Los fracasos suelen ser subestimados como inevitables o repentinos. Pero para que lleguen a manifestarse es indispensable la manifestación simultánea de una serie de sucesos desafortunados. Reunir esa masa crítica de errores no es poca cosa. Requiere talento.
Llevamos más de cien días expuestos al fracaso constante protagonizado por el primer poder del Estado. Esta exposición continua al error influye tanto a manera de referente como de contagio. Las fuerzas que supuestamente pretenden combatir el yerro ajeno están replicando, con mejorada clase y estilo, los mismos errores del adversario.
La fallida moción de vacancia es el último ejemplo de esto.
Setenta y seis congresistas decidieron creer que, en efecto, el presidente de la República es un adicto a la cafeína en Breña, debilidad que comparte con lobistas, ministros, y degradados de las fuerzas armadas que son parte de su círculo cafetero de confianza.
Setenta y seis congresistas consideraron que la incertidumbre política y económica generada, la recurrente designación de incompetentes y la constante falta de transparencia sobre sus actos no ameritan más que una encogida de hombros. El presidente, según ellos, no tiene cuentas que rendir. Que siga tomando café a escondidas.
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Siendo arriesgado y además inútil adentrarse en el raciocinio de esa mayoría congresal, queda la tarea de buscar los demás ingredientes que participaron en un resultado fallido. Así tendremos la receta para hacer del próximo fracaso un proceso fluido:
1. Ignora la estrategia, actúa por vanidad: la congresista Patricia Chirinos, con los mismos reflejos impulsivos adquiridos como reportera de farándula, se apresuró unilateralmente con una iniciativa que era un pollo sin cabeza. A ese bebe prematuro no le esperaba una incubadora sino una camada de primerizos auto estimulados por su propio algoritmo. La única favorecida, y solo de manera relativa pues su influencia no trasciende más allá del nicho duro de su sesgo, fue la congresista que le grito en una plaza al presidente que se fuera al carajo. El fruto de su apresuramiento devino en lo contrario. El presidente Castillo le debe un favor.
2. Un mercantilista de la política es un mercantilista de la política: El partido de César Acuña no representa una ideología o sistema de valores, sino una empresa personal. Sus intereses van cambiando según cambie el viento. Por eso una mañana el señor Acuña dice A, en la tarde dice B y en la noche dirá C. Y al día siguiente será X, Y, o Z, según lo que le convenga. Lo expresará de manera confusa y pre moderna, lo que posiblemente dará risa y será meme. Pero de ahí a pensar que se trata de alguien con quien se puede llegar a un entendimiento a favor del bien común es una ingenuidad comparable a confiar en la frase solo la puntita.
3. Polarízate y luego quéjate: la torre de babel digital de las redes sociales ha hecho de la polarización un pensamiento de manada. No hay espacio para el pensamiento propio, toca elegir un bando y despreciar al otro. Esto genera el nulo interés en escuchar o convencer al que piensa diferente. La endogamia de rodearse solo de gente que confirme lo que queremos creer hace imaginar chanchos voladores y audios bombas. Mientras, al mismo tiempo, hay quienes navegan temerariamente montados sobre expectativas ajenas como si ese viaje llevara a alguna parte. Ese deporte siempre pasa factura, y con IGV.
4. Si vas a confiar en alguien, confía en Lapadula y en la información que no solo te dice lo que quieres escuchar: Cada vez que Lapadula pisa el Perú pasa algo. Ya vuelve pronto. Los periodistas trabajan hasta en feriados. La verdad siempre flota, así le amarren un ancla.
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