Va a ser muy difícil que Keiko Fujimori repita en el 2021 la estrategia de querer mostrar un fujimorismo renovado, republicano y democrático, cuando en el ejercicio de poder que su actual bancada le brinda viene demostrando con ahínco características políticas contrarias.
El giro a la derecha que Keiko Fujimori ha aplicado pasa, al parecer, por una exacerbación de la habitual tosquedad del fujimorismo y por la construcción de un escenario que claramente encamina a Fuerza Popular hacia un segmento autoritario antes que liberal.
Keiko se deshizo en promesas, cartas de intención y juramentos políticos durante la campaña última. Algunos le concedieron el beneficio de la duda, considerando que ella era, efectivamente, una hoja en blanco, sin pasado gubernativo –salvo el episódico ejercicio como primera dama en las postrimerías de los 90– y que en esa medida había que admitir la posibilidad de que realmente no fuera una reedición del régimen paterno, que fuera una versión cualitativamente mejorada de su padre.
En la próxima campaña electoral ya no podrá repetir dicha estrategia. Hoy, esta vocación política de dureza le podrá reportar beneficios inmediatos, como se aprecia en las recientes encuestas de opinión pública, pero para los menesteres de una contienda electoral, le enajenará el caudal de votos independientes que se necesita siempre para ganar en la segunda vuelta.
La reciente embestida contra el Tribunal Constitucional (más allá de la eventual razonabilidad en la crítica a cuatro magistrados), el Ministerio Público, el propio presidente de la República y también la prensa independiente, todo al unísono, pone en evidencia que la suavidad y la cortesía –virtudes democráticas– están muy lejos de formar parte del equipaje fujimorista.
Desde la elección del propio nombre de la agrupación –Fuerza Popular–, había quedado claro que lo que se busca es darle contundencia y poder a un movimiento que los propios fujimoristas sienten necesario reivindicar del duro juicio de la historia.
Keiko Fujimori ha desperdiciado la valiosa oportunidad de demostrar en los hechos, durante estos cinco años, que su discurso de modernización democrática no era tinta sobre papel, sino práctica probada en la realidad. Hoy, el antifujimorismo no solo bebe de los momentos aciagos de los 90, sino también de la inmadurez presente de Fuerza Popular.
Hay consejeros de Keiko que la han convencido de que perdió las elecciones por haber sido demasiado concesiva con los gobiernos de Alan García y Ollanta Humala. Le sugieren, por ello, que endurezca el puño y muestre reciedumbre, aun si en el intento se excede y pisa los predios de la arbitrariedad.
En el Perú, dada la anomia generalizada y la falta de instituciones sólidas, se valora el mando. En ese sentido, la apuesta fujimorista podría ir en la dirección correcta. Pero los naranjas parecen olvidar que lo que se aprecia es el poder constructivo, reformista, propositivo; no el ejercicio abusivo del poder. El poder es la materia prima básica de la política y está bien que se utilice, pero lo que vemos en estos días de desborde fujimorista es un despliegue tanático difícilmente redituable.
La del estribo: ciento por ciento recomendable “Mario Vargas Llosa. Conversación en Princeton”, un libro que compila un diálogo con Rubén Gallo y alumnos de Princeton, donde nuestro Nobel habla, con claridad y extrema sinceridad, de su obra, de literatura, política, periodismo y actualidad.