Hicimos todo lo contrario al proceder de Ulises cuando, pasando por el estrecho de Messina, viró para el lado de Escila hacia un monstruo de siete cabezas con la intención de salvar a su tripulación, donde solo murieron siete, y no hacia Caribdis, donde un remolino se hubiera tragado el barco entero.
Parece que a raíz de la pandemia hemos caído en un remolino que nos ha revuelto de pena, indignación, dolor, pobreza e ignorancia.
Es como si a través de este remolino los peruanos llegáramos al infierno de Dante, por los contagios, muertos, desamparados, desocupados, los que no pudieron ir al colegio o desertaron. Caímos en lo más profundo de la corrupción, que se ha multiplicado como reguero de pólvora acompañada de la mentira, la miseria moral y, en muchos casos, de la falta de compasión, amor, del reconocimiento del otro para sacarlo del sufrimiento.
Hospitales mal abastecidos y escasas camas UCI. Muchos murieron y pueden seguir muriendo por falta de atención médica. Y no porque los médicos dejarán de ayudar, sino porque carecían y carecen de los medios necesarios para hacerlo. Hay incertidumbre por no saber cuándo seremos vacunados.
Nos dijeron que este Congreso iba a arreglar la arbitrariedad, la prepotencia y la soberbia del anterior, controlado por una mayoría fujimorista. Pero el timonel que dio el golpe desde Palacio jamás se imaginó que su nueva hechura iba terminar vacándolo. Ni en la mejor película de ficción política.
Este nuevo Congreso debería hacer reformas, pero muchos no notaron que sus integrantes, al menos un buen número de ellos, provienen de un Perú que no es escuchado, al que se le niega o se le cierra las puertas para participar en la toma de decisiones. De esa parte del Perú que no ha recibido ni una migaja de lo que los economistas llaman crecimiento económico.
Sobre esto un alumno sanmarquino me dijo: “Dicen que el Perú crece, pero mis bolsillos no crecen”.
Hay un Perú fraccionado, con un 80% de compatriotas que viven de una economía de subsistencia y de trabajos precarios. Son peruanos que desde hace tiempo reclaman por la deuda social en educación, salud, transporte, comunicaciones, agua, luz, higiene, alcantarillado, carreteras de penetración, protección del medio ambiente, salario justo, entre muchas otras cosas. Ellos están clamando para que haya justicia social, para que no te discriminen por el color de tu piel, porque eres pobre, porque el castellano no es tu lengua original, por tu orientación sexual o porque eres mujer.
Por eso en una de sus presentaciones el presidente Francisco Sagasti nos recordó que las recientes protestas no son por la pandemia o a pesar de ella, son el producto de una acumulación de demandas no atendidas.
En este remolino, parafraseando a Zygmunt Bauman, nuestra sociedad dejó de ser definitivamente sólida, murieron la gran mayoría de las instituciones que ya venían agonizando. En este remolino todo da vueltas, nada lo detiene, ni la racionalidad burocrática ni la meritocracia ni el libre mercado ni un pedazo de madera. Todavía muchos no se han dado cuenta de que el mundo empezó a cambiar y que el siglo XXI recién ha ingresado al Perú el 2020.
Pero también en este remolino hay gente generosa, que ha muerto por salvar a su prójimo y no hay nada más grandioso y heroico que este acto, como lo hizo Cristo.
Fueron los médicos y enfermeras que le pusieron la cara al virus, los policías, soldados, maestros, alcaldes, sacerdotes, monjas, periodistas, los servidores municipales, trabajadores y empresarios, como aquel que no especuló con el precio del oxígeno.
Pero lo que no sabía Ulises, ni Poseidón que lo castigó, es que en el fondo del remolino estaban el Ave Fénix y la lechuza de Minerva y, como ellos, a pesar de tanto dolor y sufrimiento, los peruanos saldremos triunfantes, volando hacia un destino mejor con la fuerza del Fénix y la inteligencia de Minerva.
Entrando a los 200 años de nuestra independencia los peruanos debemos comprometernos a construir una sociedad justa, libre, igualitaria y digna, aplicando un método simple: el de la solidaridad.