Viernes 9 de abril. 11 p.m. El alcalde de la provincia de Talara (Piura), José Vitonera, anunciaba una noticia espeluznante: en el hospital de EsSalud habían muerto en un solo día 12 pacientes de COVID-19 por falta de oxígeno. Talara ya había hecho noticia en el mes de junio, porque a pesar de que allí se construye la obra más cara del Perú (una refinería, que le ha costado a nuestro país la friolera de 4.999,8 millones de dólares) tenía un solo hospital para atender a 144 mil habitantes, con solo dos ventiladores mecánicos y una ambulancia obsoleta.
En Talara se escogió construir una obra, que a decir de los especialistas no será rentable, antes de dotar a su población de un buen centro de salud y de agua potable. En Talara los ciudadanos fueron testigos de un despilfarro del Estado que les enrostra, todos los días, que plata hay, pero no para satisfacer sus necesidades básicas.
Si bien es cierto que Petro Perú reaccionó a la tragedia y colaboró con EsSalud para equipar un buen hospital de campaña, la refinería estuvo varios años ahí, creciendo como un elefante negro de petróleo, sin que nadie hiciera nada por los vecinos. La empresa recién reaccionó ante la tragedia, para disimular el símbolo de las pésimas prioridades de un Estado inútil y frívolo.
Nos hemos jactado durante años de un crecimiento económico que era ejemplo en la región, sin ocuparnos de que esa bonanza se tradujera en tener un país más digno. Menos desigual. Y no, no se consuelen con que bajaron drásticamente las cifras de pobreza, una sociedad que tolera tener al 70% de la población en la informalidad es el mejor ejemplo del egoísmo y la ceguera.
Un informal no es un héroe, tampoco es un renegado que no quiere pagar impuestos. En la mayoría de los casos es una persona parada horas en una esquina, vendiendo medias sin derecho a vacaciones, a una pensión, a una atención en salud, a una educación de calidad, a un transporte menos humillante.
La informalidad no es sinónimo de emprendedurismo, sino de individualismo. Es el resultado de romperse el lomo uno mismo, porque la colectividad que debiera tener una nación no existe. Se ha perdido ¿alguna vez lo tuvimos? el concepto de bien común, y eso se reflejará el día de hoy en las elecciones.
Supuestamente es la política la encargada de que los peruanos se sientan representados para que sus demandas sean escuchadas, pero en lugar de cumplir con su labor solo ha contribuido a crear un sistema donde priman los intereses diversos y hasta opuestos que probablemente se traducirán en una votación fragmentada.
¿En qué se parece un empresario exitoso a un superviviente de la economía informal? En nada. ¿Entonces cómo pretendemos que voten igual?
Hoy es un día decisivo para el país, se ha perdido la esperanza y es evidente que esto iba a ocurrir. Pero la única manera de recuperar nuestra capacidad de reclamarle a los gobiernos que reaccionen ante las necesidades de todos los peruanos es yendo a votar. Haciéndonos responsables de nuestras elecciones, para que el día de mañana podamos reclamar, que el poder le pertenece al votante, no al elegido.
El trabajo de un presidente es servirnos a nosotros, no convertirse en un reyezuelo que hace de nuestras vidas una pesadilla. Que nos obliga a ver cómo muere nuestro padre por falta de oxígeno, cuando sobraba el dinero para evitarlo.
Hoy te toca votar. Hoy te toca hacer valer tu derecho a reclamar, aunque no salga elegido tu candidato. Hoy te toca asumir tu rol en este juego, que se volvió perverso, en el que debemos obligar a nuestras autoridades a mirarnos como lo que somos: individuos que nos merecemos más. Mucho más.
Hoy vota.