El aeropuerto internacional Jorge Chávez fue escenario dos días atrás de una lamentable escena que rápidamente dio la vuelta al mundo.
Un vehículo del Cuerpo de Bomberos Aeronáuticos de Lima Airport Partners (LAP), la empresa operadora del aeropuerto, impactó contra un avión de la aerolínea Latam que se encontraba en carrera de despegue con destino a Juliaca (Puno). Dos bomberos aeronáuticos, Ángel Torres y Nicolás Santa Gadea, murieron como consecuencia del choque y un tercero, Manuel Villanueva, permanece gravemente herido. A pesar del incendio en la parte lateral del avión, afortunadamente no se contaron víctimas entre la tripulación ni entre los pasajeros. El fuego fue rápidamente sofocado por el resto de equipos de emergencia.
Hasta el momento, se desconocen las causas exactas que ocasionaron la fatal descoordinación. Según información recogida por este Diario, las unidades de emergencia no tenían autorización para ingresar a la pista, pero las investigaciones al respecto siguen en marcha a través de la Comisión de Investigación de Accidentes de Aviación (CIAA) del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) y la Fiscalía del Callao.
Solo queda hacer votos para pedir que estas terminen pronto, máxime cuando hablamos de un siniestro que se cobró dos vidas humanas. Lo que sí ha quedado en evidencia es la poca capacidad de respuesta logística del país ante una emergencia de este tipo. El aeropuerto más importante del Perú –punto de entrada principal al territorio nacional y de conexión hacia el resto de ciudades– quedó inoperativo hasta nuevo aviso. De acuerdo con LAP, sus equipos trabajaban en la remoción de elementos involucrados en el accidente, incluyendo la propia aeronave, mientras inspeccionan el funcionamiento de la pista de aterrizaje, lo que imposibilitaba el funcionamiento de los terminales.
¿Qué alternativas se pudo ofrecer a los miles de pasajeros que han debidobsuspender o cancelar sus viajes? En primer lugar, es inconcebible que un aeropuerto de este nivel disponga todavía de una sola pista de despegue y aterrizaje.
La segunda pista, como tantos otros proyectos de inversión en el país, fue retrasada por años debido a problemas en la entrega de predios. Si bien ya se encuentra en construcción y debería entregarse en los siguientes meses, la conectividad nacional hoy paga las consecuencias de la tardanza. En segundo lugar, la alternativa del aeropuerto de Pisco demostró ser poco eficiente para responder a una urgencia en el aeropuerto de Lima.
Muchos pasajeros derivados a esta ciudad denunciaron extensos retrasos en el desembarco y en el recojo de equipaje. Más aún, su distancia a Lima –algo más de tres horas por carretera– y su poco uso y conectividad –antes de la pandemia solía tener vuelos hacia Cusco, pero fueron suspendidos– lo hacen un sustituto bastante imperfecto para el aeropuerto más grande del país.
Al cierre de esta edición, LAP aseguraba que restablecería las operaciones del aeropuerto a la medianoche del domingo. La sensación que queda es que, ante un accidente como el del viernes pasado, el país puede simplemente cerrar su puente central con el resto mundo por más de un día sin mayores consecuencias. Total, ya se arreglará y, mientras tanto, a los cientos de pasajeros cuyos vuelos han tenido que ser cancelados, varios de ellos además sin opciones de hospedaje en la capital o sin recursos suficientes para prolongar su estadía durante el tiempo que las aerolíneas y las autoridades se tomen en reprogramar sus itinerarios, no les queda más que esperar.
El Perú, se sabe, no es un país que costumbre estar preparado para responder a emergencias ni atender a sus ciudadanos con servicios robustos y de calidad. Y este triste episodio solo lo demuestra