Hace exactamente un siglo, las personas que enterraban el cuerpo de Abraham Valdelomar en el cementerio Presbítero Maestro habrán pensado en todo lo que había formado parte de esa vida corta, veloz y melancólica. En apenas 31 años (había nacido en Ica en abril de 1888), Valdelomar se había convertido en una figura reconocida en todo el país. Director durante un tiempo del diario oficial “El Peruano”, partidario y seguidor de Guillermo Billinghurst, secretario de José de la Riva Agüero y Osma, secretario de la presidencia del Consejo de Ministros de José Pardo y Barreda, fue además de un magnífico escritor de cuentos, un periodista apasionado y un personaje de la vida limeña que quiso ser una figura nacional. Su crónica sobre la bailarina Ana Pavlova es notable (dicho sea de paso, la visita de Pavlova produjo la famosa “danza de las esdrújulas” de Juan Valles: “las ideales sílfides de condición elástica”). Valdelomar además se batió a duelo de espada en 1913 con Alberto Ulloa Sotomayor, por un artículo difamatorio. Los dos terminaron amistándose y Ulloa prologó su libro de cuentos “El Caballero Carmelo”.
No fue la única vez que el deseo de batirse a duelo rondó a Valdelomar, pues también tuvo un conato con el director de “La Prensa”, Glicerio Tassara. Además, Valdelomar fue un dibujante satírico, fundador de la revista “Colónida” y, junto a su amigo José Carlos Mariátegui, protagonista de numerosos proyectos comunes.
De esa vida corta y feroz, quedan muchas páginas y algunas anécdotas. Valdelomar es autor de la supuesta frase “El Perú es Lima. Lima es el Jirón de la Unión. El Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”. Aunque puedo equivocarme, no he encontrado esa frase escrita en ninguno de sus textos. Sin embargo, se adecúa a su leyenda. Una de las anécdotas lo sitúa mirándose al espejo en el baño del Palais Concert mientras dice: “¿Quién soy yo? ¿No soy un cholo huachafo?”. Luis Alberto Sánchez contaba que, al verlo con su atuendo de colores encendidos, Valdelomar le comentó (cito de memoria): “Con tal de impresionar a tus limeños, yo puedo vestirme con lo que sea”. Esta frase va de acuerdo con una declaración que hizo en una entrevista: “El primer deber de un escritor en el Perú es evitar ser aplastado”. La ironía y el espíritu de figuración fueron las armas con las que quiso esconder su vulnerabilidad y su mirada inocente.
Estas cualidades aparecen en su obra. Está claro que hay un grupo de cuentos y de poemas que van a quedarse con nosotros. Muchos seguiremos repitiendo pasajes de “El Caballero Carmelo”, “El vuelo de los cóndores”, “Los ojos de Judas”. Uno de mis pasajes preferidos es el regreso del hermano que va sacando sus regalos en el inicio de “El Caballero Carmelo”. Por otro lado también va a estar siempre con nosotros el poema “Tristitia” (que Neruda recitaba de memoria). Al final, dedicado a la política y a los viajes, Valdelomar había dejado de escribir. En sus últimos años, ya su vida iba demasiado aprisa. Tuvo una muerta violenta causada por un accidente en Ayacucho. Pero hoy en sus libros, su vida sigue siendo, como en “Tristitia”, “dulce, serena, triste y sola”.
Posdata. Al terminar este texto me entero de la muerte de otro de los grandes escritores y ensayistas peruanos, José Miguel Oviedo, que durante años fue colaborador de El Comercio. Soy parte de las muchas generaciones de lectores y alumnos suyos. José Miguel vivió lejos los últimos años pero siempre estuvo cerca del Perú. Nunca dejamos de aprender de él. No vamos a olvidarte, amigo y maestro.