Al cabo de quince días de estar viviendo en hoteles y durmiendo en la cama que tiene en su furgoneta, Andrés Roca Rey vuelve a su casa en las afueras de Sevilla. Hace un mes se jugó la vida en una tarde heroica en Bilbao, donde siguió reescribiendo con su propia sangre, mezclada con la del toro, la resurrección de un arte escénico extremo que sobrevive a contra pelo de una sociedad hipócrita que hace todo lo posible por no verle la cara a la muerte. Ni la del hombre ni la del animal. La vaca me la como, pero que se muera a solas.
Roca Rey tiene un reto pendiente en su carrera, aparte del fúnebre requisito que Valle Inclán le reclamaba a Juan Belmonte: a usted solo le falta morir en el ruedo. (Se hará lo que se pueda, le respondió el torero al escritor). A Roca Rey, que ha llevado a la prensa española a hipérboles desbordadas - ¨ha nacido un nuevo Dios¨, ¨Roca Rey mea napalm¨ , etc -solo le falta abrir la Puerta del Príncipe de la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, templo taurino singularizado por un silencio apenas replicado en el mundo al otro lado del océano en Acho, la Sevilla de América. Para ello, según reglamento andaluz, debe cortar tres orejas en una misma tarde. No lo ha logrado aún. El dice que por su culpa. Otros dicen que por ser forastero, un peruano enseñándole a España la ética extrema del toreo. Este sábado que toreo ahí mismo, la tarde arrancó con un grito en los tendidos que podía ser entendido de más de una manera: ¡Viva España!
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Pero estando en Sevilla está en casa, que es básicamente estar solo. Con una copa de vino en la mano, acompañado de sus seis perros y nueve cabezas de los cientos de toros que ha pasado a mejor vida, Roca Rey mira el solitario saltarín que tiene en el jardín. Lo puso ahí porque vio en fotos que las casas con jardín tenían siempre un saltarín ahí y se veía bonito. Se trepó una sola vez a él y nunca más lo volvió a usar.
El reconoce que en él viven dos entidades, la persona y el personaje. La persona es aquella sensible al dolor, al insomnio, al vértigo de vivir mirando el abismo mientras va remendándose el cuerpo a costurazos y bajo el riesgo constante de dejar herida de ausencia a su familia.
El torero está al otro lado, convenciéndole que lo suyo es una misión donde arte y valor se encuentran para darle coherencia a una filosofía extrema: hay que estar dispuesto a dar la vida por lo que se cree. Es el precio a pagar por pretender crear plasticidad efímera del acto brutal de darle muerte pública a una bestia de cerca de 600 kilos. Esta conciencia voluntaria de arrojo, envuelta en liturgia anacrónica pero indispensable que convoca catarsis de quienes trasladan a cuerpo ajeno la conjura de miedo y muerte, es lo que distingue al peatón del héroe. Del que dice del que hace.
Y el torero en Roca Rey le dice que necesita estar solo. Melita, la señora de Junín que vive con el, le repara el alma con el alivio telúrico de su querido ají de gallina. Hace un mes Melita lloraba frente al televisor cuando veía que a Andrés un toro en Bilbao le estaba quitando la vida en vivo, valga la redundancia.
Necesita soledad. Pero esa noche hay periodistas peruanos para insistir en la curiosidad de porqué hace lo que hace, algo tan antiguo y tan chocante pero tan inobjetablemente coherente. Y la persona le gana al torero. Le dice escapa un rato de ese laberinto con toro en que has decidido colocarte tu solo. En cuestión de días, a solas frente a un astado que con un movimiento de cabeza lo puede partir en dos, el torero volverá a hacerse cargo de su vida, protegida por un rosario que le dio su madre y que nunca abandona su cuello.
ENTREVISTA LA PERSONA Y EL PERSONAJE
¿Qué recuerdas de lo que pasó en Bilbao?
Fue una tarde de las que uno recuerda siempre por lo que lo que sucedió y por todo lo que pude llegar a sentir. No como un ser humano normal, sino evadirte de tantas cosas que pasan por tu cabeza o evadirte de tu mismo cuerpo. Y simplemente torear con el alma. Se que son palabras bonitas se suelen decir. Pero yo soy sincero y eso no pasa todos los días. Ese día pasó.
¿En qué momento de diste cuenta que iba a pasar algo?
Al principio, entre la presión y los nervios, la verdad es que no estaba yo muy convencido de que ese día sería especial. Iba con toda la voluntad pero tenía cierta presión y sentía que algo faltaba. No sé por qué. Cuando me coge el primer toro fue cuando realmente me evado de todo. Aunque suene un poco feo, fue el momento en el que mi alma se separa del cuerpo. A partir de ahí simplemente éramos el toro y yo.
¿En la enfermería que recomendaron?
