El distanciamiento social me ha hecho descubrir algunas series clásicas que antes no habían llamado mi atención. Sobre todo porque ya no es tan fácil encontrar contenido que puedas ver con tus hijos sin necesitar una almohada disponible para taparles los ojos por si surge alguna escena muy fuerte. Así llegué a Modern Family, esta serie que en 11 temporadas cuenta la vida de tres familias que salen de los moldes convencionales. Fue exactamente así, mientras miraba un capítulo con Fernanda, mi hija, que llegué a la conclusión de que mi familia se parece una serie de Netflix.
Episodio 1: Felices los cuatro
Siempre digo que mi relación con el papá de Fernanda es de una feliz divorciada: perdí un esposo pero gané un gran amigo. Lo que no me hubiera imaginado es que también ganaría un vecino. Ítalo, quien vive con Antro, Wantán y Muca, se mudó hace un tiempo a nuestro mismo edificio. La más feliz es Fernanda, que para ir a pasar un fin de semana con su papá solo tiene que tomar un ascensor. Segunda en grado de felicidad estaría yo. Por extraño que parezca, me siento realizada cuando veo a mi ex esposo y a mi actual esposo conversando de cualquier cosa y hasta compartiendo una cerveza. Me demuestra que con respeto, cariño e inteligencia emocional sí se puede llevar una relación funcional, en el fondo, aunque seas ‘disfuncional’ en la forma.
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En tercer lugar está Feroz, que ya no tiene que quedarse solo cuando tenemos que salir. No somos de los vecinos que se invitan para tomar una tacita de café, pero sí de los que se quedan cuidando a la mascota ajena. Y bueno, luego está mi esposo, que no es que se la pase cantando “qué bonita vecindad” pero contribuye a que la convivencia funcione, supongo que porque ve a su hijastra feliz y a mí tranquila.
Pero este es solo el tráiler del capítulo para poner todo en contexto. Ahora sí vamos a la historia. Era santo de mi esposo y, claro, lo pasaríamos en cuarentena. Estábamos desayunando y salió la pregunta de rigor: “¿Cómo te provocaría celebrar hoy?”. Para la respuesta no había demasiadas variables, porque muchas cosas distintas para hacer no había. Pero su respuesta dejó con la boca abierta hasta a Feroz. “Invitemos a Ítalo y hagamos parrillada hoy”. En realidad, su idea tenía mucha lógica, no es la voz pasar un cumpleaños encerrado como todos los días y con tres gatos. Podíamos invitar a un cuarto integrante, que ya interactuaba con nosotros y que nos haría más concurrido y animado el ambiente. Yo actué con naturalidad ante la idea e hice la llamada oficial de invitación a nuestro querido vecino, que confirmó en una (supongo que era parrillada con nosotros o Netflix). Preguntó educadamente qué tenía que traer para el flamante acontecimiento. Mientras arreglaba la mesa y ponía un cuarto plato, Fernanda me preguntó que quién vendría al santo y le respondí que su papá. Se rio al principio porque pensaba que era una broma y sonrió después cuando notó que era verdad. Horas más tarde llegó con una botella de vino y procedimos a sentarnos todos en la terraza.
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Tengo que confesar que al principio se sentía todo un poco raro; no es que nunca hubiésemos pasado momentos todos juntos, pero nunca una celebración planificada. El calor de la parrilla rompió el hielo rápido y un par de copas de vino también. Fernanda reía a mi lado, Ítalo cortaba la carne, Feroz revoloteaba a la expectativa de que algo resbalara de la mesa y mi esposo vigilaba las pizzas a la brasa que con tanto amor estaba preparando para mí. A diferencia de esas familias que se sientan a la mesa sin nada qué decir, los temas de conversación fluían, porque, de alguna manera, todas nuestras historias están entrecruzadas. Pero el momento más bonito de la noche llegó cuando traje la torta con las velas encendidas para cantar Happy Birthday. Allí estábamos, felices los cuatro, cantándole a un miembro de nuestra familia atípica, asimétrica y por eso para mí tan hermosa, como esas piezas de arte únicas que moldeas con cariño, usando tus propias manos. Así es nuestra Modern Family. //