En algún momento de nuestra educación primaria o secundaria nos asignaron la lectura de una novela titulada “El señor de las moscas”. Escrita por William Golding, esta era la historia de un grupo de niños que terminaban varados en una isla luego de que el avión donde viajaban sufriera un accidente. A partir de ese momento, los sobrevivientes empezarían a valerse por sí mismos, en un contexto de desconocimiento y de múltiples carencias.
La historia, una aguda representación sobre el bien común y los límites humanos, fue lo primero que vino a nuestra mente al ver “El triángulo de la tristeza”, la película del cineasta sueco Ruben Östlund que se coló entre las diez nominadas de la categoría Mejor Película en los Premios Oscar.
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Dividido en tres partes, este largometraje empieza con “Carl y Yaya”, la historia de una pareja de apuestos modelos que, aunque parecen sentir amor entre sí, presentan varias diferencias en la forma de pensar que los hace discutir de forma frecuente. Él, interpretado notablemente por Harris Dickinson, acaba de presentarse en un casting donde, precisamente, comienza todo.
Antes de desfilar ante los seleccionadores, una veintena de chicos son requeridos por un desinhibido ‘reportero’ que los interroga a quemarropa. “¿Tus padres te apoyaron para convertirte en modelo? ¿Incluso tu padre? ¿Quería que entraras en esta industria en la que solo ganas un tercio que las mujeres? ¿En la que tratas diariamente con homosexuales que quieren cogerte?”, pregunta, generando las risas de los presentes.
En un momento es Carl quien debe responder. A él le piden lucir serio y luego sonreír. El entrevistador señala –palabras más, palabras menos-- que las marcas más caras te exigen lucir serio, y las más baratas, feliz. Repite entonces el ejercicio una y otra vez (¡Balenciaga! ¡H&M!) hasta que todos se destornillan de risa. La escena, un acercamiento burlón al poco visto y siempre codiciado mundo del modelaje top, es la mejor apertura que podría tener esta historia.
Esta primera parte de la nominada al Oscar, sin embargo, tiene como plato fuerte, la presentación del vínculo afectivo entre Carl y su novia Yaya (Charlbi Dean). En una escena siguiente, el mesero del restaurante donde ambos cenaron le informa a ella que sus tarjetas han sido rechazadas, por lo que él se apresta a pagar. El problema aquí es que Yaya –quien gana mucho más que Carl—había prometido invitar esta cena. Luego de hacerle notar esto a su pareja, la modelo se para y amaga con irse, desatando una discusión que presencian todos en el local.
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Ya en el ascensor del hotel donde ambos pasarán la noche, Carl vuelve a increparle a Yaya sobre por qué él debe pagar todo si ella gana más. Aunque lo salomónico sería dividir las cuentas, la modelo se irrita por la insistencia en el tema y le lanza un billete, lo cual eleva el conflicto a un nivel superior. Recriminaciones y golpes a la puerta del ascensor. Un diálogo de sordos entre dos rostros lindos que, aunque a primera vista parecen tener la vida completamente resuelta, claramente son tan infelices como cualquier mortal.
Ya en la segunda parte, “El yate”, Yaya –quien también es influencer, “oficio por el que a veces no cobra, pero sí recibe cosas gratis”—y Carl empiezan lo que parece ser una hermosa travesía en un crucero. Adentro hay millonarios que van desde vendedores de armas hasta grandes empresarios de los fertilizantes, pasando por adinerados solterones dispuestos a todo por pasarla bien.
En oposición a este grupo está el de los trabajadores (la tripulación). Aquí aparece Paula (Vicki Berlin), la jefa que se esfuerza por formar a empleados atentos, incapaces de decirle no a cualquiera de los requerimientos de los pasajeros. Todo esto permitirá, según dice, “que al final todos se lleven una gran propina”. Asimismo, hay un tercer conjunto de personas que hasta este punto de la película no tiene voz. Se trata del de los operarios de labores menores, por decirlo de alguna manera. Entre ellos destaca Abigail (Dolly de León), la jefa de limpieza de baños.
La idea en esta segunda parte del filme es clara: presentarnos una sátira sobre ciertas clases altas incapaces de preocuparse en aquellos problemas que escapen a su espacio. En esta línea destaca Dimitry (Zlatko Buric), un empresario de frente amplia y abdomen abultado que se hizo millonario vendiendo fertilizantes y no tiene pelos en la lengua al expresar a viva voz sus ideas, que en ocasiones harían parecer noble e infantil a la más extrema de las derechas.
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Mientras somos testigos de la presentación de los millonarios pasajeros de este crucero observamos una segunda línea paralela en la que aparece un conocido de Hollywood. Woody Harrelson es el capitán del barco. Un comunista que se la pasa bebiendo en su camarote sin importar aquello que pase afuera. Cuando a la fuerza es invitado a acudir a una reunión en el comedor, surge un elemento extraordinario: una tormenta que amenaza con destruir el barco.
Probablemente en esta etapa del filme son más visibles sus falencias. Desesperados por el andar de un lado al otro del yate, los pasajeros o pierden la razón o se descomponen, convirtiendo instalaciones bellamente adornadas en verdaderos desagües. Vómitos, heces que flotan y botellas zarandeándose durante varios minutos conforman una propuesta que va de lo osado a lo grotesco.
Por otra circunstancia extraordinaria posterior ocurre algo que acaba con casi la totalidad de los pasajeros. Solo ocho sobreviven y terminan varados en lo que parece una isla abandonada. Aquí es cuando retomamos la idea de “El señor de las moscas”. Siete de los ‘sobrevivientes’ son incapaces de hacer fuego con madera. Lo mismo si se trata de pescar algo o cocinarlo. Un nuevo dibujo de las carencias de ciertos sectores que creen tenerlo todo, hasta que surge una desgracia.
Abigail, aquella limpiadora de baños del crucero que todos miraban por arriba –o en ocasiones ni miraban—es la única que tiene habilidades no extraordinarias, pero sí suficientes para sobrevivir. Por eso ocurre aquí una especie de ‘golpe de Estado’. El personaje interpretado por Dolly de León rechaza la autoridad de Paula y se nombra a sí misma “capitán” del (ya inexistente) barco. Es ella quien domina todo y todos lo aceptan porque no tienen a la mano ni sus celulares ni sus millonarias cuentas bancarias.
La tercera etapa de esta tragicomedia con tintes realistas y muy actuales es ciertamente una recreación sobre cómo en circunstancias extremas surge lo más humano de nuestra condición. No necesariamente para hacer el bien, sino en ocasiones para cobrar revancha.
Lejos de grandes obras como la anti bélica “Sin novedad en el frente”, de osadas propuestas como “Todo en todas partes al mismo tiempo”, o de delicados retratos autobiográficos como “Los Fabelman”, la cinta de Östlund parece apenas un buen intento por dotar de diversidad a la principal categoría de los premios más importantes del cine. Así pues, más allá de notables actuaciones como las de Harris Dickinson o la filipina Dolly de León, sus posibilidades de alzarse con la principal estatuilla son notoriamente menores.
EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA/ PRIME VIDEO
Director: Ruben Östlund
Actores: Harris Dickinson, Charlbi Dean, Dolly de León, Woody Harrelson
Sinopsis: La pareja de modelos famosos, Carl y Yaya, son invitados a un crucero de lujo para los súper ricos. Lo que primero parecía digno de ser retratado en redes sociales, termina catastróficamente, cuando una brutal tormenta azota la embarcación dejando a los sobrevivientes varados en una isla desierta y luchando por sobrevivir.
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