En un artículo publicado en una interesante selección de historias del “New York Times”, el escritor Michael C. Bender muestra cómo Donald Trump está vinculando crecientemente política y religión al relacionarse con sus seguidores. Esto se hace explícito al final de sus mítines y en su ‘merchandising’, incluidas las vistosas gorras bordadas con el nada discreto lema “Jesus is my savior, Trump is my president”.
Según explica Bender, “el credo político de Trump se erige como uno de los ejemplos más crudos de su esfuerzo por transformar al Partido Republicano en una especie de iglesia de Trump. Su insistencia en la devoción y la lealtad absolutas pueden verse en todos los niveles del partido, desde el Congreso hasta el Comité Nacional Republicano y los votantes de base”.
“Rezaremos a Dios por nuestra fuerza y por nuestra libertad”, “somos un movimiento, un pueblo, una familia y una gloriosa nación bajo Dios”. Estas frases, recogidas en la nota citada, dejan ver hacia dónde se está dirigiendo su campaña en los meses previos a las presidenciales de noviembre de este año.
¿Cómo contrarrestará el Partido Demócrata esta fuerza política, religiosa y electoral de los republicanos, ahora que, al decir de Bender, Trump está “enmarcando su candidatura como una lucha por el cristianismo”? (El marco, como saben los comunicadores, es la idea fuerza de una campaña, la que le da sentido a las demás). Los demócratas, con el presidente Joe Biden buscando ser reelegido, probablemente afiancen su base liberal y traten de inclinar a su favor a quienes vean en Trump una amenaza a sus libertades básicas.
Es preocupante que en EE.UU., principal potencia mundial, se apele a la religión para lograr votos ni más ni menos que para la presidencia. La necesidad de separar Estado e Iglesia tiene como hito el pensamiento liberal de un inspirador de sus padres fundadores, John Locke. Ya en el siglo XVII, Locke, preocupado por la intolerancia que derivaba en guerras religiosas en Inglaterra y otros lugares de Europa, teorizaba acerca de esta separación.
Y es que la política es el espacio del debate, mientras que la religión es el espacio de la fe. Cada quien puede tener las creencias que desee, pero el Estado es el ámbito del poder público en el que conviven todos. Arriesgar lo conseguido en este terreno es señal de crisis de la democracia y de serias fracturas en la sociedad. Mientras tanto, en la región, cabe esperar que, si gana el republicano, a la moda Bukele –basada en el autoritarismo– no se le sume la moda Trump.