“Esto” no viene de ayer. Mucha de nuestra política ha transcurrido por muchos años por las alcantarillas.
El hedor se sentía, pero no fue obstáculo para que la economía creciera. No obstante, la herencia de miseria no podía ceder rápido y muchos de los más acomodados lo asumieron con una frivolidad que lindaba con la indiferencia. De su lado, muchos de los políticos prefirieron corromperse antes de usar la relativa prosperidad para cerrar más rápido brechas históricas. Los casos sobran y van desde encumbrados presidentes hasta alcaldes, pasando por casi todos los gobernadores regionales.
Entre tanto, bastantes entre los millones que se ‘recursean’ para sobrevivir se dijeron “que esta también sea la mía”. La corrupción, las economías criminales en el mundo rural y el crimen organizado en las ciudades son sus peores manifestaciones, pero no las únicas.
Por la rabieta de ya sabemos quién, la cosa se puso mucho peor desde el 2016. La pandemia mostró en el 2020 que los avances sociales tenían la consistencia de una galleta de soda. Y ahora, el desgobierno de Pedro Castillo viene echando lo que va quedando del país por la cloaca.
Hoy somos un país en riesgo de no ser viable. Si por viable entendemos justo, democrático, con ley e igualdad de oportunidades.
Veo más probable que se vaya profundizando y extendiendo la ilegalidad y que las mafias controlen más la vida política y económica. No estamos en un punto de no retorno, pero casi.
No hay solución fácil ni inmediata. La única salida es que las fuerzas sanas de la sociedad –que no son pocas, están en todo el espectro y pesan mucho– encuentren un camino y lo recorran con coraje.
Y para esto hay que empezar por un diagnóstico adecuado. La primera barrera para tratar de salir adelante tenía sombrero y se llama Pedro. Importa poco si le queda algo de su proyecto ultraizquierdista o si se ha sumado a las fuerzas más conservadoras, o todo lo contario. Importa mucho, en cambio, que expresa y potencia las peores taras que nos jalan hacia el subsuelo.
¿Cómo se libra el Perú de Castillo y de un Gobierno cada vez más expresivo del lado mafioso de nuestra sociedad?
Varios le venimos exigiendo que renuncie, apelando a una mínima dignidad personal. Pero me temo que lo que lo ata al poder es el pánico por lo que sabemos que ha hecho y las cosas que se irán descubriendo. Había, pues, un mensaje inconsciente en aquello “del pollo muerto que estaba vivo”: Castillo se sabía materia inerte para gobernar, pero agilito para encontrar a los vivísimos Pepes y Pepas que lo entornan.
Su salida equivaldría solo a sembrar una posibilidad a futuro. Una que, no nos engañemos, caería en tierra áspera y árida. Todos los que queremos un país (y no esto) tendríamos que protegerla, aun sin la certeza de que puede fructificar.
La renuncia solo vendría con una calle inmensa exigiéndoselo, pero esta no aparece. Quizás porque no emergen personas que inspiren respeto y confianza para liderar con éxito una convocatoria. Quizás por el legítimo temor de que quienes son parte consustancial del problema reaparezcan disfrazados de solución.
¿Se la puede reemplazar por la vacancia?
Medida extrema y discutible, pero que está prevista en la Constitución. Con Fujimori se estrenó y no causó ningún alboroto. Con PPK se usó por un caso de 15 años antes (por el que debía rendir cuentas al terminar su mandato), pero que el fujimorismo y la izquierda, cada uno por su odio a lo que significaba, utilizó. Hoy, sin ruborizarse, estos últimos describen la posibilidad de una vacancia como un complot para un golpe de Estado.
Es verdad que la vacancia de Martín Vizcarra cayó como una bomba. La explicación es que todavía era un presidente respetado por muchos y Manuel Merino era exactamente lo opuesto. Pero ese es un asunto político y no constitucional.
Sin embargo, tampoco es que la vacancia esté a la vuelta de la esquina. Castillo se ha asegurado los votos de Perú Libre (facción Cerrón) con los inenarrables que ha puesto en el Ministerio de Salud y en el de Energía y Minas. Los del “ala magisterial” (léase Fenate/Movadef) están asegurados con su cuota en el Ministerio del Ambiente. Los votos de Somos Perú vienen con el nombramiento de un oscuro personaje en Ministerio de Cultura. Los de Juntos por el Perú, con la permanencia del ministro de Comercio Exterior que, al igual que los de Vivienda y MTC, sobrevive a todas las purgas castillistas y me temo que no por buenas razones.
La situación en el Congreso es tan enredada que quizás hasta consigan el voto de confianza. Después de todo, este Congreso es tan populista y ‘otoronguista’ como sus predecesores y, además, viaja en el colectivo pirata de este Gobierno en varios temas regresivos.
Solo un escándalo mayúsculo (“más mayúsculo” que los anteriores y, si cabe, más visiblemente personificado en Castillo) podría convocar masivamente a la ciudadanía y generar una salida. De llegar ese momento, se demandará “que se vayan todos”. No especulo, así lo dice el 74% de los encuestados por Ipsos-América TV.