La larga entrevista concedida días atrás por el presidente Pedro Castillo al periodista Fernando del Rincón de CNN estuvo atravesada de declaraciones falsas, imprecisas y temerarias que ya hemos comentado aquí y en otras páginas de este Diario. Hubo, sin embargo, un contenido que asomó a lo largo de toda la conversación y cuyo análisis hemos reservado para esta ocasión por lo particularmente pasmoso que resulta.
Nos referimos al pretexto de la inexperiencia esgrimido por el mandatario en distintos momentos del diálogo para tratar de sortear las observaciones del entrevistador sobre sus designaciones y reuniones inauditas o inadecuadas, según sea el caso.
“En la gestión hay un proceso de aprendizaje. Nunca pasé por una ‘luna de miel’ como se ha dado en los demás gobiernos”, afirmó inicialmente el jefe del Estado. Para luego añadir alusiones a su “forma de aprender en el mismo proceso” y al hecho de que él nunca se formó como político y nadie lo entrenó para ser presidente. “Ni siquiera tuve, como otros gobernantes, al menos horas o días de inducción [al cargo]; pero es parte de la lucha, yo sigo aprendiendo”, señaló finalmente, antes de anunciar que el Perú seguirá siendo su escuela…
Es decir, sin siquiera ruborizarse, el profesor Castillo les comunicó a quienes habían votado por él que, en realidad, al postular a la presidencia no tenía, ni por aproximación, una idea de las responsabilidades y tareas que suponía tomar las riendas del gobierno. Y que, por lo tanto, lo que correspondía era ser comprensivos y tolerantes con los desaguisados en los que ha incurrido porque son, en buena cuenta, el precio a pagar para que se foguease en un puesto tan difícil.
Lo peor de todo, además, es que tanto él como sus aliados y allegados han tratado de presentar esta confesión de precariedad para asumir la presidencia como una virtud. Esto es, como una muestra de honestidad y una garantía de que quien hoy conduce los destinos del país no practicará las mañas que sus experimentados y formados antecesores practicaron.
Como es obvio, no obstante, tal pretensión es descabellada por donde se la mire: los exmandatarios que hoy se encuentran investigados o acusados por casos de corrupción no actuaron como actuaron por tener cierta preparación para ejercer la presidencia, sino a pesar de ella. Esa especie de tesis a lo Rousseau según la cual los candidatos a tan alta dignidad nacerían puros pero luego la instrucción para poder ostentarla los corrompería es sencillamente inaceptable. Al pedirle a la ciudadanía el voto, quien se postula a un cargo de representación política está dando a entender que tiene los conocimientos y cualidades para ejercerlo. Y mientras más encumbrado sea el cargo, mayor es la preparación que el candidato está sugiriendo que tiene.
Venir a decir, tras seis meses de ocupar la jefatura del Estado, que se está aprendiendo el oficio y que el aprendizaje continuará por tiempo indeterminado es, pues, confesar que se mintió a los votantes, en lo que constituiría –este sí– un auténtico fraude electoral.
Por si esto fuera poco, existe adicionalmente la circunstancia agravante de que el profesor Castillo supo que llegaría a Palacio algún tiempo antes de 28 de julio y, en lugar de aprovechar ese intervalo para instruirse acerca de lo que tendría que haber dominado desde antes de aspirar a ceñirse la banda presidencial, continuó con la dinámica de campaña, generando una incertidumbre que afectó la economía del país y resultó la antesala del desgobierno y la improvisación que padecemos hoy.
Para saber que no conviene nombrar en puestos claves en la estructura del Estado a personas investigadas por terrorismo o corrupción o celebrar reuniones furtivas en lugares distintos al despacho presidencial, por último, no hace falta un proceso de inducción a la más alta responsabilidad del Ejecutivo. Basta tener un poco de sentido común y prestar atención a las advertencias de la prensa y la oposición sobre el particular. Pero sobre las razones por las que el mandatario decidió ignorar todas esas alarmas cuando sonaron ya nos enteraremos en la próxima entrevista. Si acaso la concede.