Cuando un tema de derechos fundamentales entra a la discusión política, suelen pasar dos cosas: se develan todos los prejuicios de quienes los disimulan en situaciones formales y la discusión se pierde en insultos que no sirven para nada. Hace una semana, el primer ministro Guido Bellido se dirigió al Parlamento en su idioma materno, el quechua. De pronto, se desató la ira de quienes consideran su uso, e incluso su enseñanza, un despropósito, y acusaron a Bellido de haberlo hecho como una provocación. Y sí, tal vez fue una manera de agitar las aguas, pero se perdió un punto central en el debate: si el ejercicio de un derecho fundamental genera un alboroto, entonces el problema no está en quien aprovecha esa situación en beneficio propio, sino en quienes se indignan y quieren impedirlo. En sencillo: si el derecho del otro me molesta, el problema lo tengo yo.
Ahora la pelota pasó a la otra cancha. La congresista Patricia Chirinos ha hecho una denuncia seria contra Bellido por haberla agredido verbalmente de forma machista. “Solo falta que te violen” fue la frase que Chirinos declara haber recibido de Bellido cuando le pedía que se le asignara la oficina que fue de su padre porque tenía para ella un valor sentimental. Patricia Chirinos se defendió sola, como hacemos la mayoría de mujeres en situaciones similares, y luego hizo público su reclamo en el momento que se debatía la cuestión de confianza del Gabinete Bellido. La respuesta no se hizo esperar: otra vez se desató el debate histérico lleno de prejuicios acusando a Chirinos de querer agitar las aguas con fines políticos, cuando lo único que estaba haciendo era ejercer su derecho a ser tratada con respeto y sin discriminación. ¿Debemos creerle a la congresista Chirinos a pie juntillas? Ese no es el punto, toda acusación de esta y cualquier otra índole merece una investigación seria que busque llegar a la verdad. Pero mientras esas pesquisas se dan, la congresista merece ser escuchada, respetada y, sobre todo, nadie tiene por qué insultarla y mucho menos cuestionar su vida privada para descalificarla.
Da pena ver cómo los que hace unas semanas defendían el derecho del señor Bellido a hablar en quechua enfrentándose a los que lo consideraban una provocación, hoy acusan a la señora Patricia Chirinos de aprovecharse de un problema que las mujeres de todo el Perú padecen, simplemente por motivaciones políticas. El silencio de una izquierda que llevó siempre adelante la bandera de los derechos de la mujer es patético. Los insultos, inconcebibles. Cuánta miseria ha corrido en redes sociales y en tuits misóginos de quienes alguna vez se pararon frente al Palacio de Justicia con carteles de “Ni una menos”.
Y sí, da también vergüenza ajena leer muestras de apoyo incondicional a la congresista Chirinos de quienes constantemente han desestimado acusaciones de mujeres maltratadas, manoseadas y violadas. Pero ya sabemos que para esos grupos conservadores y misóginos la mujer es un ser menor al que hay que infravalorar y controlar. Por lo tanto, que instrumentalicen el caso Chirinos como lo están haciendo, solo deja al descubierto que para ellos la mujer es un sujeto utilitario.
En resumen, en menos de dos semanas hemos corroborado uno de los aspectos más deprimentes que definen nuestro sistema democrático: a nuestros políticos de todos los niveles de representación o ideología, los derechos fundamentales de las personas les importan un bledo y solo los defienden cuando les conviene. Hablar tu idioma, practicar una religión, defender tu derecho a casarte con quien amas, trabajar por la igualdad de género, son pilares negociables. Son banderas electoreras que se levantan para captar un voto progre. Son hechos que se defenderán con pasión o se considerarán una provocación de acuerdo a cómo lo mande el clima político.