En la cuadra cuatro del jirón Cusco, frente a la iglesia de La Amargura, en pleno corazón de Ayacucho, una fachada llena de flores multicolores destaca entre las demás. Al abrirse su pequeña puerta de madera, un túnel colorido parece transportarte a otra dimensión, una en la que repisas llenas de retablos de diferentes tamaños, flores de todos los tonos y suaves pompones consiguen alegrar el alma.
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Como parte de la campaña Peruanos que Suman de El Comercio y el BCP, hemos llegado a la casa museo Joaquín López Antay para conocer a Patricia Mendoza, bisnieta del artista que creó el retablo ayacuchano y fundadora de este espacio con el que busca fortalecer la identidad cultural de su comunidad.
Es sorprendente pensar que hace 80 años por aquí caminaron representantes del indigenismo como José María Arguedas, José Sabogal o Alicia Bustamante, quienes durante una de sus estancias, en 1942, le preguntaron a don Joaquín por qué no innovaba el ya tradicional cajón de San Marcos, dando origen así a lo que hoy conocemos como el retablo ayacuchano.
“La historia del retablo comienza con la llegada de los españoles a América y la primera propuesta fueron las capillas de santeros, cajas con santos en su interior que eran usadas para evangelizar. En el siglo XIX hay una segunda etapa con el cajón de San Marcos, en él se encuentra un sincretismo entre la cultura andina y la religiosa. Los abuelos de don Joaquín, por ejemplo, los realizaban y él aprendió de ellos. Pero fue él quien incluyó un tema cultural donde antes solo habían santos. En ese momento nació el retablo ayacuchano, ya no era una caja religiosa sino una de expresión cultural, artística o una pintura en 3D como muchos la conocen”, explica Patricia desde el patio de la casa museo.
La trayectoria de don Joaquín le valió ser condecorado en 1975 con el Premio Nacional de Cultura, un galardón que en su momento sacudió el mundo artístico nacional, pero que sirvió para preservar su legado en la historia. “Resulta trascendental porque fue la primera vez que el arte del retablo se puso al mismo nivel que la ópera o el teatro. Ese cambio fue muy importante para entender que nuestro arte fue válido”, asegura la joven.
Con el tiempo, sin embargo, la historia de don Joaquín fue perdiéndose no solo a nivel nacional sino también en su propio Ayacucho. En el 2015, cuando Patricia estudiaba Psicología en una universidad limeña, decidió hacer algo para cambiar esta situación.
“No se conocía la historia de don Joaquín, ni los ayacuchanos ni los turistas. La historia y su aporte al arte andino estaban siendo olvidadas. Así que hice una locura, dejé mi carrera a un lado, tomé mis ahorros y le propuse a mi mamá hacer la casa museo para honrar su historia”, recuerda.
Al inicio les dijeron que no durarían ni 6 meses, que era una locura apostar todo a cambio de mostrar unas cuantas piezas de arte. Ocho años más tarde, Patricia acaba de terminar con la segunda renovación de la casa museo, un espacio que cada vez se vuelve una referencia cultural más importante en Ayacucho y ha comenzado a trabajar con los más jóvenes para que nunca olviden de donde proviene uno de los mayores símbolos ayacuchanos.
“La historia de don Joaquín es la historia del retablo ayacuchano y esas son las bases para una identidad cultural. Por ello, ahora ofrecemos recorridos guiados para niños desde los 3 años hasta los que están en secundaria, talleres escolares enseñándoles cómo se hacen las figuritas con engrudo, cómo se pintan los retablos. Hemos visto mucho interés de los adolescentes por conocer su historia y los espacios. La gestión cultural es muy importante para acercar a las personas en su historia, por eso me gustaría que el Estado promueva más la cultura, para que la identidad de los jóvenes sea más sólida, que esté basada en sus ancestros y sus comunidades”, señala Patricia.
Pero mientras espera que las autoridades actúen, ella no se queda de brazos cruzados. Su siguiente objetivo es instalar un sistema de audioguía en español, inglés y quechua. Este último es, además, un compromiso personal que mantiene con la memoria de su bisabuelo, quien era quechuahablante. “Tengo un reto o un compromiso de acercarles más la historia a las comunidades quechuahablantes”, afirma.
Un compromiso que convierten a Patricia en una Peruana que Suma.
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