Dos enormes tocones indican a Yony Guevara que algo anda mal. Los restos sobresalen como si surgieran de una cicatriz abierta en la extensa sábana boscosa de una consesión a lo largo de la cuenca del río Las Piedras, Tambopata. Son lo que queda de dos shihuahuacos (Dipteryx spp) de más de 900 años de antigüedad. Yony forma parte de un reducido grupo de guardabosques; ha pasado de talar árboles con moto - sierra a patrullar esta tierra, que se extiende como una alfombra crujiente y densa, orquestada por infinitos trinos y chirridos agudos.
“Antes éramos madereros ilegales, pero pequeños –relata Yony–. Ahora es una depredación total. Nuestros senderos no eran como estas carreteras que se tumban castaños y todo lo que hay en el camino. En ese tiempo se sacaba la madera a lomo cargando hasta el río”. Haber explotado la madera de uno de los ecosistemas de mayor biodiversidad en la Tierra no supone, sin embargo, un pasado turbio para Yony, quien ahora patrulla los bosques junto a sus compañeros de Junglekeepers.com.
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Veinte años atrás, Yony ganaba 16 soles al día por entrar al campo a trabajar la madera; hoy ganaría entre 70 y 80 soles diarios como peón. Sin embargo, según la evidencia que deja el caso de “Los hostiles de la Amazonía” (Sierra Praeli, 2020), quien se lleva la mayor tajada del pastel es una cadena de funcionarios de diversas entidades estatales –desde la PNP y los gobiernos regionales hasta la Sunat y la Fiscalía– coludidos con grandes empresarios madereros en un sistema parecido a una mafia.
CUANDO UN SHIHUAHUACO CAE
El shihuahuaco, cuya madera es tan densa y dura –iron wood, venden los gringos, ‘madera-hierro’– que no flota, tiene una tasa de regeneración extremadamente baja. La recomendación de los especialistas, como la ingeniera forestal Tatiana Espinosa, es que se detenga la explotación maderable de estas especies. No solo porque cualquier ritmo de tala interrumpe su lento ciclo reproductivo, sino porque interrumpe también una larga serie de servicios que la especie presta al bosque, desde altísimos niveles de captura de carbono, hasta su papel como hábitat de especies depredadoras que completan el delicado mapa edáfico (estudio de suelos superficiales) de la selva.
EL LARGO VIAJE
Para adentrarse en la zona más salvaje de la cuenca de Las Piedras, hay que tomar la Interoceánica, desviarse 50 km por una serpenteante trocha de tierra hasta el puerto de Lucerna o Sabaluyoc y embarcarse en un bote de motor para una travesía que puede durar horas o días. Los “censistas” –como se llama a quienes buscan árboles de valor– cubren a pie hasta 350 hectáreas en ocho días, y cuando encuentran los tesoros de la selva, los marcan con una placa que los identifica. El mismo censista guía a los tumbadores y a sus ayudantes. Luego se tumba el árbol. Cuentan que cuando cae el shihuahuaco da miedo, la tierra retumba. Un shihuahuaco puede pesar hasta 40 toneladas.
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Cuando el árbol ya está tumbado, llegan los arrastradores; entra la maquinaria y se vuela todo lo que encuentra al paso; el cubicador se encarga de calcular el volumen de la madera que tiene el fuste del árbol. Los troncos talados son transportados a una zona de acopio que puede estar dentro del bosque o en la misma Interoceánica, donde se trabaja la madera y se embarca en camiones que parten principalmente hacia Lima.
Un porcentaje queda para consumo nacional; el resto se va al puerto del Callao, donde es embalado para su exportación a China, México, EE.UU. y Europa. “La industria y el Estado afirman que alrededor del 80% se queda en el país, pero hasta el momento no se cuenta con data sólida para corroborar este número. Uno de los problemas principales es que parte de la data oficial (de autorización, producción, exportación, etc.) se registra en metros cúbicos; parte, en miles de dólares; y parte, en toneladas”, explica Julia Urrunaga, directora de Programas en el Perú de la Agencia de Investigación Ambiental (EIA).
Según un informe de esta entidad, se sabe que un gran porcentaje de la madera comercializada al interior del Perú y exportada al resto del mundo es talada ilegalmente, lavada con documentos que parecen oficiales pero que contienen información fraudulenta. El tráfico ilegal de productos forestales maderables refleja las carencias del sistema de control.
A esto hay que sumarle, además, los frecuentes asesinatos de miembros de las comunidades indígenas que tienen que hacer frente a las mafias, mientras el Estado brilla por su ausencia. La tala indiscriminada de esta especie deja una imagen para pensar: una minoría camina descalza sobre el cálido parquet, sin saber que lo que está debajo de sus pies equivale a la historia de un milenio. //
Más información
ARBIO Perú es una organización peruana sin fines de lucro fundada en el año 2010 en Madre de Dios. Gestionan y cuidan 916 hectáreas de bosque amazónico (2264 acres) en la cuenca del Río Las Piedras. Más sobre su labor en https://www.arbioperu.org/
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