Lo ocurrido en horas recientes con el ministro Julio Demartini y el vocero presidencial Fredy Hinojosa engrosa la evidencia milenaria de por qué el poder, entre otras cosas, seduce tanto y a tantos.
Si no fuera por su estrechísima vinculación con la presidenta Dina Boluarte, el primero habría sido defenestrado por el Congreso (salvó dos censuras consecutivas en un lapso muy corto de tiempo), aunque –de haber ocurrido– podría estar haciendo maletas hacia alguna embajada (por algunos mesecitos, al menos) en calidad de premio consuelo. Suerte que no tuvo su excolega Rómulo Mucho, a quien le soltaron la cuerda con poca pena.
Mientras que el segundo pertenece al círculo de hierro presidencial desde cuando Boluarte lideraba el Midis. Posteriormente, hacer de busto parlante para justificar lo injustificable en su defensa lo ha librado de la carceleta del Poder Judicial tras el allanamiento de su casa porque (¡ups!) el Ejecutivo aún no promulga la norma que vuelve a permitir prisiones preventivas en casos de no flagrancia.
Porque, me disculparán, votar una censura ministerial en plena madrugada, con el hemiciclo casi vacío, después del escándalo de la carne de caballo y varios padres y madres de la patria rasgándose las vestiduras por “los niños del Perú” pinta más a una ópera bufa y tango conocido.
Entre tanto, el afortunado Fredy no podía más que recibir la comprensión y el calor cuasi materno de su jefa con esa demora del Ejecutivo en publicar la norma que hoy lo tendría tras las rejas. Y, de paso, claro, hay que bancarse la explicación de los parlamentarios de que (otra vez ¡ups!) no leyeron bien el cambio legislativo. Sí, claro.
El problema de sostener a Boluarte con este gravísimo nivel de deterioro político personal y de su entorno es que complica cada vez más esta autocomplaciente tapada de ojos y oídos. Los orificios de esta débil chalana aumentan a diario. El costo es exponencial en todo sentido.
Si a finales del mes pasado o inicios del actual (como se especulaba) había una renovación importante del Gabinete, acaso la presidenta habría podido proyectar un inicio del 2025 con algo de aire e iniciativa (de hecho, algunos indicadores económicos que se muestran positivos parecieran tratar de escapar de nuestra sordidez política).
Pero los incentivos para reclutar gente algo sensata se han esfumado. Porque (ya se ha dicho acá) una cosa es recibir un encargo para intentar hacer gestión pública y otra es ser llamado a “chalequear” a la jefa.