La nueva administración ha tenido un inicio nada auspicioso. Tanto así, que el círculo virtuoso que mostraba al Perú como una de las macroeconomías más sólidas de la región se podría perder.
En el corto plazo, la incertidumbre, la falta de confianza en la direccionalidad en materia económica, la escasa capacidad de gestión y las crecientes contradicciones en el frente político, se manifiestan en una fuerte depreciación de nuestra moneda, una inflación al alza, la licuación de los valores cotizados en bolsa, una creciente dolarización, un menor apetito por nuestros bonos soberanos y la salida de capitales. Esta situación, eventualmente, nos podría llevar a la degradación misma de la calificación de riesgo soberano.
Administrar un país y su economía es un tema muy serio. El quinquenio pasado se perdió por el escaso aporte al país que generó el frente político, ¿estamos próximos a perder otro?
El problema central es que, con lo que se viene haciendo, las bases y la confianza que sostenían nuestro crecimiento se estarían desvaneciendo. Aquí, cuatro frentes que no podemos perder de vista:
El primero, asociado a la posibilidad de perder credibilidad y sostenibilidad fiscal. La actual administración, ha anunciado únicamente metas de 3,7% de déficit fiscal y del 38% del PBI de deuda pública para el 2022. Sin embargo, ello no nos proporciona un derrotero que nos permita alcanzar la convergencia fiscal en el mediano plazo. Si la presentación al Congreso del nuevo presupuesto y el nuevo Marco Macroeconómico Multianual (MMM) para el período 2021-2026 no se acompaña con cifras creíbles y con un mínimo de fundamentos, habremos dado un paso atrás. La verdad es que, sin inversión privada y sin crecimiento promedio anual por encima del 5%, no habrá posibilidad de lograr la deseada convergencia fiscal en los próximos años.
El segundo, la solidez de nuestro frente externo se puede resumir en nuestra posición de RIN que supera el 33% del PBI, un récord histórico. Hoy los precios de los minerales nos vuelven a apoyar y nuestra balanza comercial, para el 2021-22, se proyecta muy favorable con superávits por encima de los US$13.000 millones en cada uno de ellos. Sin embargo, de continuar la incertidumbre, los capitales tanto personales como empresariales continuarían saliendo del país absorbiendo lo positivo que pueda generar nuestro ámbito comercial. Eso significa que también la licuación progresiva de nuestras RIN estaría garantizada a menos que la confianza en la administración pública retorne.
El tercer problema se vislumbra en nuestra dinámica de inversión privada para los próximos años. Esta ya no crecerá a dos dígitos este año, como lo había estimado el BCR, y es posible que el próximo su crecimiento sea nulo. Si no hay nuevas y correctas señales, la relación inversión total como porcentaje del PBI podría llegar a menos del 20%, una de las más bajas de los últimos 20 años.
Finalmente, es claro que, si bien la economía crecerá este año, los índices de producción desestacionalizadas denotan un primer semestre menos auspicioso de lo que se esperaba. El entorno político tiene mucho que ver con esto. Crecemos con respecto al año pasado, pero nuestro nivel de producción mes a mes no denota un despegue. Esto podría llevarnos a un crecimiento de solo 8% este año y a un crecimiento del 3% para el bienio que terminará el próximo año. Es más, de no haber cambios, podríamos experimentar un magro crecimiento promedio anual de alrededor de 1,5% para el próximo quinquenio.
Para evitar un colapso hacia el 2026 tenemos que dar un giro sustancial. Nadie en el mundo ha generado bienestar con controles de precios, limitando vínculos de acuerdos comerciales con economías exitosas o satanizando al sector privado.
Es cierto que, por ejemplo, existen segmentos del mercado que no operan eficientemente e impiden que el bienestar sea adecuadamente distribuido, pero para corregir esto no se requieren ideologías trasnochadas, sino mano firme para desarrollar reformas estructurales que propicien institucionalidad, infraestructura y eficiencia en el Estado. Se requieren equipos técnicos realmente independientes y gente honesta.
Hoy se está destruyendo valor y se estarían engendrando las condiciones para que los más vulnerables sean los que más sufran. Debemos impedir otros cinco años de estancamiento. El daño puede ser irreparable para más de 32 millones de peruanos.