- Lee aquí el Editorial de hoy jueves 30 de noviembre: “No se oye”
Quién sabe en qué acabe esta nueva trama de destrucción a mansalva que algunos operadores de los órganos de poder del Estado le vienen infligiendo a la delgadísima capa de institucionalidad que nos queda.
Más allá de los personajes que hoy destacan, en especial la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, el equipo especial de fiscales anticorrupción que viene investigando a sus asesores en un caso que la implica, el muy probable contubernio con algunos congresistas y la denuncia penal por homicidio calificado y lesiones graves contra la presidenta de la República Dina Boluarte y el presidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola, como reacción a la sindicación de Benavides, lo que tenemos al frente es un escenario de pugnas y vendettas por asegurar el control de entidades, procesos y resultados en pro y en contra de grupos y personas.
Toda una batalla campal, como esas que se producen en algunos partidos de fútbol donde el árbitro y los jueces de líneas son cuestionados y agredidos, varios espectadores se meten al campo para pegarles a los jugadores, otros al árbitro, mientras la policía trata de detenerlos sin éxito en algunos casos y luego de varias tarjetas rojas.
Todo un despelote. Uno más desde que en el 2016 nos empezamos a acostumbrar a estos.
El sistema político tiene que resetearse. Quienes piensan, por ejemplo, que adelantar elecciones por cualquiera de las vías constitucionales es una salida, dejan de lado dos cosas. Primero, que el votante mayoritario, tras esta nueva demostración de impudicia y desvergüenza de la clase política y de algunas autoridades claves, cuya razón de ser es supuestamente velar por la tutela del ciudadano (sistema de administración de justicia), decidirá con el hígado y la sinrazón, con un entendible deseo de que se vayan todos. Una situación en la que el remedio muy probablemente será peor que la enfermedad.
Segundo, y acaso más importante, es que (tal y como reza una frase que se le atribuye a Albert Einstein) no es posible obtener resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo (mismas personas, salvo variantes cosméticas, y mismas reglas de juego).
¿Puede resultar una sorpresa para alguien acaso que un Congreso hiperfragmentado, con una gran mayoría de parlamentarios que se representa a sí misma o a intereses ilegales (porque los partidos responden al dueño o a la cúpula que los controla) y, por ende, con investigaciones fiscales abiertas, no termine negociando el voto para decisiones trascendentales?
El reseteo en serio viene con programa nuevo. Lo demás es chiste. Uno más.