Volver a Hawái había sido uno de mis sueños y uno de mis objetivos, desde que pisé por primera vez esa tierra mágica y quedé absolutamente enamorada. Diez años atrás había sido intuitivamente el destino elegido para mi luna de miel y creo que nunca tomamos una decisión más correcta. Desde que llegamos al aeropuerto de Maui quedamos hipnotizados por su belleza. De bienvenida nos regaló un arco iris y un paisaje natural sin igual. Quedé tan sorprendida que me prometí a mí misma volver. Si no era para vivir ahí, para disfrutarlo otra vez. Montañas de verdes intensos y en todas las gamas, mares de olas generosas, una geografía tan imponente como ‘instagrameable’: el verdadero paraíso. Pero no fue solo el lugar terrenal –que más parecía divino–; finalmente, un espacio se debe también a su gente. En Hawái la gente tiene un espíritu increíble: para comenzar ¡no llevan prisa!
El tiempo en Hawái se detiene para priorizar todo aquello que nutra el espíritu: primero, el contacto con la naturaleza. Este es muy respetuoso y parte de la dinámica de vida (si la mayoría no entra a surfear al agua, estará navegando, pescando, buceando, remando o de paseo por sus increíbles rutas o perdiéndose entre sus montañas, bosques y cataratas). Segundo, el contacto con los demás. Los hawaianos, en su sabiduría ancestral, reconocen la vital importancia de pasar el tiempo y compartir con los demás disfrutando del tan delicioso arte de no hacer nada.
Así, puedes ver a los locales a cualquier hora del día practicando algún deporte acuático o en pícnics en las playas o simplemente sentados en las puertas de sus casas conversando y observando el tiempo pasar. Todos en atuendos cómodos y relajados; literalmente andan en ropas de baño y sayonaras. La única moda que reina aquí es la de la comodidad.
Una de las principales costumbres y dinámicas que más llamaron nuestra atención fue que la mayoría de locales cultivan y cosechan frutas y verduras en su jardín. Las ofrecen en jabas en las puertas de sus casas, sin supervisión alguna. Si el viajero o quien pase por ahí desea alguna, puede elegir lo que le provoque y dejar un dólar (o su valor a cambio). Es decir, un nivel absoluto de confianza hacia los demás. Pensaba en cómo funcionaría esa dinámica aquí y con un optimismo sin precedentes en que ojalá algún día sea posible en nuestro país (podrán decir que soy una soñadora, pero no soy la única).
Así que volvimos. Y digo volvimos porque celebrando nuestro décimo aniversario de matrimonio regresamos a Maui. Ahora con teléfonos inteligentes y wifi en la mayoría de la isla para compartir en vivo y en directo lo que mis sentidos percibían. Muchas cosas han cambiado: la afluencia de turistas, el tráfico (inclusive aéreo; los paseos en helicóptero son una de las actividades favoritas de los turistas pudientes), los nuevos resorts. Pese a ello, Maui sigue siendo un paraíso sin discusión, con arco iris, cielos imposibles de creer y una naturaleza tan poderosa que a uno solo le queda el silencio para la contemplación absoluta. Es un lugar que te invita a conectarte contigo y con lo divino. Uno no regresa siendo el mismo, no después de apreciar tanta belleza y de sentir la gratitud en cada aliento. No hacen faltas las palabras. Quizás por eso el vocabulario hawaiano tiene solo 12 letras y ‘aloha’ es una de las palabras que más escucharán en su estadía. Es hermosa porque abarca múltiples significados. Se utiliza para expresar todo lo bueno: el amor, el agradecimiento y los buenos deseos. Dicen por ahí que uno vuelve siempre al lugar en el que fue feliz. Suscribo. //