Un video colgado en Internet el último sábado en el que el congresista por Lima, Daniel Olivares (Partido Morado), comentaba que consume marihuana desde hace 20 años levantó esta semana una polémica sobre el consumo recreacional de cannabis en el país. ¿Debería el Perú unirse a la lista de países que han legalizado esta sustancia? Carmen Masías Claux, directora ejecutiva de Cedro, y Juan José García Chau, presidente de la asociación Contribuyentes por Respeto, exponen sus puntos de vista en esta edición de Cara y sello.
¿Dañinas por ser ilegales o ilegales por ser dañinas?, por Carmen Masías Claux
“No podemos claudicar ante una droga que es peligrosa, sobre todo en los adolescentes”.
En el debate sobre el uso de la marihuana, confundimos con frecuencia ‘despenalizar’ con ‘legalizar’. Pero son conceptos diferentes. Penalizar es sancionar al que la consume (felizmente, esto no ocurre en el Perú, a diferencia de otros países en los que un puñado de droga te puede llevar hasta la horca). Por lo que aquí no hay necesidad de ‘despenalizar’. Se debe, según la ley, respetar el derecho al uso de una sustancia mientras la persona que la consuma no ponga en riesgo a otras. ‘Legalizar’, por otro lado, significa producirla, comercializarla libremente y promocionar su consumo. Existe una corriente legalizadora muy ligada a una visión economicista y sin argumentos éticos. Una tendencia que se hace más explícita cuando se habla de drogas cocaínicas.
El cannabis (la marihuana) es la droga ilegal de mayor uso en el Perú. Algunos países han legalizado su consumo, permitiéndonos analizar sus resultados: incremento de urgencias pediátricas (por ejemplo, por púberes que la consumen a través de caramelos, brownies, etc.), mayor incidencia de accidentes peatonales y vehiculares, aumento de depresión e intentos –a veces exitosos– de suicidios entre los adolescentes, además de los efectos a mediano y largo plazo que han sido extensamente estudiados de manera longitudinal.
El cannabis posee 66 elementos. Los principales son el tetrahidrocannabinol (THC) y el cannabidiol, principales componentes de la marihuana. Diversas investigaciones en países del mundo y un informe de personas expertas peruanas nos dicen, desde la ciencia, que el elemento cannabidiol puede usarse en ciertas condiciones patológicas que no ceden ante medicinas existentes, como determinadas enfermedades raras, neuropatías severas, autismo, algunas epilepsias, dolores en fase terminal, disminución de efectos de quimioterapia, etc. La propuesta para su uso con fines medicinales compartida por las familias con casos como los mencionados logró su aprobación, generando una ley e invitando a los que necesiten la sustancia a formar parte de un registro. Este fue un logro que ayuda a romper convencionalismos, pero que, por razones de burocracia, sigue esperando su reglamentación durante años...
Pero, ¿qué podemos decir sobre la marihuana recreativa (fumada), cuyo componente (el THC) es dominante y adictivo? Enumerar sus consecuencias requeriría tiempo, sobre todo –aunque no solamente– aquellas que se derivan de su uso temprano y prolongado. ¿Por qué, entonces, no legalizarla?
Porque la frustración de no avanzar como queremos en la prevención no puede hacernos claudicar ante una droga que altera el sistema nervioso central y que es peligrosa, sobre todo en la etapa adolescente.
Porque el Perú registra una informalidad mayor al 70%, por lo que la legalización crearía mercados paralelos sin supervisión en la trazabilidad de la sustancia. Porque hemos disminuido el consumo de tabaco (la droga que más muertes causa en el mundo) y legalizar la marihuana recreativa sería volver a una situación conocida que demandaría un esfuerzo aun mayor. Porque se incrementaría su consumo y porque tenemos que preguntarnos qué es lo que no les estamos ofreciendo a nuestros jóvenes que los llevan a querer disminuir su ansiedad y su frustración a través de estas sustancias.
Legalización responsable, por Juan José García Chau
“La legalización es una forma de ejercer control sobre sustancias peligrosas”.
Alrededor del mundo, la comercialización de cannabis está siendo legalizada no solo para fines medicinales, sino también recreacionales. Ante ello, los opositores a dicha tendencia esgrimen tres argumentos débiles que, además, contradicen el objetivo que persiguen: preservar la salud de las personas.
Primero, “el consumo de cannabis, sobre todo de variedades potentes en THC, aumentan el riesgo de desarrollar psicosis”. Si bien es cierto que el cannabis se ha vuelto más potente, ya que la concentración de THC se ha incrementado del 4% en 1995 al 16% en el 2018 (NIDA), no es clara la causalidad entre el consumo y un cuadro psicótico.
Por ejemplo, en Gran Bretaña se encontró que mientras el uso recreativo de cannabis aumentó significativamente entre 1996 y el 2005, los cuadros de esquizofrenia –un tipo de psicosis– se mantuvieron estables (Frisher, 2009).
La lógica detrás es que, si se mantiene ilegal, menos personas accederán al cannabis y, por ende, habrá menos cuadros psicóticos debido a su consumo. Sin embargo, se puede argumentar precisamente lo contrario, ya que, si esta se legalizase, la regulación podría exigir menores niveles de THC y, por consiguiente, reducir dicho riesgo.
Segundo, “el cannabis es la entrada a drogas más fuertes”. En el 2015, se encontró que el 45% de las personas que habían probado cannabis también habían probado otras drogas en algún momento de sus vidas (Secades-Villa, 2015). No obstante, los datos no prueban causalidad.
La principal “droga de entrada” es, en realidad, el tabaco, ya que los adolescentes que fumaron cigarros entre los 12 y 17 años fueron tres veces más propensos a consumir alcohol y siete veces más propensos a consumir drogas duras, como la cocaína o heroína (CASA, 2007). El desarrollo de una adicción responde, en realidad, a factores sociales y psicológicos (Von Sydow, 2002).
Tercero, “el cannabis es adictivo y poco saludable, por lo que debe mantenerse ilegal para minimizar sus daños”. Es cierto que el cannabis puede generar adicción psicológica en determinadas personas y algunos problemas de salud. No obstante, dicha evidencia no es determinante, ya que al incluir en los análisis el consumo de alcohol y tabaco, no queda clara la causalidad del daño.
Al analizar en perspectiva la adicción, si bien el 10% de los que prueban cannabis se vuelven usuarios habituales, el 16% de los que toman alcohol se vuelven bebedores y el 32% de los que prueban cigarros terminan siendo fumadores regulares (Lachenmeier, 2015).
Además, se sabe con certeza que el alcohol y el cigarro afectan el cerebro, destruyen el hígado y los pulmones, y causan cáncer, generando en conjunto más de 10 millones de muertes al año. Y por el hecho de que sean legales, nadie sugiere que sean inofensivos.
La legalización es una forma de ejercer control sobre sustancias peligrosas, sobre todo para proteger a los más jóvenes. Para los adolescentes, es mucho más difícil acceder a drogas legales que ilegales. Legalizar el cannabis recreacional no significa apoyar su consumo, sino asignar responsabilidades al que lo comercializa y mitigar los riesgos sobre la salud de los usuarios.