En el Perú, los liderazgos no son -y nunca han sido- paritarios. Desde los tres principales poderes del Estado -Ejecutivo, Congreso, judicatura- hasta los despachos autónomos y las oficinas municipales, son los hombres quienes, por mayoría, han tomado siempre las decisiones en el país.
Aunque hoy el Poder Judicial, la Fiscalía de la Nación, el Tribunal Constitucional y la Presidencia del Consejo de Ministros son liderados por mujeres, la participación sigue siendo histórica y estadísticamente masculina.
De acuerdo con información analizada por la Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio, las mujeres están infrarrepresentadas en casi todos los sectores. El más evidente es el Congreso, donde solo hay 34 legisladoras de los 130 escaños. En el gabinete ministerial, seis carteras son ocupadas por mujeres, mientras que las otras 13 tienen a ministros hombres. La Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia, compuesta por 16 jueces, únicamente tiene cuatro magistradas.
En otros cargos, no hay ninguna mujer. Es el caso de los 25 gobiernos regionales, el Banco Central de Reserva (BCR) y el Pleno del Jurado Nacional de Elecciones (JNE). También están los puestos de abismal diferencia numérica por género: solo hay siete alcaldesas entre las 196 alcaldías provinciales y 83 entre las 1666 alcaldías distritales.
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El Comercio invitó a funcionarias y ex funcionarias para saber qué tan hostil se torna el camino cuando una mujer “irrumpe” en espacios académicos, profesionales y de poder político. El resultado es un punto en común: su opinión es subvalorada y sus capacidades son puestas en doble cuestionamiento.
Cada una compartió a este Diario una historia personal.
Violeta Bermúdez, presidenta del Consejo de Ministros:
“Durante mi vida profesional y académica, me he topado con situaciones especiales por el hecho de ser mujer. Por ejemplo, cuando estudiaba la maestría, había un reconocido profesor de derecho constitucional que llegaba a clase y siempre empezaba haciendo una interrogante. Yo me sentaba en primera fila y siempre levantaba la mano para poder absolver la pregunta, pero parecía que era invisible. El profesor siempre miraba por encima de las alumnas para elegir a alguno de los colegas hombres para que dé su opinión. Con el transcurrir del tiempo, me di cuenta que este señor no valoraba el aporte de las mujeres y por eso, probablemente, nunca me vio levantando la mano en clase”.
Mirtha Vásquez, presidenta del Congreso de la República:
“Ser presidenta del Congreso no me ha librado de ser víctima de diferentes violencias que vivimos las mujeres en diversos sectores de esta sociedad. Dentro del Congreso, también se replican muchas de estas prácticas. Desde las cosas más sutiles: Acá todavía cuesta llamarme ‘presidenta’ y algunos colegas prefieren decirme ‘coleguita’, ‘mi reina’ o, a veces, me dicen ‘presidente’. Incluso se me llama ‘dictadora’ por tomar decisiones dentro de mis atribuciones”.
Marianella Ledesma, presidenta del Tribunal Constitucional:
“Cuando me designaron a trabajar como asistente en una relatoría del, por aquel entonces Tribunal Correccional, la relatora no me aceptó porque ella trabajaba con hombres. Yo le pregunté por qué no puedo laborar ahí y me dijo ' porque las mujeres son incompetentes, y más aun si tú eres una estudiante de Derecho’. A pesar de que le dije que me diera una oportunidad de demostrarle que no es así como ella pensaba, sin embargo, no tuve éxito. Lo increíble de esta historia es que una mujer discriminó a otra mujer”
Janet Tello, jueza suprema y presidenta de la Asociación Peruana de Mujeres Juezas:
“La discriminación, por ser mujeres, la hemos vivido todas. Desde aquellas épocas en que quise ser bombera, policía, ingresar a un estudio de abogados… Como trabajadora del Poder Judicial, que es un mundo dominado por varones, he sido discriminada y hostigada. Incluso, se llegó a decir ‘¿esa señorita qué hace aquí?’. Ahora estoy aquí, en la Corte Suprema”
Ana Neyra, ex ministra de Justicia y Derechos Humanos:
“Al inicio de mi carrera, cuando fui elegida para presentar una propuesta normativa en la que yo había trabajado, recuerdo la desconfianza que generaba que se encargara esa tarea tan importante ante una comisión del Congreso a una mujer y, sobre todo, a una mujer joven. También he estado en múltiples reuniones en las cuales, lamentablemente, se ignoraba a las mujeres y solo los hombres eran interlocutores válidos; solo los hombres podían aportar. Y se nos interrumpía constantemente, pese a que muchas veces los temas que se debatían eran de nuestras áreas de expertise. En diferentes reuniones profesionales, he sido testigo de comentarios en doble sentido, bromas sexistas y menciones al físico de las mujeres presentes; incluso del mío propio en algún momento”
Romi Infantas, exalcaldesa de Cusco y actual regidora:
“El año pasado, a mis 25 años, asumí el cargo de alcaldesa de la municipalidad. (...) Todas las personas desconfiaban de mi capacidad por ser mujer y por ser joven. Es por eso que los comentarios en diversas plataformas, como redes sociales y medios de comunicación, se basaban en cómo me veía, cómo me vestía o en mi estado civil; más no en lo que yo podía lograr por mi ciudad. Además, los mismos funcionarios y autoridades pensaban que, por ser mujer, no tendría el carácter para dirigir una municipalidad tan importante”
Ana Jara, ex presidenta del Consejo de Ministros y ex ministra de la Mujer:
“Recuerdo un episodio en mi vida. Abogada yo, me capacitaba para ser notaria pública. En uno de estos eventos, un grupo de abogados se acercó a consultarme a qué postulaba. Cuando les dije ‘notaria’, me respondieron: “¡Notario un varón! … y, si es adulto mayor, mejor; más confianza. Sígase capacitando… Quizá, más adelante”. Sin embargo, los abogados que estaban conmigo, cuando les consultaban y respondían igual que yo, a ellos sí les decían: “¡Bien, colega! ¡Qué bueno, doctor!”. ¿Se dan cuenta del trato diferenciado?”
