Con el pasar de los años, la aspiración mayoritaria de tener un gobierno democrático ha ido perdiendo terreno en América Latina. Por el contrario, la preferencia hacia alternativas autoritarias o de mayor ‘mano dura’ ha crecido entre los ciudadanos de la región. Esto, de acuerdo con el Latinobarómetro, un estudio de opinión pública cuyos informes de 1995 al 2023 revelan una recesión promedio de un 13% en el respaldo colectivo a la democracia en 18 países.
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La fluctuación en el apoyo a los elementos propios de este sistema –elecciones libres, pluralidad de voces, ejercicio pleno de derechos civiles y resguardo de la institucionalidad y los contrapesos en el poder– ha sido tal que, a la fecha, solo en seis países hay más de un 50% de población que los valora.
De otro lado, si se toma en cuenta todo el subcontinente, el Latinobarómetro muestra que un promedio conjunto de 17% estaría dispuesto a avalar modelos autoritarios en algunas circunstancias. En México, Paraguay, Guatemala y República Dominicana, este respaldo supera el 20%.
El deterioro en el respaldo a la democracia se traslada a lo institucional. Según Economist Intelligence Unit, la unidad de análisis del medio británico The Economist, son solo tres –Chile, Costa Rica y Uruguay– los países latinoamericanos que ejercitan este modelo de manera plena. En total, ocho califican como regímenes híbridos (Perú entre ellos), cinco como democracias imperfectas y tres tienen ya cierto tiempo bajo autoritarismos o dictaduras.
Para especialistas consultados por El Comercio, el escenario poco auspicioso para la democracia en América Latina tiene origen en diversos factores. Tomás Dosek, doctor en Ciencia Política y magíster en estudios latinoamericanos, sugiere que la crisis económica y de seguridad, las brechas sociales y la fragilidad de las instituciones empujan a la región a demandar cambios sustanciales. Sin embargo, estas necesidades no son cubiertas por los malos liderazgos políticos, lo que abre campo para cada vez mayor desafección ciudadana frente a modelos convencionales de gobierno.
“El problema de las democracias latinoamericanas es el ejercicio del poder. Los líderes reducen la democracia al mero proceso electoral e, incluso, en algunos casos corrompen las elecciones y cuestionan los resultados si no les favorecen. Pero mayormente erosionan la democracia desde dentro, desde los cargos para los que fueron elegidos para, supuestamente, solucionar problemas”, comentó el profesor de Ciencia Política de la PUCP.
El politólogo de origen checo estima que las democracias sanas y la satisfacción de la ciudadanía con la política están condicionadas por la calidad de acción de las autoridades frente a las demandas sociales.
“Sin la capacidad de respuesta de las autoridades políticas a las necesidades de las personas, se genera una desconexión entre la clase política y el Estado, por un lado, y la ciudadanía, por otro lado, lo cual impacta en una baja satisfacción en la misma y, en última instancia, puede afectar la confianza en el sistema democrático como tal”, dijo.
También en comunicación con este Diario, la politóloga e internacionalista argentina Carolina Zaccato resaltó que el progresivo deterioro de la democracia no es exclusivo de América Latina.
“Si bien la apatía hacia la política, así como el resquebrajamiento del sistema democrático se evidencian de manera más marcada en esta región, tendencias similares están presentes en regiones como América del Norte y Europa Occidental que, pese a su mayor cantidad de recursos para responder a las demandas de sus ciudadanos, también muestran altos grados de descontento con el funcionamiento actual de la democracia, y evidencian el surgimiento y consolidación de líderes carismáticos-populistas, y de partidos de extrema derecha, nativistas y con retóricas anti sistema”, explicó la investigadora de la University of St Andrews, en Escocia.
Pero, ¿cuál es el riesgo de que se mantenga el declive del sistema democrático en América Latina y el resto del mundo? “Los líderes, cada vez con menos experiencia política, capacidad de gobernar y menor compromiso democrático, no saben cómo responder [a la ciudadanía y sus demandas] y optan en muchos casos por la represión, restringir el espacio para las críticas y concentrar el poder”, afirma Dosek. En ese sentido, consideró que Nayib Bukele, en El Salvador, ejemplifica a ese tipo de líder alternativo que termina erosionando la democracia aún más y que “desafortunadamente, puede llegar a ser el futuro de muchos píases en la región”.
Zaccato coincide en que la dinámica actual “genera un contexto propicio para la lenta pero sostenida transición hacia sistemas semi-autoritarios”. Agrega que, más que el apoyo explícito a autoritarismos, lo clave a vigilar es el alza del descontento generalizado hacia el sistema político.
“La combinación de un creciente descontento con respecto al funcionamiento de la democracia en la región – con gobiernos que no son capaces de proveer los bienes públicos que sus ciudadanos demandan, situación que se agrava post pandemia –, gran cantidad de gobiernos regionales con causas de corrupción, presidentes que no terminan su mandato, junto con otros que buscan entronizarse en el poder, termina por derivar en el debilitamiento de los sistemas democráticos regionales y la apatía ciudadana, cuando no el abierto descontento, con la política”, detalló.
“La historia de siempre”, por Carlos Meléndez* [OPINIÓN]
Existe preocupación por el debilitamiento de las democracias en América Latina. De acuerdo con datos de The Economist, solo tres regímenes políticos en la región califican como democracias plenas: Chile, Costa Rica y Uruguay, los mismos de siempre. Tampoco sorprende que otros tres sean definidos absolutamente como autoritarismos: Cuba, Venezuela y Nicaragua (aunque el término “dictadura” sea el más adecuado en estos casos). El resto de los países caen en un limbo muy amplio entre “regímenes híbridos” (ocho, incluidos Perú) y “democracias imperfectas” (una suerte de premio consuelo para cinco casos). Son estos grupos intermedios los más frecuentes porque construir democracias completas (y dictaduras plenas), en ningún caso, es sencillo.
Convertir un régimen político en democrático o autoritario no depende exclusivamente de un líder, de un partido o de un Congreso. Son las sociedades, finalmente, las que aceptan o rechazan las amenazas a la democracia. Un tercio de mexicanos señala abiertamente que “un gobierno autoritario puede ser preferible”, al igual que aproximadamente un cuarto de paraguayos, guatemaltecos y dominicanos. Esos niveles son muy altos si consideramos que apoyar a la democracia es, en el papel, una decisión políticamente correcta. Tan deseable que un 57% de venezolanos dicen apoyar la democracia a pesar de que viven bajo la sombra autoritaria. Por eso, hay que ir a los detalles. Por ejemplo, a esa mitad de peruanos que apoyarían un cierre del Congreso o que piden sin reparos una destitución presidencial. Se trata de ese tipo de valores, finalmente, los que corroen la legitimidad de las instituciones políticas democráticas.
América Latina no ha tenido democracias plenas en ejercicio simultáneo en todos sus países. Porque finalmente la mayoría de países latinoamericanos tienen instituciones políticas fácilmente torcidas por la ambición de sus líderes de turno y la complacencia de sus sociedades de siempre.
*Carlos Meléndez es sociólogo, doctor en ciencia política y socio fundador de 50+1 Grupo de Análisis Político.
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