Mientras los ciudadanos de a pie somos amenazados por un severo rebrote de la epidemia del COVID-19, a los aspirantes presidenciales los persigue una peste distinta: la de las tachas que podrían acabar sacándolos de la carrera que con tanto fervor han iniciado. Todos recordamos cómo en el 2016 un formalismo le impidió correr a Julio Guzmán (una frustración de la que luego se resarció largamente) y cómo unas distraídas donaciones hicieron lo propio con César Acuña. Y si bien esa circunstancia les permitió trazar en los años siguientes mundos paralelos en los que ellos sin duda habrían alcanzado la victoria y habrían convertido al Perú en la tierra de Jauja, no se puede negar que, a raíz de sus ausencias, la oferta electoral y la diversión se vieron en aquella ocasión reducidas.
Pues bien, algo semejante podría estar por ocurrir en el actual proceso. De entre las múltiples tachas que ciudadanos concernidos con el futuro de la patria presentan contra los candidatos de todo pelaje, muchas son descartables y descartadas de manera sumaria. Pero otras se muestran persistentes e invitan al pronóstico reservado. Y se diría que las que agobian en estos días al repitente César Acuña y al críptico Hernando de Soto se ajustan a esa descripción.
–Cultura y Browning–
De primera impresión, cualquiera pensaría que tales tachas nada tienen en común: una está relacionada con una propiedad no declarada y las otras –porque sobre De Soto penden dos– con licencias y bachilleratos universitarios que figuran en la hoja de vida del postulante, pero resultan un tanto difíciles de hallar en otros documentos.
Si apartamos, sin embargo, la mirada de las tachas y la fijamos más bien en los potencialmente tachados, las similitudes comienzan a hacerse evidentes. Uno podría preguntarse qué rasgos comparten el aspirante de APP y el de… ¿Cómo se llamaba el cascarón abordado por el exasesor de Keiko para acometer su propia aventura electoral? Ah, sí: Avanza País. Pues muy fácil: los dos conforman lo que podría denominarse la categoría de los candidatos intelectuales en esta contienda. Intelectuales y doctos, porque ambos van por la vida rebosantes de títulos y reconocimientos académicos; algunos ‘honoris causa’ y otros no tanto. Y ambos son también, por supuesto, autores. Un tanto olvidadizos a la hora de consignar créditos, pero autores al fin.
No son pocos los que, basados sobre las limitaciones de cada uno de ellos a la hora de articular discursos en la rica lengua de Cervantes, han expresado dudas acerca de que la tersa prosa castellana que caracteriza sus obras haya brotado de sus plumas. Pero quizás esas suspicacias sean injustas. Después de todo, así es el numen: posee de pronto a su elegido y le dicta parrafadas virtuosas que luego, pasado el rapto poético, él no sabría repetir.
Bien vistos, en consecuencia, Acuña y De Soto representan lo mismo en esta competencia, y es en esa identidad profunda que debemos buscar las razones que ponen hoy en riesgo su permanencia en ella. A juicio de esta pequeña columna, aquí lo que podría existir es una animadversión contra la ilustración y la cultura. No en vano entre sus adversarios podemos contar a uno que se precia de “no ser un genio” y a otro que, a fuerza de un pasado deportivo, tendrá ‘corpore sano’; pero de ‘mens’, nada.
Los intelectuales, por lo demás, siempre han producido recelo y hasta ánimos violentos en los que se afanan por alcanzar el poder para ejercerlo sin controles ni cortapisas. Por eso los matones políticos de todas las épocas parafraseaban constantemente esa famosa línea del dramaturgo nazi Hanns Johst que dice: “Cuando escucho la palabra ‘cultura’, quito el seguro de mi Browning”. Y por eso también la “revolución cultural” de Mao no fue otra cosa que una carnicería de personas que “sabían demasiado”.
Al momento de escribir estas líneas, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) había escuchado la apelación del personero legal de APP contra la exclusión de César Acuña dispuesta por el Jurado Electoral Especial Lima Centro 1 y había dejado el caso al voto. Algo parecido, por otra parte, había sucedido en la audiencia en la que se ventilaron las tachas contra De Soto; aunque la revisión de estas está todavía en su primera instancia.
–'Intelligentsia’ nacional–
El desenlace de cada uno de esos escenarios, por lo tanto, está todavía por verse. Pero mientras un resultado adverso para Acuña sería definitivo, en el caso de De Soto la apelación estaría aún disponible. Se le aconseja, eso sí, no recurrir a la excongresista Yesenia Ponce para que firme declaraciones sobre viejas experiencias universitarias compartidas o cosa por el estilo.
Con todo esto, dicho sea de paso, no queremos sugerir que, si las tachas contra estos dos preclaros representantes de la ‘intelligentsia’ nacional están bien fundadas, deban ser dejadas de lado. Las reglas en esta contienda tienen que ser iguales para todos, y si cualquiera de los dos –o ambos– ha(n) faltado a una de ellas, pues que sufra(n) las consecuencias.
Pero si lo que hay es solo una ojeriza contra su enjundia proverbial, hacemos un voto por la salvación de los doctorcitos.