En el año 2013 el Perú perdió el título de estrella económica latinoamericana. Todo aquello que promovía al aumento del bienestar de sus habitantes empezó a decaer. Una época dorada de veinte años de crecimiento a ritmo promedio de 5,4% llegó a su fin y con ello el país retornó a una ‘nueva normalidad’ de mediocre progreso. El final del proceso de rápido crecimiento de la economía resume de manera admirable ese deterioro: la pobreza empezó a disminuir mucho más lentamente (o a aumentar como en el 2017), se crearon cada vez menos empleos formales, cesó el aumento vertiginoso del consumo y finalmente, buena parte de la nueva clase media empezó a manifestar signos de vulnerabilidad.
Los economistas repiten constantemente que la condición indispensable para crecer vigorosamente es el tener cimientos económicos sólidos. Esta solidez sigue hoy vigente y se expresa en el bajo nivel de deuda, enormes reservas internacionales, el déficit fiscal bajo control, inflación muy moderada, acceso privilegiado a los mercados internacionales de crédito y una plena integración comercial al mundo.
Estos fundamentales requisitos, sin embargo, no son suficientes si se desea sostener un crecimiento dinámico. Se requieren condiciones adicionales que permitan definir un ambiente favorable a la creación de riqueza. Es allí donde el Perú ha enfrentado serias dificultades. No se han efectuado imprescindibles reformas económicas. Peor aun, se han verificado graves retrocesos institucionales en las esferas de la política, la seguridad ciudadana y en el sistema de justicia. Tampoco se ha abordado la espinosa tarea de reformar la agobiante e ineficiente maraña regulatoria causante del deterioro del ambiente de negocios y creación de riqueza.
Todas estas carencias se han reflejado en un único y alarmante resultado: la caída del crecimiento potencial de la economía. Este dato indica con relativa certeza la velocidad de crecimiento que se puede sostener si se utilizan plenamente los recursos físicos y humanos de que dispone el país. La caída ha sido estrepitosa: desde más del 6% hace tan solo una década hasta el potencial actual que se sitúa alrededor de solo el 3,5%.
En la década que antecedió al año 2014 la economía creció 6,4% por año. Es decir que no solo alcanzó su potencial, sino que en algunos años lo superó, en parte debido a factores internacionales favorables. Este año, sin embargo, no alcanzaremos siquiera nuestro deteriorado potencial de 3,5%. Los datos del crecimiento mensual publicados para los cinco primeros meses del año muestran una economía que crece a tasa anual de 1,48%. Es decir, se requeriría que el resto del año la tasa mensual promedio se eleve hasta el improbable nivel de 4% para alcanzar un crecimiento de 3% en el 2019.
Ante estos hechos, tenemos que reflexionar muy seriamente acerca de dos temas fundamentales: qué ha hecho que el crecimiento potencial del Perú haya descendido de más del 6% al 3,5%, y adicionalmente, tratar de explicar por qué este año no se alcanzará al menos el pobre potencial de 3,5%.
Se pueden identificar, en mi opinión, cuatro causas primordiales para explicar en el tiempo el deterioro del potencial del crecimiento del país. La primera está dada por la creciente dificultad de trasladar recursos físicos y humanos desde lugares poco productivos a sectores con mayor productividad. Es cada vez más difícil, por ejemplo, emplear formalmente o sustituir tierra agrícola de poca productividad por cultivos de alto valor. La segunda está relacionada con la maraña regulatoria en multiplicidad de agencias de los tres niveles de gobierno. La tercera proviene de las fallas gubernamentales y empresariales para llevar adelante numerosos proyectos mineros y de hidrocarburos. La cuarta tiene que ver con la falta de control del territorio producto de una descentralización fallida que ha acabado con el carácter unitario de la nación. El país ha devenido ingobernable por la incapacidad del poder central en ejercer su rectoría sobre las políticas nacionales que en muchos casos es usurpada por gobiernos regionales que no responden a una visión compartida de país o al menos a la orientación de partidos nacionales. En las últimas elecciones regionales 111 de las 196 provincias cayeron en manos de una miríada de precarios movimientos regionales.
Finalmente, el insólito fenómeno de obtener este año un crecimiento inferior al ya magro potencial, solo se puede explicar por aberrantes hechos políticos y la calidad de las políticas públicas. Ello ha dañado la confianza empresarial y la del consumidor. Adicionalmente, la falta de un equipo elemental de gerencia que acompañe al primer mandatario ha resultado en la estrepitosa performance de la inversión pública.