Por esas paradojas geopolíticas de la vida, los rebeldes extremistas del Islam de Afganistán alguna vez fueron presentados en el cine como los buenos de la película. No ha pasado mucho tiempo y cualquier niño o joven que creció en los ochenta a la sombra de la “Doctrina Reagan” lo debe recordar. Eran otras épocas, en las que la Guerra Fría motivaba a los Estados Unidos a promover, financiar y hasta entrenar a las milicias muyahidines afganas en su lucha contra la expansión militar e ideológica de su gran rival, la comunista Unión Soviética.
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Los muyahidines, predecesores de la guerra civil afgana que alumbró al movimiento talibán -ese mismo que hoy ha recuperado Kabul y pretende volver instaurar un emirato, estuvieron acusados de crímenes de guerra y atentados contra los derechos humanos, en su lucha por llegar al poder. Pero en las ficciones norteamericanas que nos llegaban por entonces eran retratados con guantes de seda, como unos románticos luchadores y patriotas y se dejaba de lado su lado más espinoso de religiosos fundamentalistas, capaces de apedrear mujeres o homosexuales por ir contra la supuesta ley de Dios.
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En Rambo III (Peter McDonald, 1988), por ejemplo, no se hace una sola alusión al interés de restaurar la ley islámica. Muyahidin, al fin y al cabo, significa “los que pelean la guerra santa”. La trama se sitúa en 1988, cuando John Rambo (Sylvester Stallone) llega hasta Afganistán para rescatar a su amigo, el coronel Trautman (Richard Crenna) que ha sido tomado prisionero por los soviéticos.
En el camino, hace buenas migas con los muyahidines, quienes le recuerdan un dicho escalofriante que al violento boina verde le suena a poesía: “Que Dios te salve del veneno de la cobra, los colmillos de un tigre y la venganza de un afgano”.
En 007: su nombre es peligro (1987), veíamos a un atildado James Bond (Timothy Dalton) recalar en la soleada Afganistán, en uno de sus aventuras imperialistas al servicio secreto de su Majestad. Dicho sea, los británicos tienen su parte de responsabilidad en la historia de violencia política de ese país, con sus invasiones en el siglos XIX, pero eso no importaba en los ochenta. Bond llega y se alía casi de casualidad con el jefe rebelde Kamran Shah, al rescatarlo de prisión sin saber de su liderazgo en la milicia muyahidín. Juntos van luego por los soviéticos, convertidos como de costumbre en caricaturas de villanos.
En una línea menos esquemática, la británica La Bestia de la guerra(1988) nos muestra a Konstantin Koverchenko (Jason Patric) como un soldado ruso que, a la manera de un Lawrence de Arabia, acaba seducido por las costumbres y la ética que cree ver en los hombres del desierto. A mitad de su campaña de invasión, en la que es testigo de los abusos soviéticos, deciden desertar y unirse a los muyahidines. Con su ayuda, logran capturar el tanque y apresar a su comandante. Pero al ver la crueldad con la que los extremistas ajustician a su antiguo jefe, decide desertar de los muyahidines y emprender el retorno a casa.
Para entender bien aquel fenómeno del financiamiento de Estados Unidos a los extremistas afganos en los años ochenta se puede revisar la película La Guerra De Charlie Wilson (2007), la última que filmó el cineasta Mike Nichols. Ahí Tom Hanks interpreta a un político estadounidense responsable de iniciar un programa de apoyo y financiación y las milicias rebeldes afganas, con ayuda de un rebelde agente de la CIA. El presupuesto de apoyo con ellos se elevó de 5 millones a 500 millones de dólares en esas épocas. Solo al final, el personaje reflexiona acerca de qué será del país luego de ayudar a llegar al poder a extremistas de la religión.
Existen otras representaciones de Afganistán en el cine, más frecuentes desde que se inicia la invasión de la OTAN a ese país a partir de Las Torres Gemelas y la guerra sin cuartel a Osama Bin Laden. Ahí se puede citar los casos de cintas bélicas y de espionaje como Zero Dark Thirty (Kathryn Bigelow), sobre los últimos días de Osama Bin Laden, El último sobreviviente (2013), con Mark Whalberg, sobre una escuadrón que debe capturar a un jefe talibán, sin éxito. Robert Redford, por su lado, hace una crítica ácida a la ocupación de Afganistán y a la apatía genera de la sociedad norteamericana a los problemas sociales en Leones por Corderos (2013). Más recientemente los hermano Russo, mejor conocidos por sus películas de superhéroes, abordaron en Cherry las consecuencia del estrés postraumático de un ex combatiente de afganistán en la criticada Cherry (2021).