Se iba, se iba y no se había ido. César Villanueva intuía que al ritmo político nacional, su cargo palaciego no debía durar más allá del 2018. Su equipo de la PCM –me consta– masticó la idea de prepararle una partida elegante tras el referéndum de diciembre. El previsible triunfo del ‘sí, sí, sí, no’ disiparía los dislates que había cometido en una que otra declaración.
Pero pasó el referéndum y entramos en una coyuntura de montaña rusa que no dio respiro para hacer una despedida. Llegamos al 2019 sin el cambio de ficha.
El verano se volvió pegajoso con el matrimonio forzado de Villanueva y Vizcarra: alguien que se salta el canal de la PCM, una secretaria general de confianza de Vizcarra (la apurimeña Mirian Morales) que resuelve un tema que pudo resolver el primer ministro, un conflicto que demora en ser atendido por la PCM (la huelga de transportistas que tenía hartos al ministro Edmer Trujillo y a su vice Carlos Estremadoyro, ambos cercanos a Martín Vizcarra desde su gestión moqueguana), una reforma política que no toma en cuenta lo avanzado por la PCM, y zas, tienes a un ala de Palacio enfurruñada con la otra.
La última semana de febrero le quedó claro a presidente y primer ministro que debían divorciarse. Y lo acordaron en paz. Villanueva pergeñó su carta de renuncia, amistosa y enjundiosa, y la entregó el miércoles 6 a Vizcarra.
Con ella en la mano, Vizcarra llamó a Salvador del Solar. ¿Desde cuándo masculló su nombre y quiénes lo acompañaron o instigaron a llamarlo? No he podido desentrañar eso, pero sí que Vizcarra lo conocía bien, que tenían esporádica comunicación virtual y que Del Solar llevaba instalado unos meses en Lima, disponible para la política grande.
La asociación Hacer Perú, por ejemplo, formada por ex ministros como Piero Ghezzi, Alonso Segura y Carolina Trivelli, lo tenía entre sus colaboradores.
Fuentes palaciegas me cuentan que cuando Vizcarra llamó a Del Solar el jueves 7, este fue receptivo de saque, pero pensó que el presidente le iba a ofrecer un ministerio, quizá Cultura. La oferta fue mayor y Del Solar empezó ese mismo día a contactar a los nuevos convocados.
Vizcarra ya tenía candidatos de fuerza, pero le dio el chance a Salvador de variar o completar el cásting. Dicen que al menos intervino en el fichaje de Ulla Holmquist para Cultura.
El saliente Rogers Valencia, que fue un apurado reemplazo de Patricia Balbuena, tenía el estigma de haber manejado con ruido el conflicto del hotel Sheraton cusqueño. Holmquist, directora del Museo Larco, tiene la misión de estrenar el supermuseo nacional MUNA para el bicentenario.
—¿Qué te parecen?—Cuando se filtró el viernes 8 la renuncia de Villanueva, Del Solar ya estaba en pleno fichaje de ministras. La idea había sido anunciarla esta semana, así que el ruido no precipitó las cosas en demasía. El afán de la paridad fue idea compartida.
Las reuniones las hacía Del Solar fuera de Palacio, por eso no se encuentran registros de entradas de los candidatos, salvo el de Gloria Montenegro. La apepista tenía que hablar con el presidente, pues su fichaje tiene implicancias que la exceden: César Acuña debió dar el visto bueno a lo que, aunque lo niegue, parecerá una alianza de gobierno, pues Villanueva, también apepista, vuelve al Congreso y opositor no será.
Fabiola Muñoz es una de las revelaciones del Gabinete: coordinó el megaoperativo contra la minería ilegal en La Pampa y Vizcarra le pidió que pasara a Agricultura, donde el ministro Gustavo Mostajo no iba al ritmo que piden las urgencias de la reconstrucción.
Muñoz se ha fortalecido, pues deja en el Minam a Lucía Ruiz, viceministra que ella había fichado. Razonamiento similar al del cambio de Mostajo por Muñoz es el de Javier Piqué por Carlos Bruce.
En realidad, Vizcarra ha querido completar el Gabinete que no pudo tener en el 2018. Esa vez no pudo mantener a Bruce porque debía marcar distancia con el ppkausismo.
Tampoco pudo fichar a Paola Bustamante en el Midis, de quien se había prendado cuando la conoció siendo él gobernador de Moquegua y la vio trabajar con ocho meses de embarazo. Haber sido ministra de Humala también era un estigma en abril del 2018. Por eso optó por Liliana La Rosa, a quien también había conocido en la cancha.
La Rosa, me cuentan, no ha tenido pecados de omisión a ojos de Vizcarra, sino de acción. Su ímpetu en el tema de la anemia sacó chispas intersectoriales.
En el 2018 Vizcarra fichó pero no pudo juramentar a Flor Pablo en el Minedu, recomendada por Jaime Saavedra y por varios educadores. A última hora hubo consultas a opositores conservadores que la vetaron por prejuicios antifeministas. Tampoco pudo fichar a Rocío Barrios en el Produce, pues compromisos con los vacadores favorecieron a Daniel Córdova.
Hoy libre de esos compromisos y vetos opositores, Vizcarra cambió, trocó y fichó a quienes quiso. El MEF, con un adaptativo Carlos Oliva, tiene las aguas calmas. Interior, con Carlos Morán, ha sorteado algunas pequeñas crisis y Vizcarra prefiere no abrirse frentes con los uniformados. Por eso tampoco ha tocado a Defensa.
Lo que presidente y flamante primer ministro llaman ‘nueva etapa’ es, en realidad, la necesidad de demostrar que no solo habrá gesto, sino gestión, obra, reconstrucción y por lo menos iniciativa de reformas.
Por eso era clave refrescar los ministerios de mayor compromiso ejecutor como Agricultura, Vivienda y Educación (en Transportes está su inamovible Edmer Trujillo). El Minsa acababa de ser refrescado con Zulema Tomás en enero (Silvia Pessah se fue por razones de salud), así que no hizo ajustes ni allí ni en Energía y Minas, cuyos megaproyectos están en delicada suspensión.
Ni modo que iba a tocar a su paisano Vicente Zeballos en Justicia. En resumen, hay ajustes y persistencias previsibles, más un cambio contra todo pronóstico: el fichaje de un primer ministro con brío propio.