Cada megaproyecto minero enciende las alarmas del gobierno. Mil cuatrocientos millones de dólares, lo que vale Tía María, no fluyen así nomás. La conflictividad social es veneno para el ex gobernador de Moquegua Martín Vizcarra, y para cualquiera. En su pequeña región de origen, aprendió todo lo bueno de la minería y todo lo malo por lo que hay que pasar para echar un proyecto a andar sin que ambiente y gente se resientan. Por eso, cada que se le pregunta “Tía María para cuándo”, evoca a la moqueguana Quellaveco, la mina de sus ojos, que aún no empieza a explotar el mineral, pero ya está en la fase de construcción, intensiva en inversión y empleo, como manda la urgencia reactivadora.
Vizcarra y otras voces del gobierno también invocan, cuando en estos días se les pregunta por Tía María, la imperiosa necesidad de una ‘licencia social’, un concepto ni técnico ni vinculante, sino algo así como un ‘hágase la paz’ en el Valle de Tambo.
Cuando converso con Raúl Jacob, el vicepresidente de Southern Peru, filial de Southern Copper, dueña de Tía María, da a entender que la paz no puede ser completa pero que ha trabajado por ella desde el 2011, cuando la resistencia al proyecto costó cinco vidas. Esa vez hubo agitadores como Pepe Julio Gutiérrez, acusado de tratos extorsivos.
La agitación operaba sobre el miedo esencial al fin del agua y del mundo agrario. Southern replanteó su proyecto e hizo un nuevo estudio de impacto ambiental (EIA) proponiendo construir una planta desalinizadora para usar agua de mar en lugar del agua del subsuelo.
El nuevo EIA fue aprobado por el gobierno de Humala el 1 de agosto del 2014. Tiene vigencia de cinco años, así que se vence ya, en unas semanas, de ahí el tic tac que se oye cada vez más fuerte en corrillos políticos y empresariales. Y que apura el reagrupamiento de los opositores en el valle, que ya han hecho ir al gobernador Elmer Cáceres a plegarse con ellos y, en su última reunión, empezaron a pedir –según me cuenta Zenaida Condori, corresponsal de El Comercio en Arequipa– hasta que vaya el presidente.
Por su lado, Southern lleva varias temporadas de intensa persuasión, invirtiendo en obras y programas sociales, y revirtiendo escenas del pasado. Jacob lo resume así, poniendo énfasis en las ganas de tener a la población de su lado: “Había mucho trabajo tercerizado. Era como si contratases a alguien para que corteje a tu mujer”. Le pido a Jacob que me permita citar el chiste porque pinta el estado de la relación entre la minería y la sociedad en el Perú. Y porque se opone a otro chiste, terrible, que pronunció otro funcionario de Southern, Carlos Aranda, en un foro minero en el 2018. Dijo que en el distrito de Dean Valdivia había más resistencia a la mina pues allí nació Abimael Guzmán, aludiendo a una supuesta predisposición genética al terrorismo. Se disculpó él y también la empresa, y ya no es vocero del proyecto. Conversé tiempo atrás con él y deploraba su broma.
La resistencia se mantiene, sobre todo, en los agricultores organizados en la junta de regantes. Pero cuando indago por la instalación de la ‘mesa de diálogo’ de la que habló el gobernador Cáceres y a la que el gobierno manifestó que acudiría, cunde la confusión. Como cuenta Zenaida, luego de plantearla, Cáceres dijo que la idea era del alcalde provincial de Islay, que a su vez se la achacó a otro, y ahora, entre los opositores, el ánimo es llegar al ‘deadline’ sin mesa ni licencia. Lo que pesa en el bando opositor, concluye Zenaida, es lo que le dijo un dirigente: “Estamos jugando los últimos minutos del partido”.
Southern, por su lado, quiere dialogar pero con su licencia en la mano. Al gobierno, por cierto, no le gusta la frase ‘mesa de diálogo’, pues hace pensar en un nivel de conflicto como el que hubo en Las Bambas. Prefieren llamarla de otra forma, por ejemplo, ‘mesa de trabajo’. En cualquier caso, si se instala, sobre ella habrá una carta: el proyecto de la represa de Llanapujio, en Moquegua. Esa sería una suerte de compensación a los agricultores molestos con la cercanía de Tía María. De paso, se confirma que se descartó el proyecto de Paltiture, en zona limítrofe con Puno, que era una temeraria invitación a que el gobernador puneño Walter Aduviri metiera sus narices.
—Tapada destapada—José de Echave, de la ONG Cooperacción, y crítico de la minería, me dice que en la conflictividad asociada a ella, alrededor de un 70% son ‘conflictos de convivencia’, como el de Las Bambas, con poblaciones que quieren a la minería pero tienen acuerdos pendientes. El 30% restante son ‘conflictos de rechazo’, y allí ubica al caso de Tía María ante los agricultores del Tambo, para no hablar de la población dedicada a otros menesteres y con otras expectativas.
Más allá de la tipología, todos los conflictos tienen arreglo, y aquí, prometer una represa y obras que mejoren los indicadores de desarrollo agrícola sería la señal de que el gobierno no apuesta a un valle perforado sino a una convivencia de minería y agricultura respetando sus límites. Los voceros del gobierno aún no afirman con certeza si darán la licencia antes de que se venza el ‘deadline’. En sus declaraciones, deliberadamente ambiguas, laten el temor de no querer quedar como trabadores (dejar que un EIA se venza es forzar a un nuevo y farragoso proceso) y el afán de superar sus reticencias. Mis fuentes tampoco quieren ser concluyentes, pero se inclinan a pensar que, cuando se dé la licencia, será una decisión administrativa sin bombos ni platillos. Y podría estar precedida de un diálogo entre Vizcarra y el magnate mexicano Germán Larrea, el dueño de Southern Copper.
Con licencia de construcción y tras unos meses de diálogo y persuasión en pro de la ‘licencia social’, recién empezaría la construcción de carreteras, de plantas y del tajo de La Tapada. Por cierto, el proyecto Tía María incluye dos yacimientos. El más grande, más cercano al valle y donde empezará la explotación, es La Tapada. ¿Por qué, entonces, el proyecto se llama Tía María? Mi pregunta provoca una llamada a un geólogo que conoce la génesis de todo.
Primero, se descubrió un yacimiento que iba a llamarse Virgen María hasta que algunos pensaron que, tras el trajín excavatorio con ‘condemned drills’(perforaciones para explorar un perímetro), mejor quedaba ‘tía’. Temporadas después, a unos cientos de metros, un geólogo vio por casualidad una afloración que resultó ser un gran yacimiento que estuvo oculto a la exploración, de ahí que se llamó, en femenino y en homenaje a las limeñas antiguas, La Tapada. El debate de género y minas puede esperar, lo urgente es que el gobierno resuelva sus dudas y aquiete al valle.