El segundo nombre del presidente Pedro Castillo debería ser ‘Crisis’. Tantas ha producido desde que llegó al poder que, si uno no presta atención, podrían parecer una sola. Las relacionadas con las designaciones ministeriales rochosas y las visitas furtivas a la casa del pasaje Sarratea son las que le han dado fama internacional, pero hay otras. Ahora mismo, mientras se escriben estas líneas, existe en el sector Interior un desmadre de proporciones que él no se anima a resolver y que el ministro Guillén contempla con una actitud que se debate entre el ‘spleen’ y el sentimiento trágico de la vida. Su renuncia “sin carácter irrevocable” al cargo (producida ayer) llega tarde y cuando su autoridad para encabezar una de las carteras más chúcaras del gobierno ya está hecha flecos.
Pero volviendo al jefe de Estado, lo cierto es que, hacia diciembre último, los desatinos acumulados eran demasiados como para seguir escurriéndose de la prensa como lo había venido haciendo hasta entonces y no tuvo otra salida que prometer entrevistas para el año que estaba por empezar. Aun así, postergó el cumplimiento de ese compromiso hasta bien pasada la primera quincena de enero y de seguro habría continuado haciéndolo de no ser porque, aparentemente, alguien le hizo ver que la situación no daba para más.
–Karelim colorado–
¿Le recitó ese alguien la manida fórmula de que toda crisis es también una oportunidad y lo persuadió de que, a lo mejor, con un buen entrenamiento, podía salir con pelota dominada del difícil trance en el que se encontraba? Es probable. A los asesores picados por la charlatanería –especie abundante en el mundo de la política– les encanta impresionar a sus asesorados con esas baratijas de manual de autoayuda y el actual mandatario es el cliente ideal para esos rollos fuleros.
En cualquier caso, las entrevistas se concertaron y el profesor Castillo salió al ruedo envalentonado. Poco, sin embargo, habría de durarle lo guapo, porque resultó un mal alumno de quienes pretendieron adiestrarlo en el arte de evitar las embestidas. Excepción hecha del publirreportaje que le regalaron en alguna estación reñida con la vergüenza, sus contactos con la prensa fueron, efectivamente, calamitosos. Pero ninguno tanto como el que esta semana propaló ‘urbi et orbi’ la CNN durante dos noches de tormenta. En esa escabechina en dos partes, el presidente lució incapaz de hilvanar tres frases que hicieran sentido como respuesta a algunas de las interrogantes que, sobre temas cantados, el periodista Fernando del Rincón le iba planteando. Y, además, forzó la concordancia gramatical con más temeridad que Góngora, por lo que acabó haciéndola trizas.
Entre los desatinos más comentados de esas dos veladas se cuentan la justificación de sus errores de gestión con la excusa de que a él nadie lo había preparado para asumir la presidencia y la especie de que el primer sorprendido con la fiesta de cumpleaños que Karelim López le organizó a su hija en Palacio fue él mismo. La pretensión de que los peruanos tengamos que asumir el costo de su aprendizaje para gobernar es de un morro sin precedentes. Y otro tanto puede decirse de la tesis que postula que la casa de Pizarro sería una suerte de Salón Majestic en el que cualquiera pude armar pachangas y festejos sin que el principal inquilino se entere. En lo que concierne a la señora López, además, el jefe de Estado dijo primero “jamás la he conocido”… para luego admitir que la había recibido en su despacho. Alegó, no obstante, que en esa reunión nunca se trató de licitación alguna y, Karelim colorado, dio el cuento por acabado.
Lo cierto es que durante esa entrevista muy pronto se hizo evidente que aquello de convertir la crisis en oportunidad no tenía muchas probabilidades de materializarse. Pero con lo que definitivamente no contaban en el entorno del mandatario fue con la posibilidad de que su pupilo se las arreglara para lograr exactamente lo contrario. Es decir, convertir la oportunidad en una crisis. Una proeza que solo los grandes consiguen y que él redondeó en un abrir y cerrar de labios.
–Gran hermano boliviano–
Ante una pregunta que sus instructores no habían previsto y que recordaba una vieja elucubración suya sobre las posibilidades de darle a Bolivia acceso al mar, el profesor Castillo titubeó un poco y luego saltó al precipicio con alegría. “Es una idea”, dijo. Y como quien de pronto descubre un giro astuto para librarse de una trampa en la que había caído, añadió: “Lo consultaremos al pueblo”.
Las consecuencias de su inspirada salida, por supuesto, no se hicieron esperar y ahora están a la vista. A todos los problemas de sospecha de corrupción e intromisión en los ascensos militares que arrastraba, ha sumado el de aparecer como un presidente dispuesto a entregar parte del territorio nacional a otro país por cuestiones de afinidad política con algunos de sus líderes; y, al mismo tiempo, ha liquidado el poco entusiasmo que existía en la población por un referéndum que pudiera conducir a una asamblea constituyente, pues ha generado la sensación de que, en realidad, esa eventual consulta popular podría servir para algo más.
La Constitución, desde luego, jamás se lo habría permitido, pero eso no importa: lo que queda es el devastador efecto político de una literal metida de pata con vista al mar, de la que, salvo dos o tres ministros franeleros, hasta sus aliados se quieren desmarcar.
Qué poco talento, qué enorme precariedad.