Al salir de Lima rumbo hacia Canta, puede divisarse todavía el casco medio derruido de la hacienda Punchauca. Hace dos siglos ahí tuvo lugar una de las escenas memorables de la independencia del país. Se encontraron frente a frente el virrey José de La Serna y el general José de San Martín, procurando encontrar una solución negociada para la independencia del Perú, que evitara una guerra cruenta y destructiva. Doce años atrás habían luchado juntos contra los franceses en España, y cuenta un observador que al ver al virrey, el general San Martín lo abrazó con efusividad, diciéndole: ¡”Venga acá, mi viejo General! Están cumplidos mis deseos, porque uno y otro podemos hacer la felicidad de este país”.
Las conferencias de Punchauca fueron una iniciativa del lado realista para continuar las conferencias de Miraflores, que habían ocurrido entre los delegados del virrey Pezuela y los de la expedición libertadora unos meses antes. Historiadores como Raúl Porras y más recientemente Ascensión Martínez, han resaltado que la instauración del “trienio liberal” en España, propició un cambio de actitud del gobierno español frente a las sublevaciones que en América se habían levantado por la independencia, que reemplazó el látigo por la negociación. Tuvieron lugar así las conferencias entre el virrey O’Donoju e Iturbide en México, y los generales Morillo y Bolívar en Venezuela. La única que evitó la guerra fue la primera. La propuesta española en estas negociaciones se basó en la restauración de la Constitución liberal de 1812, que proclamaba la igualdad entre los habitantes de todos los territorios del imperio e instauraba un gobierno ceñido a unas leyes vigiladas por unas Cortes que incluían a representantes americanos. Los delegados de San Martín, sin embargo, se cerraban en la postura de que toda negociación debía partir del reconocimiento por parte de España de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina), Chile y el Perú.
La dificultad para conciliar ambas posturas entrampó las negociaciones en Miraflores y parecía hacerlas sucumbir también en Punchauca. Pero en la sesión del 4 de junio, cuando tuvo lugar el encuentro personal de los viejos camaradas de armas, San Martín sacó una propuesta novedosa que por un momento pareció lograr consenso. Esta era instaurar un gobierno de regencia, presidido por La Serna e integrado por dos delegados más: uno por cada parte. Los dos ejércitos se unificarían, poniendo fin a la guerra y proclamarían la independencia del país. Tras esto, San Martín viajaría a España a informar a las Cortes de lo sucedido y solicitar la designación de un infante español para que asuma la corona de una monarquía constitucional peruana. El Perú quedaría así libre, pero emparentado a través de su monarca con la corona española. Una solución como la que tomó Brasil al año siguiente. La propuesta fue tomada por los realistas con una mezcla de desconcierto y aceptación. Se llegó a hacer brindis por el logro de la paz y, en el clima de distención y alegría que sobrevino, La Serna ofreció acompañar a San Martín a Madrid para respaldar la propuesta.
Los historiadores de la independencia han elucubrado qué pasó después que provocó el fracaso de este acuerdo. De un lado, importantes generales realistas como José de Canterac y Gerónimo Valdés, lo rechazaron, recelando que se trataba de una treta de San Martín para ganar tiempo. Tampoco confiaban en que Madrid aceptaría el acuerdo (como más tarde efectivamente pasaría con un acuerdo similar alcanzado en México por el virrey O’Donoju). Del lado patriota, la propuesta tampoco gozó de respaldo. En Lima se había formado una corriente contraria a la opción de gobierno monárquico, dirigida por republicanistas como José Faustino Sánchez Carrión. Un trono en América sería más despótico que en Asia, proclamaban alarmados. Dos días después de los brindis, La Serna comunicó a San Martín que debía consultar al gobierno de Madrid una propuesta como la recibida. La conferencia se resignó a prolongar unos días de armisticio, disponer medidas para el abastecimiento de víveres de Lima y el reparto por mitades de la producción de plata de Cerro de Pasco y el canje de prisioneros. Un mes después La Serna con su ejército abandonó Lima, trasladando la administración gubernamental al Cusco. Las fuerzas de San Martín tomaron la capital, donde proclamaron el 28 de julio la independencia.
Las conferencias de Punchauca no fueron solo la antesala inmediata de la proclamación de la independencia, sino también uno de esos momentos decisivos en que la suerte del Perú estuvo en vilo. Como en estos días. Sin embargo, aunque la propuesta de San Martín era interesante y pudo haber ahorrado muchas vidas y los costos inherentes a una guerra que se prolongó por tres años y medio más, políticamente hubiera sido difícil que una monarquía de raíz europea se consolidase en América. Sin embargo, en Brasil permaneció hasta finales del siglo y permitió una transición a la independencia y a la república más ordenada y progresiva.