Yo era el primero que me daba cuenta de que no podía inclinarme para poder torear, sobre todo para el lado izquierdo. Me costaba mucho porque tenía un puntazo aquí en la espalda. Tenía un golpe en la rodilla, el escafoides lo tenía fisurado. Bueno, lo sigo teniendo, pero era lo que menos importaba. Lo que más me impedía torear era el golpe en la espalda con el pitón. Me acuerdo que hubo un momento en el que dije no voy a torear, no puedo. Lo que me daba miedo no era el temor físico, sino el miedo a no quedar bien con el público, el miedo escénico. bien de facultades decía, como me embista un toro bravo, no voy a poder. Yo, la verdad, por un momento opté por no salir.
¿En que momento eso cambió?
En el momento en el que me acordé de una frase que me la dijo Jose Antonio Campuzano, mi maestro cuando llegué a España: hay días claves en los que no se puede fallar. Pensé y dije bueno, son 15 minutos de esfuerzo y en esos 15 minutos hay que tirar la moneda y que pase lo que tenga que pasar. Mando a llamar a mi hermano Fernando, que siempre me ha ayudado mucho en el tema psicológico, y le dije Fernando, me pasa esto. Le expliqué lo del miedo escénico y me dijo lo mismo: son tardes en las que tienes que tirar la moneda y si sale, si sale bien, si no, qué vamos a hacer? Pero hay que tirarla, me dij. Y salí.
¿Viste que había gente llorando en los tendidos?
Sí.
Las cornadas, ¿las cuentas?
Bueno, las cornadas. Claro que te asustan. No sé cómo explicarlo. No siempre se da el caso, pero tienes que intentar de no acordarte del cuerpo. Porque aquí hay dos personajes. Está el hombre que está fuera del ruedo, el que tiene familia, y está el personaje, el torero. En el ruedo yo creo que muchas veces hay que intentar que el hombre no entre al torero, porque ahí es cuando te estás acordando de que tienes cuerpo, de que las cornadas duelen, de que eres un ser humano. Al mismo tiempo, hay veces que el personaje, el cantante, el torero, el futbolista, el personaje llega a consumir al ser humano. Así como eres lo suficientemente torero para no dejar que el hombre entre al torero, hay que ser lo suficientemente hombre para que el torero no entre al que vive fuera fuera del ruedo.
El personaje, el torero, es el vive para el público.
Pero también te debes a tu familia y te debes a ti porque eres persona. Entonces yo creo que los los que vivimos de esa forma en el mundo del toro tenemos la obligación, o por lo menos yo lo considero así, que tengo de estar con el personaje que debo de estar. Ahora mismo soy hombre y no quiero que el torero me consuma. Al mismo tiempo, no puedo dejar que que la persona que se preocupa por su salud y por su cuerpo entren en el torero. Porque entonces estaría primero defraudando a mi, segundo, defraudando a mi profesión, a mi filosofía de vida y a la gente que paga una entrada para verte.
Tu padre estaba en la plaza.
Sí.
¿Qué te dijo luego?
No fue el quien me dijo algo, fue mi mamá. Siempre la había visto como una mujer que no se asustaba y que era tranquila. Pero ese día dijo que nunca más iba a volver a una plaza de toros.
¿Esta duplicidad entre personaje y persona, cómo conviven entre ellos? ¿Qué te dicen sobre la corrida que tienes en horas?
El torero me me dice que debería ahora mismo estar solo. Y la persona me dice que debo de estar aquí con ustedes.
Pero ahora soy persona antes que torero. Bueno, pero también es verdad una cosa. Hay veces que hay que dejar que entre un poquito el torero en la persona, y al revés, dejar que el hombre entre un poco en el torero. Porque muchas veces el artista salva al hombre cuando se encuentra mal y muchas veces el hombre salva al artista.
¿Cómo te ves dentro de diez años?
Me acuerdo que esto ya me lo has preguntado antes
Si, pero luego veo lo de Bilbao y veo que tienes una noción propia del tiempo.
Por un lado te contesto como torero y te puedo decir que que cuando me lo preguntas así no me gustaría contestarte lo que lo que me imaginaría. Porque la vida hay que vivirla día a día, no tarde a tarde. Y pueden pasar tantas cosas en esta profesión uno nunca sabe. Pero sí es verdad que si te hablo como como ser humano y con ganas de conseguir muchas cosas en la vida, me imagino que no sé si seguiré toreando. No creo. No me considero una persona que vaya a estar 20, 25, 30 años toreando. Ahora te lo digo. Quizá luego escojo el otro camino de torear mucho tiempo. Pero no sé. Creo que voy a estar tranquilo. No me gustaría trabajar.
Hace 15 días que no pisas tu casa por que has estado trabajando jugándote la vida.
Bueno, pero eso no es trabajar. Eso es tu filosofía de vida.