La semana pasada se cumplió un hito que muy pocos anticipaban y nadie deseaba: mil días de enfrentamientos desde la invasión de Rusia en territorio ucraniano. Lo que debía ser, según Rusia, una veloz “operación militar especial” para capturar Kiev, en febrero del 2022, se convirtió en una larga guerra de desgaste que lleva ya más de dos años y medio.
La fecha coincide, además, con un peligroso escalamiento del conflicto. Luego del ingreso de tropas norcoreanas en el escenario bélico, EE.UU. autorizó a Ucrania el uso de misiles de largo alcance Atacms para objetivos militares, incluso dentro de territorio ruso. Volodomir Zelenski, presidente de Ucrania, venía pidiendo esta luz verde desde tiempo atrás, pero EE.UU. y demás aliados la habían considerado una delicada línea roja por temor a las represalias rusas.
En respuesta, Vladimir Putin, presidente ruso, firmó el martes pasado un decreto que le permite a sus fuerzas usar armas nucleares contra un país que no dispone de las mismas siempre que este cuente con apoyo de potencias nucleares. “Era necesario alinear nuestros principios con la situación actual”, indicó al respecto el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov.
El siguiente terremoto político en el conflicto podría llegar el próximo 20 de enero, cuando Donald Trump regrese a la Casa Blanca. El presidente electo ha dejado claro que no está a favor de continuar brindando apoyo militar y financiero a Ucrania para recobrar el territorio bajo control ruso. Sus primeros nombramientos confirman el giro. Por ejemplo, Tulsi Gabbard, excongresista elegida por Trump directora de Inteligencia Nacional, es vista por varios como una persona no muy distante de la línea narrativa del Kremlin. Con ello, la expectativa es que se fuerce a Zelenski a la mesa de negociaciones y a la firma de paz aceptando la pérdida del este de Ucrania a manos de Putin.
Una paz de esta naturaleza podría venir a un altísimo costo. Putin se llevaría el mensaje de que sus agresiones injustificadas generan buenos resultados ante una OTAN permisiva que prefiere mirar de costado. Otros países, como Moldavia, Georgia y los Estados bálticos, se verán especialmente vulnerables. Europa se bate entre el temor y la resignación. Así, mientras se atiza el fuego del conflicto, Putin sabe que –mil días después de su funesta decisión– quizá es solo cuestión de sentarse a esperar dos meses más y sus ambiciones se habrán cumplido. Quienes defienden la democracia no deberían permitirlo.