Una visión a vuelo de pájaro de este Gabinete nos permite ver que combina representantes de la izquierda democrática y de la autoritaria. Ambas quieren llegar al socialismo, pero unos por la vía democrática y los otros por la dictadura.
En esta era de globalización la vía correcta es la democrática. Ir por el sendero del autoritarismo, que sin duda nos puede llevar al totalitarismo, sería un retroceso fatal para el progreso, la libertad y la igualdad. Ello porque esta vía ha fracasado, como lo demuestra la historia. El modelo socialista pensado y construido por Lenin, que luego se llamó marxismo-leninismo y dio origen a la otrora Unión Soviética, quebró en Rusia y en todos los países de Europa del Este donde se impuso.
Lo que queda es una Cuba empobrecida y sin libertades, no solo por el embargo –que a mi entender debería ser levantado–, sino por el estancamiento del “socialismo realmente existente”, como diría sociólogo marxista Rudolf Bahro. Por falta de una democracia competitiva, plural y abierta a todas las tendencias, como estoy seguro quisieran nuestros hermanos del país caribeño. China ha tenido que “reinventarse”, creando una suerte de sociocapitalismo totalitario y Corea del Norte terminó en una dinastía familiar.
No sé si Pedro Castillo tiene conciencia de este dilema y lo quiera enfrentar, tampoco sé si se va a definir por el marxismo-leninismo que pregona Vladimir Cerrón. Pero si va por allí se nos vendrá una dura confrontación, porque hay una fuerte resistencia a las dictaduras en nuestro país, así como existen personas que las apoyan.
En consecuencia, entraremos a una etapa conflictuada de nuestra historia, como sucedió durante la dictadura neoliberal de Fujimori. Esto por algo muy frecuente en política, porque toda dictadura genera anticuerpos y los dictadores, que como siempre quieren imponer su voluntad, reprimen a sus opositores justificándose en Dios, la patria, el pueblo, la seguridad del Estado, la revolución y otro montón de términos.
Se ha instalado el reino del terror y lo más trágico de esto es que dichas dictaduras marxistas-leninistas terminan con el socialismo, como meta e ideal para llegar a una sociedad justa. Porque no se puede llegar a la justicia social cometiendo una injusticia, es decir, suprimiendo las libertades de un pueblo con xenofobia, misoginia, homofobia y otras formas de injusticia y discriminación, tanto en lo relacionado con la distribución de la riqueza como del poder.
La vía correcta al socialismo es la “democracia y el Estado de derecho como sistema político y organización de la sociedad que garantiza los derechos humanos del pueblo peruano y la voluntad colectiva de realizar su propio destino. La sociedad democrática supone la inclusión social, la eliminación del racismo, la protección de las minorías y las poblaciones indígenas y todos los sectores vulnerables de la sociedad. Y su acceso al poder significa también promover la democratización de la gobernanza regional y mundial”, como bien expresó Héctor Béjar, cuando asumió la Cancillería. Él que ha tenido el tino de nombrar como presidente de la Comisión Consultiva de Relaciones Exteriores a un diplomático de la experiencia, calidad moral e intelectual de Manuel Rodríguez Cuadros.
En otros términos, debemos pasar de una sociedad de integración social baja a otra de integración social alta y no hay otro camino que no sea el de la democratización. Debemos crear una república de ciudadanos, no de parcelas de ciudadanos.
En la obra más reciente de Hugo Neira “Dos siglos de pensamientos de peruanos”, leo estas frases de Alberto (Beto) Adrianzén: “Si la izquierda quiere salir de su propia crisis, además de ‘aggiornarse’ intelectualmente, debe iniciar una profunda discusión sobre su pasado y su futuro”. Por eso, desde la izquierda democrática afirmamos que el Perú debe ir por este camino hacia la igualdad sin suprimir la libertad.
El gran cambio está en la democracia y su ejercicio pleno, no en el estatismo, ni en el neoliberalismo. Ello significa que el Estado debe estar al servicio del bien común y no al servicio de una plutocracia mercado-céntrica o de unos autócratas dictadores, cualquiera sea su signo ideológico.