Leía hace poco que el 42% de los emprendimientos actuales inició durante la pandemia. Eso, sin duda, demuestra la gran capacidad de reinventarnos que tenemos los peruanos, sobre todo cuando las papas queman o, peor aún, cuando no hay papas que comer.
Pero la pregunta del millón: ¿cuántos de estos emprendimientos lograrán sobrevivir y, sobre todo, no solo quedarse como un acto de supervivencia? La dura respuesta la tiene el Foro Económico Mundial: 8 de cada 10 peruanos fracasan antes de que sus emprendimientos lleguen a los cinco años de vida. Y si bien hay factores externos que hacen que la carrera para emprender en el Perú esté llena de obstáculos, aparecer en la lista de quienes menos innovan es sin duda una de las principales razones de este fracaso.
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Theodore Dale, consultor internacional del Banco Mundial, afirmaba hace un tiempo que esto se debe a que no se eligen buenas ideas de negocios que resuelvan necesidades. En otras palabras, uno se enamora de una idea, pero no del problema a resolver y esa es la raíz de futuras dificultades. Pero tampoco nos hagamos los locos porque a todos nos ha pasado: no dejamos de pensar en ella y sufrimos de sobredosis de amor, como cantan Los Titanes. Creemos que no tiene defectos y nos gustan hasta sus codos, como dice Chichi Peralta. Soñarla dormidos y despiertos. Defenderla con uñas y dientes si alguien osa siquiera cuestionar tu apego. Ponerte loco, ciego, sordo y mudo como Shakira, porque solo basta tu instinto para saber que estás eligiendo bien. Ir rápido y saltearte las etapas.
Antes de que te venga la nostalgia y pienses en esa persona que protagonizaría este texto, lo que acabo de describir es el acto de enamorarte de tu idea o producto, uno de los principales motivos por los cuales los emprendedores fracasamos. Pensaba en esto mientras escuchaba a un exitoso emprendedor contándome, apasionadamente, su nueva idea para pasar al siguiente nivel. Todo bien con la pasión, no me malentiendan, pero cuando la pasión nubla la razón, así como en la vida personal, estamos en problemas. En cinco minutos de charla me mencionó cinco veces la palabra “tecnología”; “inteligencia artificial”, unas tres veces; “innovación”, dos; pero la palabra “cliente”, cero. Ni qué decir de cómo monetizaría la idea y su plan de negocio: ambos conceptos ni siquiera tuvieron mención honrosa. Pero lo que más me preocupó es que cuando le pregunté qué problema del cliente estaba resolviendo con esta nueva solución, trató de atarantarme como cuando tu hijo no hizo la tarea. Conclusión: ni él tenía claro qué estaba resolviendo, pero te podía hasta dibujar el último gadget techie que estaba desarrollando.
Me tocó darle feedback y, mientras asumía mi rol de pinchaglobos, la cara se le transformaba. Como se imaginarán, no me hizo caso, no solo a mí, sino a otros mentores que luego me enteré que le habían advertido de las mismas cosas. Cuando te enamoras de tus ideas, te vuelves menos efectivo, porque te vuelves selectivo con lo que quieres escuchar de feedback, perdiéndote la posibilidad de verdaderamente mejorar tu oferta. Pierdes oportunidades porque tu amor ciego no te permite incluso pensar en que exista una idea mejor que la que ya tienes. Además, caes pesado, tema no menor, porque a nadie le gusta relacionarse ni trabajar con los dueños de la verdad. Finalmente, te lleva a ser obsoleto porque la innovación justamente se trata de un proceso flexible, donde constantemente cambias y aprendes.
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Te equivocas si piensas que mi moraleja es decirte que no te enamores. Enamórate, y mucho, pero del problema que piensas resolver para tu audiencia. Obsesiónate por conocer todo de él, por dentro y por fuera. Entiéndelo, así te raye la cabeza a veces y te frustre por momentos. Sueña dormido y despierto, pero por descubrir una solución. No le quites la mirada ni te dejes seducir por aventuras pasajeras. Comprométete con la cabeza y el corazón. Y sobre todo no tengas miedo de hacer las preguntas correctas: ¿Tengo claro a quiénes les estoy resolviendo el problema? ¿Es realmente la mejor solución ? ¿Mi público estaría dispuesto a pagar por la solución al problema? Enamorarse de un problema que quieres resolver para tu cliente es la mejor garantía de que no vas a perder foco. Tu emprendimiento será más sólido y no acabarás ni con la billetera ni el corazón rotos. //