Hace 43 días Mirtha Vásquez asumió la Presidencia del Consejo de Ministros. La caída del indenoscriptible Guido Bellido y de otros ministros de la talla de Iber Maraví o Ciro Gálvez, así como la ruptura con Vladimir Cerrón, generaron cierta expectativa.
Sin embargo, la concatenación casi diaria de crisis políticas auto generadas nos ha dejado casi sin aliento, sin tiempo siquiera para tomar aire entre una y otra. Una sensación de asfixia que trataré de transmitir, enumerándolas en un párrafo enorme y solo con puntos seguidos.
Ponen como ministro de Educación a un maestro jubilado opuesto a las evaluaciones y vinculado al Fenatep, con no pocos allegados al Movadef. Como viceministro, a un dirigente del Fenatep de Pasco. En Energía y Minas, asume un ultrarradical propuesto por Bermejo. Descabeza seis direcciones y pone a un opositor de la minería como jefe de asesores. Vásquez opina que la nueva Constitución no es prioridad y es desmentida por la nueva ministra de Trabajo. Un operador de Cerrón investigado por lavado de activos es rechazado como embajador en Panamá y aceptado por Venezuela. Ello se frustra: está con orden de no salir del país. Barranzuela, el otro ministro de Bermejo, está lleno de sanciones graves en su paso por la policía. Suspende la erradicación de coca para el narcotráfico. Vásquez apoya un nuevo empadronamiento que incluya a esos cocaleros. Se anuncia que las Fuerzas Armadas apoyarán en seguridad ciudadana por 30 días de los que han pasado ya 15. Barranzuela hace fiesta en su casa con Bermejo. La primera ministra tuitea pidiendo explicaciones al transgresor. Más tarde, dice que fueron inaceptables. Castillo demora la decisión de sacarlo, casi al límite de sacrificar el pedido de confianza. Con Vásquez pidiéndola al Congreso, anuncia la “estatización o nacionalización” de Camisea. El ministro Francke, traduciendo al presidente, dice que se refería a masificar el gas. El de Transportes y Comunicaciones ofrece a informales que no pagan sus multas a condonárselas y ampliar el permiso para sus rutas por 10 años. Saca a la jefa de la Sutrán y la sucesora dura cuatro días al descubrirse que era “tendera”. Tratan de sacar a la jefa de la ATU. Vásquez le dice que resista. Comandantes generales del Ejército y de la FAP se enteran de que ya no lo son por “El Peruano”. Ellos denuncian que es una represalia por negarse a ascender a protegidos del presidente. Vásquez dice que era un hecho muy grave y que ese mismo día habría noticias. No hay renuncia y Castillo tácitamente apoya a Ayala. Vásquez no va a la celebración de los 100 días en protesta. Castillo le responde “a mí nadie me pone la agenda”. Al filo de una interpelación que terminaría en censura, se acepta la renuncia de Ayala. En la policía se producen situaciones similares, el subcomandante las denuncia y pide su pase al retiro. Ayala nombra a su secretaria personal como tercera en la jerarquía del sector. El ministro de Justicia lanza frases ofensivas contra el presidente del BCR. Se descubre que el secretario general de Palacio presionaba también a la Sunat; en este caso, para evitar cobros de deudas tributarias. Se filtran los resultados de la prueba de evaluación de maestros. El Sutep responsabiliza al ministro.
Es evidente que el hilo conductor de casi todas esas crisis es Pedro Castillo. Dicho lo cual, Mirtha Vásquez también tiene responsabilidad. No debió aceptar un Gabinete ya armado sin conocer con quienes iba a trabajar. No por nada proponer a los ministros es su atribución constitucional. Ella podría argumentar que poco a poco los iba a ir conociendo y reemplazando. La realidad es que cada cambio ha sido un parto con fórceps.
Ella es la directora de una orquesta con varios músicos que desafinan y, en no pocas ocasiones, solo para sabotearla. Mandar tuits al presidente para presionarlo o llamarles la atención a los ministros con oficios no va a cambiar esa realidad.
Señora Vásquez, el presidente Castillo es el dueño de la orquesta, pero le ha pedido a usted que la dirija. Tiene que hacer que todos toquen la misma melodía. Si no, pronto el teatro se quedará sin público.
¡SALUD!: Castillo sostiene que los 200 primeros años de independencia fueron desperdiciados, hasta que llegó el hijo del pueblo a empezar a hacer las cosas bien; pero que, justo a él, le exigen en 100 días solucionar lo que ninguno otro pudo. Nadie le ha pedido eso, pero tampoco es tolerable que lo opuesto haya sucedido: inestabilidad, mediocridad, favoritismo, enfrentamientos internos, etc. Todo ello derivando en gestiones cuestionadas, en casi todos los sectores. Salud es la excepción y el país lo reconoce. ¿Qué ha hecho? ¿Refundar el sector? Más bien, continuidad de algo que ya funcionaba bien y se sustentaba en décadas de experiencia de nuestro sistema de salud en vacunación masiva. Para ello, se mantuvo a los mismos equipos. Ahora, cabe felicitar la decisión de exigir el carné de vacunación. Quienes no quieran vacunarse, allá ellos, pero la sociedad y el Estado no pueden cargar con las consecuencias.