En los próximos miles de años, el futuro de la humanidad podría ser grandioso. Imagine vivir en una civilización que viaja de planeta en planeta, los coloniza, los terraforma y habita en ellos. Una sociedad en la que no hay enfermedades que no puedan ser curadas con nuestros adelantos científicos, en la que hemos aumentado nuestra inteligencia, nuestro tiempo de vida, nuestro bienestar en general. En ese futuro somos capaces de manipular los climas y crear ecosistemas a nuestra voluntad. Ese futuro vasto e inmensamente glorioso que podría esperarnos de la mano de la ciencia y de la tecnología ha sido nombrado ‘eutopía’ (‘lugar feliz’) por el filósofo William MacAskill.
Una utopía es una sociedad ideal tan perfecta que resulta imposible lograrla; de ahí que signifique ‘sin lugar’. A diferencia de una utopía, la ‘eutopía’ es un futuro que puede ser construido; es el mejor futuro que podemos proyectar con el conocimiento que tenemos hoy y que puede modificarse, precisarse y ajustarse conforme el conocimiento científico progrese.
Filósofos de la Universidad de Oxford y otras instituciones trabajan alrededor de dicha visión. Piensan en cómo y por qué construir aquel futuro glorioso. Guiados por las premisas del altruismo eficaz y su preocupación por cómo usar la ciencia y la razón para ayudar a la mayor cantidad de personas posibles, intelectuales han desarrollado el largoplacismo. Un sistema ético que presta importancia al futuro lejano y también a las personas futuras al momento de tomar decisiones morales hoy.
El largoplacismo parte de la idea de que el sufrimiento no justificado debe ser evitado así ocurra cerca, en un lugar lejano, mañana o en un futuro distante. Indica, además, que debemos impactar positivamente en el futuro a largo plazo con acciones enfocadas en construir el mejor futuro que podamos antes que en soluciones a corto plazo. Al hacerlo estaríamos mejorando la vida de las personas futuras y acercándonos a la ‘eutopía’. Por eso, evitar que nuestra civilización colapse por algún desastre natural o por nuestras acciones es una prioridad clave de nuestro tiempo. Si queremos que nuestra especie logre la gloria civilizatoria, debemos empezar a proteger el futuro desde ahora.