Cuando este martes el presidente Sagasti se definió como un hombre de ciencia, evidentemente no estaba pensando en las ciencias de la comunicación. Su intento por transmitirle ese día a la población las nuevas disposiciones de su gobierno contra la pandemia de una forma clara y distinta fue un fracaso. Y, en realidad, lo mismo puede decirse de las posteriores apariciones públicas de la premier Bermúdez y otros miembros del gabinete para hacer precisiones al respecto, pues no resultaron otra cosa que un arduo trazado de líneas en la bruma.
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Una evaluación amable del trabalenguas en el que el mandatario se enredó semanas atrás a la hora de anunciar el primer paquete de medidas contra el rebrote del COVID-19 sugería que todo había sido consecuencia de su procedencia académica. La vocación por establecer parámetros metodológicos antes de entrar en materia había sido, supuestamente, la razón de que la información importante hubiera sido dejada para el final. Con una adecuada asesoría, entonces, la próxima disertación presidencial sería un éxito y los angustiados ciudadanos no tendrían que consultar a los oráculos para averiguar qué actividades les habían sido prohibidas desde las alturas del poder.
–Vacuna, ¿estás?–
Desafortunadamente, sin embargo, no fue eso lo que ocurrió el martes. Y ante la evidencia de que el problema de comunicación no solo afecta al jefe de Estado sino también a varios de sus ministros, se hace necesario empezar a buscar su origen en otro lugar.
La hipótesis que manejamos en esta pequeña columna es que los mensajes de los voceros del gobierno sobre asuntos relacionados con la pandemia son confusos porque, sencillamente, ni siquiera ellos mismos los tienen claros antes de empezar a emitirlos. Veamos, por ejemplo, el galimatías que nos han dispensado acerca de la llegada del primer lote de vacunas de Sinopharm. Todos recordamos que hace exactamente 24 días, en una proclama pronunciada frente al país, el presidente Sagasti sentenció: “llegará durante el mes de enero”. No dijo “a lo mejor”, “ojalá”, “me tinca” o “qué lindo sería”. Dijo “llegará” y, en boca de un mandatario, eso era una promesa firme.
Pero los días empezaron a correr y el primer lote de vacunas no asomaba. Y ahora faltan menos de 48 horas para que enero acabe y ya se sabe que febrero estará aquí antes que el suero prometido.
En el camino, por supuesto, los representantes del Ejecutivo han ido ensayando fórmulas retóricas para preparar el golpe que la ingrata noticia supondrá para todos aquellos a los que Vizcarra ya timó con relación a este mismo asunto. “Hay unos trámites que seguir –ha advertido por un lado la señora Bermúdez–; estamos esperando que la empresa transportista (…) nos diga qué día están llegando al Perú”. Mientras que la ministra Mazzetti ha recitado: “La vacuna va a llegar en el momento en que los vuelos ya estén todos coordinados y realmente la tengamos acá”. O sea, la vacuna llegará cuando llegue…
Y los peruanos, entretanto, estamos aquí jugando a la ronda y preguntando al infinito: “Vacuna, ¿estás?”. Nadie duda, desde luego, de la existencia de inconvenientes como los trámites aludidos por la presidente del Consejo de Ministros que dilatan el arribo del ansiado lote a nuestro territorio, ¿pero no los conocía acaso el jefe de Estado antes de ponerle fecha?
Si la respuesta a esa interrogante es ‘sí’, estamos ante una mentira. Pero si es ‘no’, estamos caminando en medio de la niebla con una partida de fulanos con laberintitis por lazarillos.
–El silencio y los gerundios–
La ausencia de brújula, sin embargo, no solo se manifiesta en los mensajes vinculados a la vacuna. Como mencionábamos al principio, es detectable también en las contestaciones de los integrantes del gabinete a las precisiones que se les piden sobre las actividades que han sido vetadas en estos días y las acciones que se tomarán para paliar los efectos de tales vetos. Al titular de Economía, por ejemplo, le preguntaron el miércoles si el bono de 600 soles ofrecido por el gobierno sería entregado antes, durante o después de la cuarentena que está por comenzar, y su respuesta fue apretar los labios. Y el ministro de Transportes, después de que ya se había anunciado que las actividades comprendidas en las fases 1 y 2 serían permitidas, apuntó: “Las actividades de cada fase están siendo revisadas por diferentes sectores y, a través de resoluciones ministeriales o normas específicas, será detallado (sic) para ver cuáles continúan”. Un ejercicio de jerigonza burocrática para poner en duda lo que se creía definitivo.
A su turno, la premier Bermúdez abordó el tópico de los pases laborales y de circulación de vehículos para quienes deben trabajar durante la cuarentena y deslizó: “Estamos coordinando para que puedan tener duración semanal”. ¿Coordinando, dijo? ¿Con quién? ¿No es esa una materia que ella o el Conde de Niebla (esto es, el presidente)podrían determinar a sola orden?
Seguro que sí, pero cuando uno se mueve en el terreno incierto de las medidas dictadas sin haberse detenido a pensar antes cuáles serán sus consecuencias, es mejor oscilar entre el silencio y los gerundios –las vacunas “están llegando”, las medidas “están siendo revisadas”, la duración de los pases se “está coordinando”– que incurrir en esa fea costumbre de ser asertivos que tienen algunos gobernantes.