Una bandera es mucho más que un trozo de tela, como lo han atestiguado a lo largo del tiempo desde ejércitos poderosos hasta hinchas de barra brava. Su poder simbólico nace de un consenso previo: un grupo humano se pone de acuerdo para atribuir valor a lo que, visto fríamente, es solo un diseño y unos colores. Hay banderas que han nacido entre leyendas y sueños, como la que creó José de San Martín para el Perú, inspirada en las aves parihuanas. Y hay banderas que se hundieron en la infamia como la nazi, calificada como “obscenidad visual” por el diseñador Steven Heller. Tanto es el poder simbólico de la esvástica negra sobre fondo blanco y rojo que está prohibida en muchos países.
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En similar controversia se encuentra la bandera confederada, que se paseó este miércoles en el Congreso de Estados Unidos cuando una turba de seguidores de Donald Trump asaltó el Capitolio, la sede del poder legislativo, ante el horror de muchos. Esa cruz estrellada sobre fondo rojo -que identificó a los estados de Estados Unidos que optaron por irse a la guerra civil con tal de defender la esclavitud -se ha vuelto una presencia constante en la Norteamérica de Trump, siendo ondeada cada vez que ha habido hechos de tensión racial, que, en sus cuatro años de gobierno, han sido muchos. El año pasado la bandera fue prohibida de izarse en la ciudad de Nueva York, en el Pentágono y en las carreras del circuito NASCAR.
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“El problema con la bandera confederada es que simboliza la defensa de la esclavitud y eso lo saben muy bien quienes la levantan. No es una bandera inocente. Los estados sureños, que antes eran agrícolas, tenían a la esclavitud como soporte de su actividad económica pero también eran creyentes en la segregación. Que se levante esta bandera ahora implica que se está ensalzando un valor como la segregación, supuestamente exorcizado en la democracia americana. No por nada la usa el Ku Klux Klan”, anota el analista internacional Ramiro Escobar, profesor de ciencia política de la Universidad Ruiz Montoya.
Cuando la guerra civil (1861 - 1865) terminó y los esclavistas fueron derrotados, el bando vencedor permitió que la bandera confederada siguiera ondeando en algunos estados como un símbolo de respeto a los militares que cayeron defendiéndola. Era un gesto honorable con los vencidos pero algunos la usaron como símbolo de resistencia y de revancha a futuro. Para Escobar, “lo que representa ahora la bandera confederada es una profunda herida que tiene Estados Unidos desde su fundación, que es la esclavitud. Representa a las personas que creen que la segregación racial es correcta y debe mantenerse”.
¿UNA HERENCIA CULTURAL O SÍMBOLO DE RACISMO?
En 1948, la bandera confederada se consolidó como símbolo de racismo en el siglo XX gracias a su adopción por parte de Strom Thurmond, un político ultra conservador de Carolina del Sur que creó ese año un nuevo partido, desprendido del Demócrata, coloquialmente llamado los “Dixiecrats”. En el postulado número cuatro de su plataforma sostenía, con todas sus letras, que defendían la segregación de las razas. Por fortuna, Thurmond no logró consolidar su propuesta y fue derrotado en las primarias de ese año por Harry Truman.
Cuando Donald Trump subió a la presidencia en el 2016 lo hizo no solo gracias al Partido Republicano que lo postuló sino gracias a una ola de descontento social de los estados agrícolas más olvidados de Norteamérica, aquellos que aún se identifican con los ideales del sur segregacionistas. Otros grupos que apoyaron a Trump en su llegada al poder, además de la derecha evangélica y conservadora, fueron los “Proud Boys”, parientes cercanos del Ku Klux Klan, que no son más que un grupo racista, homofóbico, xenofóbico y misógino con importante presencia en redes y fuera de ellas.
El mismo Trump, político de piel delgada y sensible a la adulación, se ha referido a ellos y ha minimizado su accionar tóxico. Luego del atentado de Charlottesville en el 2017, cuando un supremacista blanco atropelló a manifestantes contra el racismo, el saliente presidente condenó la violencia “de ambos lados”. La prensa intentó durante días que condenara al supremacismo blanco, promotor de la violencia, sin éxito. En otra oportunidad dijo que entre el grupo en cuestión había “gente buena”.
Son estos grupos, inconfundibles con su parafernalia militar y sus camisetas con logos antisemitas, los que ingresaron y vandalizaron el Capitolio para tratar de evitar la confirmación del presidente electo Joe Biden. Y lo hicieron bajo el símbolo de una bandera que flameó tristemente en los pasillos de la sede del poder de Washington, como si se concretara al fin una ansiada revancha de más de un siglo. //