Pasadas las marchas de julio y el mensaje presidencial, el Gobierno ha logrado establecer una especie de libreto básico. Digo libreto porque, por ahora, la narrativa del Ejecutivo se parece más a una puesta en escena que a un plan concreto para el futuro.
El objetivo más importante de la presidenta Dina Boluarte es sobrevivir y llegar al 2026. El tema es que, en el trayecto, tiene que gobernar y administrar un país bastante complejo. Por ahora, en el acto de la sobrevivencia la cosa anda medianamente controlada. El objetivo es similar en el Congreso y, más allá de las bajas cifras de aprobación e impunidad política (y legal) de varios de nuestros parlamentarios, las marchas no han movido la agenda ni, por ahora, ponen en peligro la estabilidad del Gobierno.
El libreto para los meses que vienen se plasmó en el extenso mensaje presidencial. Lo primero, fue dar la apariencia de ser una gestión que recién se estrena. Tanto así, que el propio primer ministro Alberto Otárola declaró en Panamericana que la exposición fue “una especie de plan de gobierno que no tuvimos la oportunidad de presentar en los primeros días de la gestión”. Estamos en un momento político distinto al de la elección de Pedro Castillo y, sin ninguna duda, con todos sus vacíos, prefiero los lineamientos del mensaje de 28 a aquello que propusieron Castillo, Vladimir Cerrón y la propia Dina Boluarte durante la campaña. No obstante, sería bueno recordarle al señor Otárola que nadie votó por el nuevo “plan” expuesto por la presidenta.
Siguiendo con el guion, la mandataria formuló un pedido de delegación de facultades legislativas para aprobar normas sobre seguridad ciudadana y el fenómeno de El Niño global. Estas solicitudes suelen darse cuando existe una luna de miel entre un presidente recién electo y la ciudadanía. La idea es plasmar en leyes algunas de las propuestas de la campaña. Acá no estamos frente a eso. Lo que tenemos es más la necesidad de marcar y manejar algún tipo de agenda y dar la sensación de que este es un gobierno normal, como otros del pasado.
¿Es una mala jugada? Para nada. Apostar por los temas más sensibles para la ciudadanía (seguridad y El Niño) es un acierto, al menos en lo comunicacional. Le permite a la presidenta y sus ministros tener algo que plantear cada vez que salen a declarar. También se la pone fácil al Congreso que debe ver el tema en los próximos días.
El problema es que el país no necesita solo aciertos comunicacionales. Aunque seguramente será negado (y no tengo cómo probarlo), sospecho que primero surgió la idea de pedir facultades (para manejar algún libreto) y luego se definió qué temas podrían incluirse. Llegará el momento en que, de darse las facultades (que es lo más probable), el Gobierno tendrá que aprobar normas y tomar medidas. No creo que los problemas del país se resuelvan solo con más leyes, pero esperemos que algo positivo salga de esto.
Otro acto ha sido la convocatoria al Acuerdo Nacional. Es poco probable que salgan medidas concretas pero el solo hecho de activar un espacio de diálogo es positivo para el país. Le es útil al Ejecutivo para, al menos, intentar transmitir un cariz más democrático. Y, por otro lado, pone en manos de alguien con el prestigio de Max Hernández la posibilidad de introducir algunos puntos mínimos de diálogo entre actores políticos profundamente distanciados.
No estamos frente a un gran libreto y mucho menos frente a una gran obra. El tema es que el Gobierno requería uno básico y ahora lo tiene.