En 1972 Raúl Ferrero Costa ingresó a la cátedra universitaria en la Facultad de Derecho y Ciencia Política de San Marcos. Por esa época, yo estaba en cuarto año. Aunque no fue mi profesor, me enteré por los alumnos de segundo año de que era un extraordinario maestro, no solo por los conocimientos de la materia que enseñaba, Acto Jurídico, sino también por su oratoria, el rigor en la exposición y la claridad, condiciones necesarias para ser buen docente. El curso Acto Jurídico es de los más difíciles de dictar, porque es una mezcla de categorías no solo propias del Derecho, sino también filosóficas y desde luego procesales. Me gustó cuando me lo enseñó Fernando Vidal, otro de los grandes maestros sanmarquinos.
Raúl ingresó en ese contexto, el de los grandes docentes de nuestra querida e histórica facultad, de los cuales cinco fueron y son íntimos amigos, pese a la edad que los separaba: Carlos Fernández Sessarego, Carlos Thorne Boas, David Sobrevilla, Vicente Ugarte del Pino y Jacinto Tello Johnson.
Aunque un poco mayores que yo, fueron siempre mis amigos Augusto Ferrero, hermano de Raúl, que me enseñó el curso de Sucesiones, y José León Barandiarán Hart, tempranamente fallecido, ambos hijos de otros maestros insignes (Raúl Ferrero Rebagliati y José León Barandiarán).
A Raúl lo conocí cuando él era un joven universitario y yo estaba en cuarto año de secundaria. Esta amistad tenía antecedentes por la de nuestros padres. En 1967 llegó a París desde Londres, manejando un Peugeot de color marrón. Había concluido su posgrado en Desarrollo Administrativo y Económico en la Universidad de Leeds. Visitó a mi padre en nuestra embajada y es desde entonces una gran amistad. Recorrimos París juntos y nos tomamos el tiempo para viajar en su Peugeot, de origen francés pero de matrícula inglesa, a Chantilly.
Por aquella época sucedió en la Sorbona un acontecimiento que tuvo que ver con el Perú. La izquierda estudiantil francesa convocó a tres intelectuales de izquierda: Jean-Paul Sartre, Mario Vargas Llosa y Laurent Schwartz, destacado matemático galo, para presionar al gobierno del arquitecto Fernando Belaunde para que no se condenara a muerte a Hugo Blanco, prisionero en lo alto de una torre en Arequipa. Por razones que sería largo explicar, Blanco no fue condenado, pero con Raúl nos dimos el gusto de escuchar a Sartre y a Vargas Llosa, quien militaba en la izquierda.
Raúl acaba de cumplir 50 años ejerciendo la profesión, desde el estudio que heredó de su padre. Su producción académica es vasta, así como sus reconocimientos.
Decano del Colegio de Abogados de Lima (1987-1989), Raúl fue elegido senador en 1990 y formó parte de esos congresistas que se rebelaron contra el golpe desde Palacio, ejecutado por Alberto Fujimori. Inmediatamente como demócrata y respetuoso del Estado de derecho, demostró que su discurso en la cátedra y en las páginas de El Comercio no eran solo la exposición de las ideas que él creía, sino que salió a las calles para defender la democracia, con las consecuencias del maltrato sufrido por las fuerzas del orden.
Con Valentín Paniagua y Juan Monroy, defendió a los tres magistrados del Tribunal Constitucional defenestrados por el fujimorismo por haber declarado inconstitucional la ley de la reelección inmediata. El resultado fue favorable y en el año 2000 estos tres jueces fueron repuestos.
Raúl acaba de publicar “El control constitucional del poder” (Centro de Estudios Constitucionales del Tribunal), libro que reúne ensayos, conferencias y artículos que publicó en este Diario, en el que colabora hace 35 años.
Civilista, constitucionalista, maestro sanmarquino y defensor de la democracia, conversador empedernido y gran amigo, Raúl Ferrero Costa ha dado muestras de su solvencia intelectual y profesional superando con coraje moral los obstáculos que se pusieron en su largo recorrido por la vida.