Jara Velásquez fue también ministra de Trabajo y congresista. Al igual que las otras funcionarias y exfuncionarias que participan en el especial de El Comercio, remarcó que los estereotipos machistas siguen pendientes de erradicarse.
Una ‘falsa igualdad’
Si bien las mujeres no están -en teoría- impedidas de aspirar a altos cargos, muy pocas suelen alcanzarlos. Y aquí se abre el mito de un menor interés en el poder o en la política. Adriana Urrutia Pozzi-Escot, presidenta de la Asociación Civil Transparencia, explica que esa creencia se basa en un concepto de “falsa igualdad”.
“Se maneja la idea de que las mujeres ya lo han conquistado todo, de que ya son iguales [a los hombres]. Pero lo cierto es que aún hay brechas. Por ejemplo, yo diría que el ‘techo de cristal’ que varias mujeres han roto parece ser de elástico: en cuanto ya pasó una, detrás de ella vuelve a cerrarse. Y esa elasticidad es generada por el machismo institucionalizado: no se reconoce la autoridad de la mujer y se normaliza que no se reconozca”, expresa Urrutia.
Mariela Noles Cotito, politóloga especializada en género, señala que aún se perpetúa la idea de que las mujeres están “invadiendo” los espacios de poder. “Aunque hay muchos avances, todavía está la estigmatización de que las mujeres deben dedicarse a lo doméstico o a lo familiar. Cuando salen de ahí y, más aun, cuando son exitosas, se las concibe como ‘transgresoras’. Eso suele redundar en la creación -intencional y a veces no intencional- de ambientes hostiles”, dice
Beatriz Ramírez Huaroto, abogada especializada en género, indica que los tratos discriminatorios -incluso los más sutiles- desalientan a las mujeres a perseguir más cargos de tradicional dominio masculino. “Hay condiciones de acceso al espacio público, pero no de permanencia. Las conductas que estigmatizan, prejuzgan y estereotipan a las mujeres finalmente las empujan a salir. Lamentablemente, pueden pasar muchos años más para que los preconceptos basados en el género desaparezcan”, expresó.
Cuotas vs. paridad
Cuando en el Congreso se aprobó instaurar la paridad y alternancia para las listas electorales, ya existía una cuota de género del 30%. Sin embargo, su efecto a lo largo del tiempo no había sido significativo: hasta el momento, de los 130 congresistas que son electos cada cinco años, solo ha ingresado un máximo de 36 mujeres. Es el tope más alto de toda la historia republicana.
“Las cuotas son necesarias pero insuficientes. Es positivo afinar mecanismos que no solo alienten la inclusión, como la ley de paridad y alternancia, sino que también legitimen el liderazgo de las mujeres”, precisa Adriana Urrutia.
La Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio también identificó que, para el actual proceso electoral, el 79% de las listas al Congreso son encabezadas por candidatos hombres y solo el 21% por aspirantes mujeres. Además, vale recordar que, para las elecciones de este año, se ha mantenido el voto preferencial, por lo que el Congreso de los próximos cinco años no será necesariamente paritario.
“Las cuotas son un método de acción afirmativa muy válido, pero sí es verdad que no es un único método efectivo y la historia ya lo demuestra. Ahora, la explicación detrás de que no solo haya una regla de paridad, sino también de alternancia o de posición intercalada por género es que ya no se utilice a las mujeres como un relleno en el espacio inferior de las listas. Mucha gente cuestiona estas nuevas reglas, pero lo cierto es que las organizaciones políticas, de buena voluntad, no lo hacían ni garantizaban”, resalta Beatriz Ramírez.
Mariela Noles destaca la implementación de la paridad y la alternancia como un avance importante, pero también estima que la representación desigual en los sectores públicos tiene problemas de raíz: “Vivimos en un país, donde a las niñas, sobre todo en áreas rurales, se les desincentiva de seguir estudiando para tener más tiempo en labores familiares. Una niña que no termina de estudiar reduce sus posibilidades y un proyecto de vida pleno y de calidad, y eso no solo contribuye a alimentar círculos de pobreza, sino que también disminuye la presencia de mujeres en muchas áreas. Creo que la promoción de la educación de las niñas es un enfoque trascendental para revertir o intentar revertir la brecha de la representación”.