El Perú está sumido en una profunda crisis que nos lleva a no tener un norte como país. La inexistencia de partidos y líderes políticos hace que los ciudadanos no se sientan representados. Lo que los lleva a resolver sus problemas alejándose de los canales institucionales y operando de espaldas a un Estado que no responde a sus necesidades. Mientras que la falta de valores hace de la corrupción una herramienta válida. Ya sea para que, desde el sector público, los funcionarios obtengan ingresos adicionales o, desde el privado, se logren negocios indebidos comprando al poder de turno.
Todo lo anterior ha debilitado la confianza de los ciudadanos en el Estado, los políticos, los empresarios y en los demás ciudadanos. Y, sin embargo, aún no hemos logrado canalizar esta frustración para generar una corriente que nos ayude a salir de la crisis. En cualquier país civilizado, los ciudadanos se habrían volcado a las calles para manifestarse, por ejemplo, contra el desastre ecológico producido por Repsol, exigiéndole resarcir el daño causado y presionando por una sanción acorde a este que obligue a la empresa a mantener estándares mínimos, esos que no habría priorizado en su afán por generar mayor utilidad, ahorrando en personal capacitado y al no implementar un plan de contingencias debido. Si esto hubiese ocurrido en un país civilizado, serían los mismos gremios quienes cuestionarían la falta de responsabilidad y el mal manejo de la crisis de Repsol. Pero no aquí.
La Encuesta Global de Integridad 2020 encontró que el 39% de los encuestados cree que el personal a nivel gerencial de su empresa estaría dispuesto a sacrificar la integridad para obtener beneficios financieros en el corto plazo. Y uno de cada tres estaría dispuesto a incurrir en inconductas a fin de mejorar o proteger su carrera profesional o remuneración. Esto nos demuestra que las empresas en el Perú están fallando al no establecer una cultura corporativa que los conecte con sus trabajadores y le permita a la empresa trascender.
Si estuviésemos encaminados hacia el desarrollo, tendríamos líderes empresariales conscientes levantando la voz contra un gobierno inescrupuloso que nombra ministros y altos funcionarios vinculados a Sendero Luminoso, con acusaciones de corrupción y quienes creen que la violencia contra la mujer es un asunto privado. Y es que los valores, los principios y la ética son necesarios para construir un país. Pero en el Perú nos enfocamos solo en el crecimiento económico y dejamos de lado la educación, la formación y los valores.
Sí, sin crecimiento económico no es posible reducir la pobreza ni llevar al país al desarrollo y, por ello, el capitalismo es el sistema económico que mejores resultados ha dado en la historia. Nunca antes se había reducido la pobreza a los niveles prepandemia ni se había logrado que tantas personas a nivel global tuviesen necesidades básicas satisfechas, acceso a educación, salud y a una vivienda. Y, sin embargo, nos queda muchísimo por hacer para cerrar la brecha de acceso a servicios de calidad, pero esto no se logrará repartiendo bonos. Para luchar contra la pobreza y mejorar la calidad de vida de los peruanos debemos incentivar la creación de empresas con propósito que generen bienestar, no solo para sus accionistas, sino para todos sus ‘stakeholders’.
Lograr encaminar al Perú requiere de líderes conscientes que no teman levantar la voz para señalar aquello que es equivocado y que defiendan sus principios, esos que no son negociables. Necesitamos líderes que promuevan una visión de país y que hagan lo que todos deberíamos estar haciendo hoy: Política, con ‘P’ mayúscula. Debemos ir más allá de nuestras empresas, participar en la sociedad y hacer propuestas de políticas públicas para sacar adelante las reformas pendientes (política, judicial, regionalización, laboral). No olvidemos, primero, que antes que empresarios somos ciudadanos y, segundo, que mercados y empresas no serán sostenibles en entornos sociales y políticos que favorecen el abuso del poder, la desigualdad de oportunidades y la corrupción.