UNO
Dos políticos conversan en YouTube. Uno de ellos tiene sorprendentes ambiciones presidenciales aún a pesar de aparecer en un video comprometedor, condena de estos tiempos. En él aparece huyendo a paso ligero de un incendio romántico y extra curricular. El otro, joven congresista, no postula a nada. Pero ha demostrado guardar correspondencia por la ética del servicio público: estar donde las papas queman. Precisamente en ese video conversa con un tubérculo carbonizado. Pero está a punto de cometer una idiotez circular. Es decir, perfecta.
Sin que nadie se lo pida, salvo acaso su líder, el joven congresista confiesa que fuma marihuana hace más de veinte años. Que ha fumado con sus padres y con sus tíos. Okey, qué interesante. (Otro dato crucial: Héctor Chumpitaz no se cortaba las uñas del pie antes de un partido.) Como bien dice el refrán, cada quien hace de su panza un tambor y de su trasero un candelabro.
La pregunta es la siguiente: a 10 meses de una pandemia, con 40,000 muertos a cuestas y ante la segunda ola, ¿a quién rayos le importa lo que fuma un congresista? ¿De qué sirve saberlo? El pozo de frivolidad auto referencial en el que ambos chapotean logra un propósito gobernado por la fuerza gravitacional de la estupidez. Se trata de un propósito doble.
Primero, la oposición aprovecha la oportunidad circense para usar este tema de biombo ante los casos relevantes que carcomen el congreso (narcotráfico, corrupción, usted elija). Segundo, lleva a la opinión pública a estar discutiendo pastruladas en vez de hablar de lo que nos asfixia. El virus.
MIRA: Drogas, bodas en pandemia, biografías falsas: los polémicos casos de la Comisión de Ética del Congreso
LA VERSIÓN DE DANIEL OLIVARES:
DOS
En derecho, la flagrancia es como ver un ovni: el autor del delito es sorprendido en el momento mismo de cometerlo. Un ciudadano venezolano sin brevete ni perdón atropella a una fiscalizadora y huye ante policías, serenazgo, transeúntes, periodistas y micro organismos presentes en el lugar de los hechos. Su delito y estampida son repetidos exponencialmente. Su víctima acaba con fisura de cráneo y compromiso de órganos internos. El diagnóstico es crítico.
A las pocas horas el conductor es liberado por un fiscal. Entre otros detalles de fina cosmética judicial, la páginas de su acusación estaban mal numeradas. Sic. Esto motivó que el fiscal Freddy Iván Sueldo, así se llama, lo liberara. Ahora el flagrante es no habido y la atropellada lucha por su vida. Mientras, el fiscal desayuna todo los días sin que se le pare un pelo. Fiscal Sueldo, así se llama.
LEE: El Agustino: una cadena de fallas burocráticas provocó que el conductor que atropelló a fiscalizadora de la ATU saliera en libertad | #NoTePases
ASÍ FUE LA PERSECUCIÓN EN EL AGUSTINO:
TRES
No debe confundirse la idiotez con la carencia de cultura o conocimiento, factores accesorios. Los conocimientos pueden disimular la idiotez, pero no la curan. Hay gente cultísima que es perfectamente idiota.
El idiota no nace, se hace. Esto es porque el cerebro no piensa, sino que se piensa con el cerebro. Es el uso de los recursos innatos y adquiridos lo que determina la presencia de la idiotez. En ¨Historia de la estupidez humana¨ de Paul Tabori, biblia sobre el tema que el librero Jorge Vega Veguita predicaba sin éxito, se explica la diferencia entre el idiota y el sabio. El sabio conoce, o busca, la causa de las cosas. El idiota las ignora premeditadamente. Y luego de eso opina.
Tal como se ve en los ejemplos anteriormente mencionados la vanidad y el legalismo pueden ser formas domésticas de la idiotez. La mala noticia es que para la idiotez no hay vacuna. La buena noticia, para ellos, es que no importa: la idiotez es invencible, eterna e inclusiva. Ya es hora de declararla un derecho humano.
MÁS COLUMNAS DE JAIME BEDOYA
LEE: Memorias de la Calle de las Pizzas
COMPARTE: Pfizer, la Ivermectina y la conspiración