Primero fue lo del hotel. Estábamos en una mesa de la terraza, esperando el comienzo del show. De repente aparecieron sobre el escenario dos señoras con indumentaria extravagante y se lanzaron a cantar un popurrí de ABBA. A la media hora me di cuenta de que conocía casi todas las canciones, desde Dancing Queen hasta Super Trouper, pasando por SOS, Chiquitita, Fernando y Money, money, money. Nunca compré un disco o casete de ellos pero por alguna razón recordaba sus temas.
Solo una semana después, recorriendo el Parque de Atracciones de Madrid, nos percatamos de que la marquesina del teatro anunciaba una versión recortada de Mamma Mia, el famoso musical basado en los hits de ABBA. Saqué entradas de inmediato. Durante la función recordé que años atrás mi madre, mi hermana y mi sobrina volvieron felices del cine luego de ver la película con Meryl Streep. Salí del teatro entusiasmado, tarareando el estribillo de Take a Chance on Me y de Knowing Me, Knowing You hasta el cansancio (el cansancio de mi esposa e hija). Esa misma noche me quedé hasta la madrugada viendo Mamma Mia en Netflix y me fui a la cama con dos conclusiones innegociables: Donna debió quedarse con Harry, no con Sam, y Pierce Brosnan canta horrible.
MIRA: Odiar no cuesta nada, por Renato Cisneros
A la mañana siguiente, ya oficialmente obsesionado con ABBA, se me dio por averiguar más de ellos. Solo sabía lo de su éxito brutal en los setenta, su separación en los ochenta, y que habían dejado una veintena de canciones de las que ahora, súbita y anacrónicamente, me había vuelto fanático. Apenas inicié mis indagaciones, en el colmo de las coincidencias, me di con la noticia de que justo este 2021, a casi cuarenta años de su último trabajo (The Visitors, 1981), la más importante banda sueca de la historia regresaba con nuevo material, Voyage, un compilado de diez canciones que serán lanzadas el 5 de noviembre.
La historia del cuarteto nórdico empezó en el concurso de la Canción de Eurovisión en 1974. Esa noche, Agnetha, Anni-Frid, Benny y Björn se presentaron por primera vez como ABBA, nombre formado por sus iniciales (y homónimo de la marca de conservas de pescado más conocida de Suecia). Ganaron el primer lugar con un tema que se volvería clásico, Waterloo, y desde ahí no dejaron de brillar. Las chicas tenían un registro vocal privilegiado; los chicos componían, tocaban la guitarra y el piano; y el mánager, el gran Stig Anderson, les organizaba las finanzas y el futuro. Se distinguieron rápidamente ofreciendo un pop distinto, más elegante o vistoso del que se oía en la radio. En los ocho años que duró su apogeo vendieron más de 300 mil álbumes, grabaron una película, alcanzaron repetidas veces el primer lugar de los rankings de Inglaterra y Estados Unidos, y nueve de sus discos fueron número uno en Gran Bretaña, marca solo superada por Elvis, Cliff Richard y los Beatles.
LEE TAMBIÉN: No era solo la historia del caníbal, por Renato Cisneros
En 1981, tras una década de matrimonio, Agnetha y Björn se separaron al no compatibilizar sus prioridades: él quería seguir saliendo de gira, ella prefería ocuparse de los niños. Poco después, Anni-Frid y Benny, que llevaban tres años de casados, también rompieron. Ambos divorcios, sin embargo, no parecieron afectar la producción artística (según su productor, “en el estudio nunca se vieron lágrimas ni peleas”); es más, propiciaron la creación de algunas de sus letras más profundas, como The Day Before You Came o The Winner Takes It All. Pero el público estaba acostumbrado a la energía de ABBA y poco a poco la popularidad del grupo comenzó a mermar. En 1982, cansados de disimular ante la prensa que “seguían siendo los mismos”, decidieron tomarse “un receso”. Agnetha y Anni-Frid continuaron como solistas, mientras Björn y Benny se dedicaron a producir musicales, dos en concreto: Chess, basado en la vida de un jugador de ajedrez ruso, y el célebre Mamma Mia, que en Broadway hasta hoy atrae tantos espectadores como El fantasma de la ópera o El rey león.
En Internet pueden escucharse dos de las nuevas canciones, I Still Have Faith in You y Don’t Shut Me Down. Las voces se mantienen intactas y las melodías, aunque más reposadas, conservan el encanto de antaño. Pero la proeza de la banda no es solo musical: su reunión es un ejemplo de resistencia, amistad, fidelidad y estilo propio en un negocio ya dominado por el individualismo, la fugacidad y la impostura. Larga vida, ABBA. Los fans, incluso los recientes, celebramos este viaje de regreso. //