Cuando el presidente Martín Vizcarra decretó el estado de emergencia por el COVID-19, las grandes compuertas del Monasterio de Santa Catalina se cerraron. Era marzo, temporada baja para el sector turismo, pero aun así el recinto recibía 200 visitantes al día. El convento, ubicado a dos cuadras de la Plaza de Armas, es el atractivo turístico más importante de Arequipa y es reconocido a nivel mundial.
Con la pandemia, los 19 empleados (administrativos, seguridad y mantenimiento) y 33 guías dejaron los claustros para confinarse en sus viviendas. Las únicas que se quedaron son las religiosas que aun habitan en el monasterio. Para las devotas los días pasaron como si nada. Ellas viven una cuarentena de por vida, y solo salen a votar, a comprar y a realizar ciertas gestiones financieras con autorización del Papa.
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Fueron seis meses de encierro, pero para sus trabajadores parecía una eternidad. Los guías se vieron afectados en su economía, sobrevivieron con las justas. En toda la cuarentena el monasterio dejó de recibir alrededor de 120.000 turistas, generando una pérdida económica que sobrepasa el millón y medio de soles. El administrador del claustro religioso, Javier Velarde, explicó que el 2019 el monasterio recibió 240.000 visitantes, de ellos el 40% eran nacionales, el 16% europeos (principalmente franceses) y el 44% extranjeros de diversas nacionalidades.
El gerente regional de Comercio Exterior y Turismo, Carlos Andrade, indicó que anualmente los visitantes del monasterio crecían en 4%. Pero ahora volverán a comenzar de cero como hace 50 años. En 1970 la concesionaria Promociones Turísticas del Sur S.A reconstruyó el monasterio, puso en valor los claustros y por primera vez lo abrió al público, tras permanecer 391 años aislado. Desde esa fecha hasta el 15 de marzo de 2020 solo se cerraban tres veces al año, viernes santo, navidad y año nuevo.
Recinto religioso
Este recinto religioso ocupa una amplia manzana de 20.426 metros cuadrados (m2). De toda esta mansión 5.000 m2 todavía son ocupadas por las 20 religiosas que quedan, en un espacio inaccesible para los turistas. La guía oficial, Zaira Gómez, cuenta que en sus mejores momentos llegaron a habitarla casi 500 monjas y muchas de ellas con sus sirvientas. El número de esclavas variaba de acuerdo a su nivel económico. En el libro Peregrinaciones de una Paria, en la página 390, Flora Tristán narra que había una monja que pertenecía a una de las familias más ricas de Bolivia que tenía ocho negras (sirvientas) a su servicio.
“El convento de fundó en 1579. María de Guzmán, una viuda rica de la nobleza se hace monja y dona parte de su herencia para su construcción. Era el primer convento en Arequipa. Antiguamente para alcanzar estatus social el segundo hijo de la familia debía ser cura, y si era mujer, monja. Los hijos obedecían, no se podían revelar porque los desheredaban. Muchas de las hijas fueron traídas contra su voluntad al convento. Tenían que ser apartadas para el Señor a los 12 años”, manifestó Zaira Gómez.
En el 2010, el Centro Histórico de la ciudad fue declarado patrimonio cultural de la humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). La existencia del monasterio fue transcendental para que Arequipa reciba este reconocimiento.
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Santa Catalina es una pequeña ciudad de mujeres dentro de un convento. Hay 80 unidades de viviendas, seis callecitas con doble dirección, una placita y una zona de lavandería. En el recinto hay más de 350 obras de arte, entre pinturas y lienzos religiosos de la escuela cuzqueña. En los claustros todavía existen objetos originales de 1970. Hay decenas de santos y cientos de utensilios y vajillas que usaban las antiguas dominicas. Además, se encuentra el busto original de la beata Sor Ana de los Ángeles.
Durante la cuarentena la administración aprovechó para darle mantenimiento general a todo el monasterio. Repintaron las estructuras, prepararon las obras de arte, implementaron wifi en todos los ambientes. Además, elaboraron un documental para que los turistas lo disfruten virtualmente. Dos trabajadores se contagiaron del virus, pero superaron sin mayor dificultad la enfermedad.
Protocolos
Para implementar el protocolo sanitario, la administración invirtió S/26.000 y casi tres meses de trabajo. Las puertas del monasterio se volvieron a abrir hace dos semanas. El primer día recibieron 37 visitantes y al siguiente día, 35. Para atraer más visitas la tarifa se redujo en 50%. La entrada general bajó de S/40 a S/20, pero los 10 de cada mes solo se paga S/10. Javier Velarde aseguró que esta promoción se mantendrá hasta fin de año.
Antes de la pandemia las personas podían comparar su tiket en la boletería del monasterio. Ahora se hace de forma virtual, a través de la página web www.santacatalina.org.pe. Se compra la entrada y ahí mismo se reserva el horario. Antes ingresaban en grupos de 20 turistas, ahora solo aceptan hasta siete personas por grupo e ingresan cada 15 minutos. El tour demora una hora. Anteriormente los visitantes se quedaban a descansar por las callecitas, se tomaban fotos en los pasillos, ahora nadie permanece en el recinto después del tour. Ingresan por la calle Santa Catalina y salen por la calle Ugarte.
Al ingreso del monasterio hay un vaporizador electrónico que desinfecta las manos y un personal que toma la temperatura. El visitante debe tener bien colocado su mascarilla para pasar por el pediluvio. En el baño se eliminaron los secadores eléctricos y han colocado papel toalla. Todos los trabajadores cuentan con su equipo de protección. Pese al estricto protocolo para brindar seguridad a los turistas las proyecciones no son muy alentadoras. A finales del 2022 podrían estar recuperando las cifras que registraron en el 2019.