el deseo de respetar la diversidad contribuyen a que diferentes conceptos de tolerancia en Occidente estén compitiendo entre sí.
Y la amenaza más grande no viene necesariamente de las autoridades, sino de la autocensura. Nadie lo explica mejor que Flemming Rose, el editor del periódico danés Jyllands-Posten que en 2005 publicó las caricaturas de Mahoma que ocasionaron protestas y ataques internacionales que resultaron en cientos de muertos. El gran peligro, según él, es que la intimidación y la violencia provoquen la autocensura y así empoderen a los intolerantes. Peor aún es que se justifique la autocensura en nombre de la tolerancia hacia grupos distintos, y que se culpe a los que ejercieron su libertad de expresión por ser provocadores.
Eso ocurrió cuando Rose publicó las caricaturas en su diario. La reacción a la barbarie en París ha sido más positiva, lo cual quizás represente cierto avance desde que este modo de ataques a la libertad empezó en 1989 con el fatwa en contra de Salman Rushdie. Pero aun así, muchos medios importantes Occidentales se negaron a republicar las caricaturas de Charlie Hebdo con el argumento que son ofensivas. Son los mismos medios que no tienen reparo en publicar imágenes ofensivas del cristianismo o el judaísmo. Sería más honesto y legítimo decir que no publicarán las imágenes por consideraciones sobre la seguridad de su personal.
Según Rose, afirmar que a ciertos grupos hay que tratarles de manera fundamentalmente distinta es argumentar que los grupos, y no los individuos, tienen derechos. Es una receta para la intolerancia hacia los individuos y va en contra de los principios en que hasta ahora se ha basado el mundo civilizado.
Las amenazas también provienen de otros lados. La autocensura ahora existe en Hong Kong, donde los medios saben que China fácilmente puede influir en las empresas de esa ciudad que publicitan allí y hacen negocios en China. Ese y algunos países del Golfo Pérsico tienen convenios lucrativos con prestigiosas universidades de Occidente en que ya se sospechan casos de autocensura académica en sus campus occidentales. Según la organización PEN, un 34% de escritores en los países libres ahora practican cierta autocensura debido a la vigilancia masiva oficial.
El mundo no puede seguir ese camino. Hay que ser respetuosos y tolerar ser ofendidos. O, como dice un amigo escritor, hay que derramar tinta, no sangre.